Hace ya unos cuantos años había un anuncia de televisión que se preguntaba a qué olían las nubes. Es una respuesta que, ahora mismo, podría contestar cualquier aficionado rojillo que vive en una de ellas casi desde hace medio año, justo cuando el Málaga visitó El Sadar.

Eso sí, cada uno puede que te conteste una cosa diferente, porque hay para elegir. Unos te dirán que ese olor tiene que ser a algo parecido al pase de Rober entre líneas a Rubén García. Otros que es más parecido a la cabalgada del menudo centrocampista para empatar el encuentro.

Habrá quienes contestarán sin dudar que eso tiene que ser algo parecido al extraordinario pase de Íñigo Pérez a lo Laudrup, mientras que también tendrá sus adeptos la definición de Villar para llegar a su decena de goles (una veintena entre él y Torres, se dice pronto).

Pero es que hay más. Está la lucha en el centro del campo de Oier, el crecimiento y la seguridad que dan los dos centrales, la progresión de Nacho Vidal (pena de amarilla que le hará perderse la semana que viene el encuentro cuando está a un nivel sublime)... y así se podría estar enumerando virtudes de este Osasuna y de su entrenador hasta bien entrado este periódico.

Y es que lo mejor es eso, que es muy complicado destacar a alguien por encima de un bloque conjuntado, que trabaja como si de una máquina perfectamente engrasada se tratase dirigida por un entrenador que parece que nació para dirigir a este equipo y que tiene una incidencia muy grande en los resultados con su capacidad para leer los encuentros y realizar los cambios. Ayer lo volvió a hacer, tanto con Íñigo como con Brandon. Incluso con Aridane para detener el arsenal aéreo local del final.

Enfrente había un equipo que, cuando visitó El Sadar, llevaba a Osasuna 12 puntos de ventaja y un 0-1 en el marcador. Pero como dijo aquel: “la cosa no era tan sencilla, viniste confiado y se dio vuelta la tortilla”.

Y vaya si se ha dado. Osasuna está en uno de sus mejores momentos de los últimos años, sino el mejor. Tanto es así, que tiene a todos los aficionados en una nube.

¿Lo mejor? Que, ni el equipo, ni por supuesto su entrenador, están. El grupo está con los pies en el suelo, trabajando diariamiente para seguir acercando el sueño a la realidad. Y como sigan así, a ver quién los para.