Fue un 1 de junio de 1980, hace hoy 40 años. Osasuna ascendió a Primera División en el estadio de La Condomina, en Murcia, con un gol para la historia marcado por Txuma Rández. Osasuna inauguraba aquella tarde una etapa inolvidable. Aquel equipo de principios de los ochenta ha quedado grabado en la memoria, por su juego alegre y combativo en el Sadar, por el tridente formado por Echeverría, Iriguíbel y Martín, por la templanza de Clemente Iriarte, la fuerza de Esparza o Mina, el carácter de Rípodas, o el pulmón de Lumbreras. A las órdenes de estos jugadores estuvo un entrenador también muy recordado, Pepe Alzate.

Le acuñaron el apelativo de "valor". Gracias a su fe en la cantera y a su sentido del espectáculo, Osasuna hizo caja con él. Veinticinco mil almas abarrotaban cada domingo el estadio en comunión con 11 jugadores. El Sadar se convirtió en territorio comanche, con aquellos 11 indios que salían al campo resueltos a tender una emboscada al equipo rival. Alzate fue un trabajador del fútbol. Primero jugador, luego entrenador y finalmente entrenador de entrenadores. Este osasunista de pro tuvo una primera experiencia desafortunada como segundo entrenador de Luis Ciáurriz en la temporada 1975-1976, marcada por la enfermedad y fallecimiento de este, y que terminó con el descenso de Osasuna a Tercera. Tres años después, un día recibió la llamada de Fermín Ezcurra para que regresara al equipo rojillo como segundo entrenador. Alzate, con 36 años en aquel momento, aceptó la envite. Aquel verano de 1979 Osasuna estaba en Segunda, y el primer entrenador iba a ser el yugoslavo Straten Petkovic. Sin embargo, problemas burocráticos al término de la pretemporada impidieron finalmente a Petkovic dirigir a Osasuna. La directiva rojilla confió en Alzate. El nuevo entrenador rojillo era consciente, cuando asumió las riendas del equipo, de los temores que generaba esa falta de experiencia en la Segunda División. Pero tenía las cosas claras y confiaba en su forma de entender el fútbol. No iba a ser fácil; los primeros encuentros solo alimentaron esas dudas. No sería hasta el segundo partido en casa, con un 6-0 frente al Huelva, cuando esas dudas comenzaron a disiparse. Osasuna estaba en disposición de luchar por el ascenso, aunque el periplo del equipo en aquella temporada no fue un paseo triunfal, sino un camino complejo cuyo premio no llegaría hasta la última jornada. Antes un hat-trick de Echeverría al Castellón permitió mantener las opciones de ascenso en aquella histórica visita a Murcia, un conjunto ya ascendido. Y un gol de Txuma Rández, en presencia de 5.000 seguidores osasunistas, certificó el pase a Primera. El recibimiento a la expedición osasunista, fue "inenarrable", en palabras del propio Alzate y Pamplona y se convirtió en una fiesta.

Los ingredientes del método Alzate aseguraban espectáculo: fútbol de ataque, rápido, sorpresivo e intenso. Los cimientos estaban levantados para competir dignamente en Primera sobre la base del mismo bloque de jugadores canteranos.

Alzate tenía clarísima su apuesta por la cantera. Por su edad, formó parte de un relevo generacional en los banquillos del fútbol español, junto con Clemente (que llegó al Athletic en la temporada 80-81) y Ormaetxea, de la Real Sociedad, dos equipos campeones a base de jugadores de casa. Futbolísticamente lo tuvo claro desde el principio: el planteamiento tenía que ser ofensivo. La base conceptual de su fútbol se fundamentaba en la necesidad de aprender a divertirse en el campo. Si se disfrutaba se rendía más, si se rendía más se disfrutaba; ese fue el círculo virtuoso de aquella época. La segunda condición para el éxito era la conjunción del equipo. Y la tercera, el trabajo diario.

Alzate se declara un enamorado del fútbol inglés de los ochenta. El entonces entrenador rojillo llegó a la conclusión que con ese tipo de juego, de largos desplazamientos de balón y mucha verticalidad, los rojillos eran capaces de dar el máximo. Para ello, eligió el sistema del 4-3-3, entonces en boga, y dotó a aquel Osasuna de un estilo desbordante. Una coreografía de pases y movimientos aprendidos y trabajados, en entrenamientos con mucho balón, sobre la base de un fútbol directo y agresivo que se desplegaba por las bandas. Con intercambios de posiciones que desarmaban al equipo rival. La primera media hora era una explosión de juego y de goles. Presión asfixiante, y simbiosis con la afición, sobre dos máximas muy sencillas. La primera: "El éxito es crear el mayor número de ocasiones". A más ocasiones, más posibilidad de hacer gol. Y la segunda: "Si para llegar al punto de penalti necesitamos 20 toques, estamos perdiendo seguramente 16". Así que el balón circulaba rápido entre líneas, por ejemplo, de Macua a Clemente o a Bayona; de ahí, a los extremos Echeverría o Martín, que nutrían a Iríguibel, pichichi de Segunda con 19 dianas en la temporada del ascenso.

