Acabó el partido Osasuna como Fran Mérida: ofuscado, destemplado, rabioso consigo mismo, fuera del partido, enfadado con el mundo, enfilando el vestuario con un malhumor que hacía hervir la sangre. Todos esperaban más de este partido en Granada, también Mérida. También Arrasate. Pero los últimos veinte minutos sacaron la peor versión de Osasuna: pérdidas de balón constantes, débiles en la lucha individual, sin llegadas al área, concediendo mucho en defensa, acelerados en la toma de decisiones y físicamente muy justos. Hacía tiempo que no veía un tramo de partido tan aciago, tan alejado de la personalidad del equipo. Es como si la secuencia de ocasiones protagonizadas por Torres, Brasanac y Adrián hubiera encendido la alerta de Diego Martínez, pusiera orden con los cambios en su tropa y, como ya vimos aquí, echara el candado y fin del partido porque ganamos 1-0 y yo busco puntos y no exquisiteces. Y Osasuna entró en estado de excitación. Arrasate modificó el eje del equipo, cambio a los peones de brega por los maestros pero salió la peor cara de Osasuna. Ni jugó. Ni llegó. Ni remató. Este desenlace lleva a preguntarse si el entrenador rojillo erró al confeccionar una alineación en la que aparecía Brandon tras no ser convocado en los dos últimos encuentros, con Brasanac pegado a la banda izquierda y con Moncayola de pareja de Oier en lugar de Mérida. El desarrollo del partido, sin embargo, demostró que Arrasate no andaba descaminado; si examinamos las claras oportunidades de que dispuso Osasuna o cómo hizo recular al rival conforme avanzaba la primera parte o ese tramo del segundo periodo con el magnífico disparo de Torres desde medio campo que sorprende a Rui Silva pero este encuentra el auxilio del larguero en su apurado despeje, con todo eso daba para más. Ahora bien, podemos darle la vuelta al argumento. Quiero decir que si Arrasate opta por una alineación más clásica, con Mérida desde el inicio (es difícil justificar su suplencia porque ningún otro compañero tiene su creatividad), Brandon en banda y Adrián acompañando al Chimy, hubiera salido otro partido. Lo que no arregló nada, cuando había que forzar la búsqueda del empate, fue meter en el campo a un Mérida desconocido, a un Adrián frío y a un Juan Villar que no llegó a intervenir. En resumen, habría que decidir si el entrenador se equivocó por el principio o por el final.

Hasta ese minuto 70 no vimos a un Osasuna tan distinto a lo acostumbrado en su presión, en la ambición por llegar al área, por disparar a puerta y por mantener el equilibrio defensivo. Sería injusto decir que asistimos a un partido desastroso. ¿Qué falló entonces? Falló la calidad que no iluminó a Brandon cuando se vio cara a cara con Rui Silva y no salvó la llegada por detrás de Duarte; falló la poca pericia en el rechace posterior de Brasanac. Falló Chimy Ávila y no por egoísmo o por excesos, sino por incomparecencia en el juego. Falló, como ante el Villarreal, la defensa a un saque de falta lateral que acaba en gol. Demasiados errores para un equipo que necesita repetir oportunidades para marcar.

Esta vez no hay empate que celebrar, ni botella medio llena o medio vacía. Es una derrota dura porque saca a la luz fisuras en el juego del equipo, en la estabilidad de su rendimiento. Como si de pronto hubiera sido víctima de un ataque de nervios después de este equilibrado inicio de liga. Toca hacer terapia. También a Braulio.