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Y no saber vestir

Escuchando a Gregorio Iriarte no pude menos que acordarme de lo leído estos días pasados en El País, de Madrid, acerca de la desvergüenza de una gente que ha estado enquistada en la dirección de un país, a su sombra, sin que nadie, al parecer, supiera nada y esto no es creíble. El monto de lo distraído, de lo ilegítimamente generado y repartido, de lo ganado de manera por completo asocial, es demasiado para que nadie supiera nada.

La red de favores debidos, de regalos suntuarios en halago de la vanidad es demasiado extensa, los pelotazos y plusvalías, los trenes de vida de una gente que, encima, enarbola valores morales y éticos y hasta religiosos cuando no sabe qué decir, resultan clamorosos.

No se trata ya del caso Gürtel, sino de una lacra social demasiado extendida: la política como un negocio particular de especulación y ganancia inmediata y solo eso. A estas alturas no veo yo el modo de convencer al ciudadano de que eso no es así.

"Un alcalde... uno de esos que no saben vestir", le decía uno con esa desvergüenza que da la impunidad a un sastre para hacerle unos regalos que le ablandaran la mano. Ablandar manos, comprar conciencias, enriquecerse sin límite a costa de la cosa pública.

Por lo visto, esa casta se divide entre los que saben vestir y los que no. Ahora ni basta ni vale tener y sostener ideas políticas, ni siquiera enmascararse con una voluntad del servicio al país o a la comunidad más mendaz que otra cosa. No, eso es secundario o cuando menos no vale por sí solo: hay que saber vestir. Saber o no saber vestir, esa es la cuestión política de primera orden puesta en circulación por una casta cuya más alta y precisa ideología es la ventaja y el parasitismo social. La camisa, la corbata, la gomina, el peluco, el puro, los zapatos a medida a más de 600 euros el par... Y elevar eso a categoría moral es el acabose.

A estas alturas, dimisiones, desautorizaciones, expulsiones, llegan demasiado tarde.

Vista la manera en que las investigaciones se desprestigian y los procesos se enredan en beneficio de los delincuentes, sería hora de admitir que algo falla en este sistema y que resulta necesaria una sólida "Ley contra la corrupción, enriquecimiento ilícito e investigación de fortunas". Pero por el momento la alta tarea de la jurispericia es tumbar a Garzón.