Los políticos de izquierda han hecho creer que el mercado son empresarios egocéntricos y, los de derecha, que los ricos son héroes que deben ser beneficiados. Así, justifican que los gobiernos intervengan, con lo que ellos hacen grandes negocios, corrupción de por medio.
Muchos millonarios apoyan estas ideas, ya que necesitan al gobierno para armar negocios, como cuando piden controles aduaneros para impedir la competencia exterior y lograr enormes ganancias empobreciendo a las personas comunes (el mercado real). Cuando el mercado es todo lo contrario: las personas comunes que se relacionan voluntariamente en pos del beneficio de todos.
Así, los héroes reales no son los políticos que solo parasitan, menos aún generales que asesinaron a miles, en “epopeyas patrióticas” según la historia oficial, sino las personas, que son las que producen, y sobre todo las más pobres –más castigados por la intervención estatal– que tienen que trabajar de manera inhumana, en muchos casos, para sobrevivir.
Los superricos no son un resultado natural del mercado que de suyo tiende a nivelar las fortunas, y a dar infinitas chances a cada persona, ya que supone una sana competencia de modo que, cuando alguien está ganando mucho dinero, atrae a otros al mismo negocio repartiendo su rentabilidad entre todos. Por eso John D. Rockefeller llegó a afirmar que “la competencia es un pecado, y procederemos a eliminarla”.
Unos años atrás, Time elaboró un escalafón de las personas de toda la historia que alcanzaron las mayores fortunas del mundo. Comenzando desde atrás, el décimo habría sido el conquistador Gengis Kan (1162-1227), fundador del primer Imperio mongol. Lo seguía Bill Gates, el más rico del globo entonces. Octavo estaba Alan Rufus (1040-1093), sobrino de Guillermo el Conquistador, a quien se unió en la conquista de Normandía. Luego, John D. Rockefeller (1839-1937) que, con Standard Oil, llegó a controlar el 90% de la producción petrolera norteamericana.
En sexto lugar aparece Andrew Carnegie (1835-1919), el norteamericano más rico de la historia. Vendió su compañía, US Steel, a JP Morgan por US$ 480.000 millones, equivalente al 2,1% del PIB del país. Luego aparece Stalin, el todopoderoso de la URSS, a la que controlaba totalmente cuando tenía una riqueza correspondiente al 9,6% del PIB global.
En el cuarto puesto estaba Akbar I (1542-1605), de la India, que controló el Imperio mogol cuando representaba un cuarto del PIB mundial. Luego, el emperador chino Song Shenzong (1048-1085), que dominaba un imperio que producía el 25% del PIB mundial.
El segundo personaje más rico de la historia habría sido César Augusto (63 a. C. - 14 d. C.). No solo estuvo a cargo del Imperio romano, que llegó a representar casi el 30% del PIB global, sino que se habría hecho con una quinta parte de la economía imperial. Y, finalmente, Mansa Musa de Malí (1280-1337), rey de Tombuctú y el mayor productor de oro del mundo y, por tanto, la persona más adinerada de la historia, según Rudolph Ware de la Universidad de Michigan.
De esta lista, al menos siete hicieron su fortuna por fuera del mercado, utilizando las armas, la coacción del Estado. Los otros, empresarios privados, la consiguieron en base a privilegios que les dio el gobierno “regulando” –imponiéndose coactivamente– el mercado a su favor. Por caso, Microsoft se enriqueció gracias a las leyes de copyright que otorgan el monopolio de una idea al más rápido en llegar a la oficina de patentes.
El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California