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Tribunas

Universitarios y salud mental

Universitarios y salud mentalOskar Montero

Ya noviembre. Exámenes parciales realizados. Otros, a la vuelta de la esquina. Nervios. Pasar del Bachillerato a la universidad se nota, y es normal.

Cada inicio de curso nos trae la misma foto: estudiantes que llegan al campus cargados de expectativas, mochilas con varios libros y un portátil, y ganas de construir su futuro.

Pero detrás de esa primera imagen existe otra cara menos visible del mundo universitario: la ansiedad, la presión y una sensación de soledad que algunos jóvenes viven en silencio.

No lo digo yo. Lo dicen los datos. Según un estudio reciente del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra, el 40% de los universitarios presenta síntomas de ansiedad y el 35% síntomas de depresión. Hablamos de sufrimiento real que no siempre se ve, pero que está. El problema no es menor.

Este mismo verano, diversos medios de comunicación destacaban un informe de la Cámara de Comptos que señalaba cómo sólo el 53% de las consultas preferentes de salud mental en Navarra se atendían dentro del plazo legal. La demanda crece más rápido que los recursos disponibles: en solo cuatro años, las consultas de salud mental aumentaron un 13% en Navarra, alcanzando las 161.000 anuales atendidas en once centros.

Y hay otro dato más que no puede dejarnos indiferentes: según un estudio sobre la realidad emocional de jóvenes de Navarra y el País Vasco presentado en noviembre de 2024, el 60% ha tenido pensamientos suicidas o autolesivos en algún momento de su vida, y el 46% asegura sentirse poco o nada feliz en su día a día.

Son cifras que nos interpelan a todos. ¿Qué está ocurriendo para que tantos universitarios, supuestamente en la mejor etapa de su vida, vivan emocionalmente al límite?

Tres cuestiones de fondo sobresalen:

Primera: la sobreprotección a algunos estudiantes. No es culpa suya. Pero les genera indefensión aprendida. Hace que cueste tolerar la frustración. Y la vida adulta exige responsabilidad y esfuerzo, no dependencia emocional.

Segunda: El individualismo (yo, yo) y resultadismo (ya, ya), que sobrevalora los resultados inmediatos. Olvidar el propósito, el para qué vital, y que somos “desde otros, con otros y para otros”, hace complicado sostener una vida con esperanza.

Tercera: la hiperconexión tecnológica. Nunca tantos estuvieron tan conectados a tantas pantallas, ni tan solos… y –a veces– con una negativa autoimagen frente a sí mismos. Su realidad no es como en Instagram.

La respuesta no puede ser solo médica. Hay que aumentar recursos clínicos, sí: pero hace falta aumentar la humanidad, el vínculo real, la esperanza. La prevención debe empezar antes de la terapia: en la familia, en la universidad, en las residencias, en la comunidad. Y empieza con una idea sencilla que hemos olvidado: nadie se construye solo. Las universidades navarras no son ajenas a este desafío. Al contrario, están actuando. Tanto la Universidad de Navarra como la Universidad Pública de Navarra han reforzado sus servicios de apoyo psicológico y programas de acompañamiento, conscientes de que la formación académica sin un cuidado integral es insuficiente. Pero la universidad no puede hacerlo todo. La crisis emocional juvenil exige un compromiso compartido. Las familias deben recuperar su papel educador en lo afectivo; la sociedad civil debe promover espacios de creación de vínculos reales, y de comunidad; las instituciones deben facilitar aún más el acceso a recursos de prevención; y los propios estudiantes deben aprender a pedir ayuda sin miedo.

En ese sentido, me parecen especialmente valiosas iniciativas que se mueven fuera de la publicidad y cerca de la realidad. Hace unas semanas, por ejemplo, Pamplona acogió una charla abierta titulada “Cuida tu mente y ella cuidará de ti”, impartida por Albert de Santiago. No era sólo un evento: es el síntoma de una sociedad que pone nombre a lo que muchos jóvenes sienten y callan. Llevamos años hablando de excelencia académica. Y es esencial. Pero no lo es menos que hablar con la misma seriedad de la excelencia humana. No se trata sólo de aprender más, sino de aprender mejor; no sólo de competir, sino de compartir; no sólo de llegar lejos, sino de avanzar hacia un propósito vital.

Este es, para mí, un verdadero reto educativo de nuestro tiempo. Que ningún joven en Navarra se sienta solo. Que ninguno piense que pedir ayuda es signo de debilidad. Humanizar la vida universitaria no puede ser un eslogan: es una responsabilidad colectiva. Entre todos, podemos lograrlo. Y debemos hacerlo.

El autor es director de Relaciones Institucionales de Campus Home y exconsejero de Educación