En minutos de dudas, fe. En situaciones de agobio, más fe. En tiempos de todo o nada, mucha fe. ¿Pero quién le quita al osasunismo ese sentimiento agonístico, ese ‘ya verás como algo sale mal’ que nos viene persiguiendo históricamente...? Nunca hubo un éxito final por anticipado, una celebración de víspera o una fiesta programada. Y si la hubo nadie la recuerda porque aquí lo grande ha sido subir o no bajar en la última jornada. Casi en el último minuto. Para Osasuna, ganar, alcanzar los objetivos, siempre ha estado envuelto de dramatismo, de intriga. De ahí que partidos como el de ayer los hayamos visto una y mil veces. Ese parece que no pueden para acabar pudiendo es muy propio de Osasuna, de un equipo que no regala tranquilidad ni partidos cómodos, sino todo lo contrario. Y este es el Osasuna de las remontadas. Ni siquiera cuando presumes de líder aventajado de la categoría tienes un respiro; porque hay ocasiones en las que el equipo entra en amnesia, es uno y luego es otro, pero termina, al menos este año, por ser él mismo. Con suerte, sí; después de que el rival le rematara una decena de veces a puerta, también; pero poniendo las cosas en su sitio con un golpe seco, sorprendiendo en una jugada a balón parado o en un pase al segundo palo. Cuando ya casi nadie creía. Hombres de poca fe...

La fe de David García. Para reinventarse con cesión de por medio, para serenarse después de una expulsión (ante el Elche en la primera vuelta) que levantó un runrún de dudas sobre su madurez y templanza para ser el central que apuntaba en la temporada del ascenso. Pero lo de este chico viene de lejos, de cuando el milagro de Sabadell. Porque para que Javi Flaño marcara el gol salvador hubo antes un cabezazo premonitorio de David García, el del 2-1. Ese zapatazo de ayer con la izquierda era una sacudida para espantar viejos fantasmas, no para reivindicarse porque ya no le hace falta. Es el central que nos había anunciado.

La fe de Roberto Torres. Después de un partido gris, como el resto del equipo, de no tener el protagonismo que requería la ocasión, el centrocampista salió de la nada para ganar el partido. Como en Soria para atrapar un punto. Haciendo magia. De la bota a la red: pasa, pasa, pasa. No pregunten por dónde. Torres, después de David, puso a Osasuna en la órbita de Primera, en una galaxia ya casi inalcanzable para el resto de rivales. Dos jugadores salidos de la cantera, ahí donde la confianza, la fe, puede convertir a un muchacho prometedor en un buen futbolista si se cree en él. Y ahora, con seis en el once inicial, ya se cree.

Y la fe en Arrasate. Porque es curioso lo extendida que está la creencia de que si algo va mal, el entrenador ya lo arregla en el descanso con unos retoques y metiendo luego unos cambios. Eso da tranquilidad, aunque observando el desarrollo del segundo tiempo las dudas acamparon entre los aficionados, que veían en Rubén Martínez al único que podía sostener el empate. Pero se equivocaban; Arrasate sacó a Juan Villar no para que hiciera el gol redentor sino para que diera la asistencia a Roberto Torres. ¿O no?

¿Hay alguien que hoy no crea que Osasuna va a subir como campeón de Segunda? Pues pónganle un poco de fe...