TIENE razón Cristiano Ronaldo: el partido del domingo fue una batalla nabal, con b. No una batalla campal, a palo limpio, recibiendo y repartiendo, sino una lucha en la que para ganar había que tener muchos bemoles, con b, por lo que se ponía en juego. Y ahí, Osasuna lo dejó todo sobre el césped y el Real Madrid no encontró argumentos para imponer su mayor calidad técnica, que la tiene y de sobra, ni tiró de testiculina (como hizo en Sevilla, por ejemplo) para ponerse a la altura del contrincante y demostrar que no se arruga. A Cristiano habría que responderle, después de unas declaraciones que suenan a falsas excusas, como hizo Camacho en la rueda de prensa cuando un periodista sorprendido le interrogó por los gritos que le dirige la grada desde el inicio del choque: "Usted es la primera vez que viene por aquí, ¿no?". En el caso del delantero portugués, era la segunda vez; pero ha tenido tiempo ya de informarse de que una de las señas de identidad de Osasuna es y ha sido su agresividad. Es posible que Ronaldo haya visto durante esta temporada a otro equipo; ese conjunto endeble muchas tardes, con poco carácter, falto de concentración, cabizbajo e inconstante. La diferencia es que el domingo asomó por la boca de vestuarios el Osasuna más genuino; el racial, el infatigable, el ambicioso, el desinhibido... Y ese plus llega a igualar contiendas tan desequilibradas como ésta. No es nada nuevo; en la historia del club hay cientos de ejemplos con el Madrid y con otros grandes de Europa.
Se equivoca Cristiano Ronaldo también cuando habla del exceso de patadas. El árbitro sancionó a Osasuna con ocho tarjetas amarillas, pero según la redacción del acta sólo tres fueron "por derribar a un contrario en la disputa del balón"; del resto, dos las justifica por "dejarse caer simulando una falta", otras dos por pérdida de tiempo y una más por protestar. Y no creo que Muñiz Fernández sea sospechoso de colaboracionismo con Osasuna, sino todo lo contrario: hasta puso el cronómetro al servicio de un posible empate merengue. Por otro lado, ninguno de los contendientes abandonó el terreno lesionado, por lo que cabe deducir que el juego fue viril, de mucho contacto, de marcar el terreno al contrincante, pero nunca violento y malintencionado. Sí es cierto que Osasuna se empleó más a fondo que en ninguno de sus más recientes partidos; a los rojillos les señalaron 23 faltas, cuando en Almería sólo cometieron 14, en Villarreal 8 y ante el Getafe 14. Es significativo también que ninguna de las televisiones que graba imágenes del encuentro incidiera ayer en esos lances del juego: no había por dónde hincar el diente para darle la razón al portugués. Hubiera sido más inteligente por su parte el reconocer que la línea defensiva de Osasuna, en particular Damiá cuando intentó arrancar por la derecha, le hizo una cobertura perfecta. Pero Cristiano parece dispuesto a exagerar el personaje que ha creado y a falta de otros títulos quiere ser el campeón de las antipatías. Y lleva camino de lograrlo.
iNsistE en el error Cristiano Ronaldo cuando compara el lanzamiento de balones desde la grada y de un par de mecheros con la agresión a Casillas en Sevilla. Lo de los balones no pasa de una treta de equipo de regional; sin embargo, sus gestos a la grada, el constante acomodo (en versión original de Hugo Sánchez) de sus genitales mirando al público y la teatralización constante le restan credibilidad a sus argumentos de mal perdedor y de competidor ventajista. Mal puede hablar de batallas, pues, quien se borra o no participa en ellas; quien se queja de las patadas y no muestra las cicatrices; quien reclama respeto pero desconoce el significado de esa palabra. En efecto, en El Sadar el domingo hubo fútbol recio, de disputa cuerpo a cuerpo por el balón, de choque, de porfía por ver quién se rajaba antes. Hubo batalla nabal, sí, pero Cristiano, no compareció. Prefirió quejarse y contar batallitas.