ay partidos de fútbol que salen como los combates de Ali. No creo que responda a una táctica preestablecida de Jagoba Arrasate, sino que se corresponden con la seguridad y la fuerza de unos y el agotamiento de los otros. El mítico campeón de los pesos pesados desquiciaba a su equipo de preparadores cuando recostaba su corpachón contra las cuerdas, cubría con la guardia muy cerrada los costados y la cabeza, y aguantaba impávido la tormenta de golpes de su contrincante. De vez en cuando asomaba la cara entre los guantes, dibujaba en su rostro una sonrisa burlona y le preguntaba a su adversario si no sabía pegar más fuerte. Esa actitud pasiva ante la avalancha de fútbol fue la que asumió ayer Osasuna en la segunda parte, solo que al contrario de Ali el Leganés atizaba duro y ganaba de largo a los puntos. Si fuera por eso, por el empeño y la calidad aplicada al juego, el equipo madrileño era acreedor a la victoria. Pegó y pegó en busca de una victoria que le conmutara parcialmente su condena al descenso, pero no dio con el golpe de gracia, ese que busca el mentón o provocar el ahogo con un impacto en un órgano vital. El Leganés no pudo impedir que Osasuna llegara entero al último asalto y, claro, pasó lo que pasó.

De repente, cuando el adversario acusaba la fatiga provocada, no tanto por los golpes recibidos sino por el desgaste de descargarlos, cuando las manos quedan insensibles y los brazos son de plomo, Ali abandonaba la protección de las cuerdas, comenzaba su danza de saltitos y pasos cortos, y martilleaba con voracidad de caníbal el esqueleto de su oponente. Una táctica suicida, si se quiere, pero desplegada por el mejor boxeador de la historia. Con esa misma estrategia, Osasuna permaneció acorralado en su área hasta el minuto 92. El acoso del Leganés moría en ganchos bien armados, pero que no impactaban; y si conseguían salvar la guardia, aparecía Sergio Herrera para ponerse como escudo. Cuando el cuarto árbitro levantó el cartelón, este no señalaba el asalto número 15 sino el 6 de los minutos de recuperación. Lo mismo da. Para Osasuna fue el momento. Primero, un pase de Barja a Cardona, que envía la pelota contra el pecho de Cuéllar; dos minutos después, Gallego saca un directo con enorme fuerza y colocación que deja tambaleándose junto al palo al portero del Leganés; en el consiguiente saque de esquina, Gallego explota toda la capacidad de su físico -y para entonces ya había corrido muchos kilómetros y recibido bastantes palos- y tumba al Leganés de un soberbio cabezazo. No dio tiempo ni a contar los diez segundos de rigor; al contrincante ya no le quedaba ni tiempo ni energía para continuar en pie: lo había dado todo pero estaba KO. Al árbitro solo le faltó levantar el brazo del 11 rojillo como protagonista de la victoria.

La actitud de Osasuna durante el combate no fue tan distinta, en términos generales, a la adoptada en Mendizorrora. En Vitoria, el equipo preparado por Arrasate terminó mucho más entero que su rival; y algo parecido ocurrió en Anoeta en los últimos minutos, con lances para poder ganar. Quizá solo es cuestión de suerte, pero en Osasuna también pesa la certeza de que la misión está cumplida, de que el objetivo se ha alcanzado. Habrá que entenderlo así para justificar el rendimiento de algunos futbolistas que, como Estupiñán, parecen estar pensando en otras cosas. No es el caso de Enric Gallego, más cercano a la ficción de Rocky que a la mística de Muhammad Ali. Pero cuando pega, pega.