Los jugadores de Osasuna templan el ánimo ante la novedad que se les viene encima en los encuentros a puerta cerrada, la normalidad obligatoria a la que se ve abocado el fútbol para que la pandemia siga estando controlada, porque la reunión de personas y la disminución de las distancias constituyen una mezcla letal.

Los jugadores de Osasuna de este siglo entrenan sus emociones para estos días de fútbol raro, pero sus mayores, hace unas décadas, ya lidiaron un encuentro con el vacío en las gradas y la misma obligación de puntos pesando en la mochila.

Aquel histórico partido a puerta cerrada de la centenaria vida de Osasuna fue el que se jugó en La Romareda frente al Real Madrid el 3 de mayo de 1989. A aquella situación inédita se llegó como consecuencia de la suspensión del partido de Liga de la 20ª jornada que se disputó en El Sadar el 20 de enero de ese año.

El partido quedó suspendido en el minuto 43 por el árbitro, el tinerfeño Mauro Socorro González, "por los ininterrumpidos lanzamientos de objetos al terreno de juego", expuso en el acta. El dichoso encuentro es el famoso de los petardos contra Buyo, portero del Real Madrid, asunto que también se ha convertido en argumento reiterado del periodismo amarillo, casposo, poco imaginativo y recalcitrante cada vez que los merengues deben jugar por aquí y se habla o de chupinazos en El Sadar o de petardazos. No hay más.

En aquel día de enero de 1989, la suspensión fue decretada por Socorro González después de que un petardo estallara junto a Buyo. Tres minutos antes, el cancerbero se había quejado de haber sido alcanzado por un objeto en la parte posterior del cuello. El portero gallego se lo mostró a Socorro González, que advirtió al delegado de campo, por Daniel Zariquiegui, que suspendería el partido en caso de producirse nuevos incidentes, como así ocurrió. Al equipo que entrenaba Pedro Mari Zabalza le suspendieron el partido cuando iba por delante en el marcador (1-0), gracias a un gol de Pizo Gómez en el minuto 35.

El comité de Competición, en una larga reunión de cuatro horas, dictaminó que el envite se jugara a puerta cerrada en el estadio de La Romareda, con fecha 8 de marzo. Pero el Real Madrid dijo que esa fecha no era propicia, que estaba entre la ida y la vuelta de la Copa de Europa. El Comité de Apelación, el 8 de febrero, ratificó que se debía jugar a puerta cerrada y aceptó que no se jugara el 8 de marzo "si ambos equipos se ponían de acuerdo". Las relaciones entre directivas eran cordiales y el partido se disputó, finalmente, el 3 de mayo. Para entonces, los de Beenhakker habían administrado una ventaja de cinco puntos, y quedaban ocho jornadas para el final. El Madrid andaba lanzado.

El partido en La Romareda -los 47 minutos que se disputaron- resultó una curiosidad como vivencia y una fatalidad en lo deportivo para Osasuna. A los rojillos se le escapó la victoria -dos puntos entonces- a cuatro minutos del final con un gol de falta de Hugo Sánchez al que no hubo VAR que le pudiera echar la rúbrica de legalidad ya que el árbitro Socorro -al que por sus malas actuaciones su apellido le supuso casi un mote porque producía gritos de auxilio en los equipos- lo validó rápidamente.

Lo puramente ambiental sí fue una rareza por las condiciones en las que se disputaron los minutos de traslado de Pamplona a Zaragoza. Los medios de comunicación recibieron acreditaciones especiales y únicas para el encuentro -una tarjetita de color verde plastificada- y asistieron al partido alrededor de 500 personas -350 eran periodistas- bajo un estricto, férreo y exagerado control policial. Sin público, las expresiones de los miembros de los banquillos y de los representantes de los equipos en el palco llegaban con nitidez hasta el terreno de juego. El ruido de las pugnas en el césped devolvieron a los que estaban en la grada la inusual sensación de proximidad. También algunas palabras poco amables de Michel y Schuster retumbaron en las gradas.

Algún miembro de la Federación Navarra de Fútbol y directivos de Osasuna estuvieron entre los pocos espectadores. Especialmente activo se mostró el entonces concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Pamplona, Alfredo Jaime, que aplaudió a los suyos y no se cortó con los blancos. "No me gusta chillar y suelo ser un aficionado tranquilo, pero esto ha sido vergonzoso", dijo al final del partido en alusión a un codazo de Chendo a Pizo Gómez que se merecía la tarjeta roja -a los cinco minutos de iniciarse el segundo tiempo-, un penalti de Buyo a Bustingorri -minuto 47- y el gol de Hugo Sánchez en el minuto 86 del segundo tiempo que solo Socorro vio en el campo. Y a casa con el recado.

El presidente del Comité Nacional de Árbitros, José Plaza, insinuó días después a Socorro González la conveniencia de que se retirara tras recibir esta temporada dos advertencias por sus malas actuaciones. Definitiva fue su maña actuación en el partido a puerta cerrada de La Romareda. "Socorro González no ha tenido demasiada suerte este temporada. Se lo dije cuando le llamé después de que dirigiera la reanudación del Osasuna-Madrid", le sentenció Plaza.

LOS DATOS

La suspensión. El partido entre Osasuna y Real Madrid de la 20ª jornada de Liga de la temporada 1988-89 se suspendió por el lanzamiento de objetos a Buyo. Era el 20 de enero y los rojillos iban ganando 1-0.

La reanudación. Los 47 minutos restantes se jugaron a puerta cerrada en La Romareda, el 3 de mayo (1-1).

OSASUNA Roberto; De Luis, Pepín, Castañeda; Merino, Martín González, Sola (Morón, minuto 83), Bustingorri, Arozarena; Pizo Gómez y Roberto Elvira.

REAL MADRID Buyo; Chendo, Sanchís, Gallego, Esteban (Paco Llorente, minuto 67); Míchel, Martín Vázquez (Losada, minuto 84), Schuster, Gordillo; Butragueño y Hugo Sánchez.

Goles 1-0, minuto 35: Pizo Gómez, en el partido disputado en El Sadar en enero. 1-1, minuto 86: Hugo Sánchez, de falta directa desde el borde del área.

Árbitro Socorro González. Tinerfeño.

Estadio La Romareda. Alrededor de 500 personas (periodistas, federativos y clubes).