En el método de Alzate, el portero tenía que sacar rápido. Si el ataque del equipo rival había venido por la izquierda, el reinicio del juego osasunista partía de la derecha. Alzate pedía a sus laterales que partido a partido intentasen subir un mayor número de veces a la portería contraria. En aquel Osasuna, el jugador que pedía con un grito el balón sabía que no lo iba a recibir. Se trataba de despistar de todas las maneras posibles al rival. Entre la sucesión de ataques trenzados desde los extremos, el agobiante pressing defensivo y el sonido ambiente de la afición, el equipo rojillo no dejaba pensar al rival. Se trataba de salir enchufados desde el primer minuto. Sin contemporizar y sin regates innecesarios, para que funcionase el engranaje de los pases y desmarques. "Si vas con balón atraes al contrario. Si vas sin balón le sorprendes", analiza Alzate. Este era su fútbol: acciones combinativas para intentar resquebrajar y amedrentar la defensa rival cuanto antes. "Si necesitas dos toques cuando podrías resolverlo en uno, estás perdiendo el tiempo, haciéndoselo perder a los compañeros y dando bazas al adversario". Esa era la tesis de Alzate.

Así que Osasuna salía en tromba. de hecho, llegar cinco minutos tarde al estadio de El Sadar conllevaba el riesgo de perderse el primer tanto. Transcurridos veinte minutos de auténtica ciclogénesis, un silbido del míster era la señal de pasar a replegarse y dejarse dominar por adversario, para unos minutos después volver al ataque en tromba y de nuevo sorprender al rival.

Nunca se iniciaba y se terminaba una jugada en la misma banda, el balón cruzaba el campo de un lado a otro mediante aplaudidos cambios de orientación. El pase no debía ser una casualidad, o el resultado de una inspiración espontánea, sino el engranaje de un juego concatenado en el que todos los jugadores debían tener muy claro a qué atenerse. En los entrenamientos de los viernes, Alzate solía convertir a los defensas en extremos y a los extremos en defensas, para que todos tomaran conciencia del efecto de los desmarques. Así, los atacantes comprobaban lo duro que es defender y los defensores lo difícil que es atacar. Esa solidaridad en el esfuerzo fue otra clave de ese Osasuna. Un equipo tan ofensivo, para no perder el equilibrio, debía poder aplicarse rápidamente en labores defensivas. El desgaste físico era enorme, pero se trataba de que fuera aún mayor para el equipo rival, obligado duirante muchos minutos a correr a la contra sin tocar balón. "En la primera parte, durante unos veinte minutos, cada vez que nos robaban el balón íbamos a un pressing total, para poder recuperar la pelota, tratando de robar el balón desde que estaba en los pies de los centrales o de los laterales rivales". Después, a iniciativa propia, se aligeraba algo esa presión. "Nos convenía no dominar demasiado, porque si dominas demasiado al rival no le das opción a salir". A partir de ahí, la estrategia defensiva pasaba por el marcaje en zona. Presionando con menos intensidad, el rival pensaba que los rojillos ya no eran capaces de mantener el mismo derroche físico, y caían en una trampa. Pasados diez minutos, volvía la intensidad total durante el último cuarto de hora de la primera parte. Tras el descanso, vuelta al pressing total, nuevo intervalo para replegarse, y últimos minutos para tratar de finalizar atacando.

Toda la estrategia táctica de Alzate estaba impregnada de una razón psicológica de fondo. Dar la iniciativa al adversario era desvaluar a tus propios jugadores y restarles autoestima. Esa innovadora preocupación por la psicología deportiva dio lugar a que Osasuna se convirtiera en 1980 en el primer equipo que oficialmente contó con la figura de un psicólogo: Ignacio Ventura, lo que aún vino a fortalecer más una cultura de equipo que hoy, un lunes de efeméride, en año de centenario, merece la pena recordar. Y rendir dentro de aquel plantel, cargado de méritos individuales, un pequeño homenaje a un entrenador innovador, orgulloso de su osasunismo, que ama profundamente la teoría y la práctica de este deporte. Convencido de que "el fútbol crecerá siempre", por lo que que siempre hay cosas por aprender e innovar.

Aquel Osasuna ofrecía en casa una combinación de fútbol ofensivo, rápido y de desmarques basado en la confianza y la preparación

El pase no podía ser fruto de la casualidad o la ocurrencia de turno, sino el engranaje de un juego conjuntado al que todos debían atenerse