ir al estadio como ir a una fiesta. En eso ha convertido Osasuna los partidos en El Sadar. La gente acude al campo a ver ganar a su equipo, pero también a pasar dos horas divertidas. Y cuando el camino para conseguir lo primero (los puntos) no es el más emocionante, pues disfruta con la animación y con esos cánticos que llevan camino de engrosar el hit parade de la historia del club. Porque ayer, el ambiente estuvo por encima de un encuentro que no salió todo lo bueno que la parroquia podía esperar ante uno de los rivales más débiles y con menos recursos de la categoría. En realidad, los que estaban en el verde tenían más interiorizada la importancia de salvar el compromiso como fuera -más aún por los traspiés en cadena de sus rivales- que una hinchada que, pese al palo de Tenerife, ve a su equipo con sobrados recursos para salir de cualquier apuro. Sobre todo en El Sadar. De ahí que si el juego languidece, la masa coral entona El Humahuaqueño, vieja melodía de reminiscencias andinas que recupera la escenografía ochentera del Hola don Pepito, hola don José e implica la participación de todo el estadio. Será casualidad, pero hasta la versión del Cara de gitana retrotrae a quienes tienen más de cuarenta años a aquel ambiente de finales de los setenta e inicios de los ochenta cuando la interpretación vanguardista que del fútbol hacían Pepe Alzate y sus chicos rompía moldes; de cuando El Sadar comenzó a escribir su leyenda de feudo inexpugnable, de terreno hostil a los grandes, de ambiente jaranero y diferente a todo lo conocido en la época. Aquellas tardes son inolvidables. Y estas, las de ahora, llevan un camino parecido.

Es el fútbol lúdico. Es la suma de muchas cosas bien hechas. Es haber rescatado los valores de Osasuna y de compartirlos. No me extraña que los jugadores tengan ganas de bailar al final del partido al son que marca la grada. Ese ambiente contagia, invita al disfrute, a no hacer del fútbol una práctica ruda y agónica (aunque haya días que no quede otro remedio). Los rojillos buscan la pared, la llegada en combinaciones, el pase de la muerte, el tuya-mía (que en algunas acciones deriva en el mía-mía porque todos buscan su momento de gloria, su golito). Ya no basta con que te aplaudan por correr sin desmayo (Brandon) o por perseguir un robo de balón (Rubén García), parece que el futbolista también quiere emocionar a la concurrencia con lo inesperado, con lo exquisito, con esos pases de tacón que Arrasate definió ayer con gran acierto como “el juego valenciano” por el empeño que ponen Rober Ibáñez, Nacho Vidal y Rubén García en repetir la suerte. No me parece mal, pero un poco de contundencia habría venido bien ayer (y en Tenerife) para dejar resuelto el partido en el inicio de la segunda parte.

Pero no sé si podemos pedir más al entrenador y a la plantilla, porque solo hay que mirar la clasificación y los datos de sus prestaciones, sobre todo como local. No se trata de ser más ambicioso, sino de ser justos con quienes han puesto al equipo en lo más alto. Osasuna enfila la senda de Primera; El Sadar es una fortaleza; el ambiente de la afición es único e inimitable: para ir camino de los cien años, este anciano goza de buena salud. ¡Que no pare la fiesta!