PAMPLONA. En un encuentro al rojo vivo, con un intercambio de golpes considerable en los instantes de mayor ímpetu de los dos equipos, Osasuna se aplicó al esfuerzo, no le ocultó nunca la cara a este Athletic agigantado por su trayectoria y atrapó una victoria magnífica, que le pone en órbita. La canción de la permanencia ya está más que sabida y ahora, por puro respeto a los méritos que vienen acumulando Mendilibar y los suyos, redirigir el objetivo de la campaña hacia una meta mayor es recomendable y obligatorio. El comportamiento del equipo así lo reclama.

Por encima de la mayor o menor influencia de la fortuna -el gol en propia puerta del Athletic-, de las intervenciones de los porteros -las apariciones milagrosas de Iraizoz y Andrés en cada portería-, de cualquier otra circunstancia del juego, el asunto principal para Osasuna es que supo estar a la altura de la marcha del rival, del ritmo frenético que impone el estilo Bielsa. El equipo de Mendilibar, en un partido muy complicado, también recobró la frescura argumental de su ideario de entrenador y se entregó a un partido sin desmayo, una delicia para su aficionado que fácilmente reconoció en los rojillos el fútbol que espera de ellos siempre. Abanderados de la causa estuvieron un paso por delante de todos Patxi Puñal y Raúl García, aunque en un grupo con ese aspecto pétreo resultó difícil encontrar una fisura. Y es que nadie podrá cuestionar el trabajo de los rojillos en pos del triunfo.

El autogol de Iturraspe en el arranque del partido le aclaró el panorama principal a Osasuna. Los rojillos querían un choque intenso y en ésas estaban cuando el centrocampista del Athletic cabeceó sobre su portería casi como un ariete. Cómodo con el balón con jugadores por delante, el equipo de Bielsa respondió con un susto gracias a uno de sus agitadores de nuevo cuño. De Marcos, a quien las bombonas de oxígeno no se le acaban nunca, se marcó una carrera loca -a su estilo- y lanzó un tiro ajustado que fue repelido por un poste. Para entonces, el Athletic había ofrecido algunas señales: disposición, carácter y ambición, pero también fuerzas contadas, un pelín de depósito en la reserva de algunos.

En medio de una imagen de equipo intachable, Raúl García estaba haciendo del encuentro una cuestión severa, en la que no permitía ni escaramuzas de los rivales ni la bajada de tensión del grupo propio. La intensidad del centrocampista le estaba llevando a participar en todas las acciones de peligro de su equipo, a pisar la zona caliente del área, a comprender que el esfuerzo de Nino requería algo más que envíos en largo, que necesitaba compañía. En otra jugada a balón parado, Raúl se coló entre los centrales del Athletic y señaló con la frente la ruta del testarazo que se marchó al fondo de la portería. En la recta final de la primera mitad, el equipo de Bielsa estaba roto, con muchos metros entre las líneas y a merced de un Osasuna que supo gestionar esa situación para crear nuevas oportunidades, imponer también su ritmo y su fondo.

El entrenador del Athletic no tenía que buscar mucho en el banquillo para ponerle apellido a algunas de sus soluciones. Fernando Llorente y Ander Herrera se antojaron buenos remedios ante la urgencia del marcador. Y a pesar de que Osasuna metió en el área a los rojiblancos en el segundo tiempo con una puesta en acción ambiciosa -ahí estuvo Raúl zumbándole a Iraizoz desde todas partes-, de la combinación del centrocampista y el ariete internacional se concretó un golazo inquietante. El tanto de Llorente a los diez minutos de la reanudación cambió la marcha apacible del partido para Osasuna que, curiosamente, solo pasó problemas de verdad en su portería con el tiempo casi terminado. En un final de locos, Andrés Fernández sacó una manopla prodigiosa en un remate cruzado de Muniain, el debutante Omwu se topó con Iraizoz en un mano a mano y aún Damiá tuvo que salvar camino del gol un mal despeje. Para estar arriba también hay que dejarse la piel. Como ayer.