asaban unos minutos de las siete y cuarto de la tarde cuando comenzó a tomar cuerpo el prodigio. Casi diez meses después, la sangre de Braulio Vázquez se licuaba sobre un folio imaginario en el que a finales del pasado mes de julio, año I de la pandemia, dejó impreso aquello de "firmaría en sangre ser el decimoséptimo" al final de la Liga. A esa hora, el Huesca recibía un segundo gol en Cádiz que resultaría decisivo para el desenlace del encuentro y para cerrar la permanencia ya matemática de Osasuna. El acontecimiento, que era perceptible desde hace unas jornadas, cuando Osasuna alcanzó los 40 puntos, se hizo realidad poco antes de saltar al césped de San Mamés. Como la sangre de San Genaro en Nápoles (que también se licúa a primeros de mayo) o la de San Pantaleón en el Monasterio de la Encarnación de Madrid, la de Braulio Vázquez, en bolígrafo o pluma, anuncia esa porción de milagro que supone el asentamiento de los rojillos en Primera, acompañada en lo terrenal por la enorme porción de esfuerzo que supone alcanzar esa conquista, clave ahora para el futuro del club. "Osasuna ha crecido, pero debemos ser autoexigentes si queremos mejorar", abundó en aquella ocasión el director deportivo. Esa mejora, sin embargo, no se ha percibido en la regularidad del equipo, con un largo tramo en sombra (la tercera parte del Campeonato ni más ni menos), en permanente búsqueda de un sistema de juego y de un bloque definido. Es cierto que las lesiones han castigado mucho a la plantilla y eso ha condicionado una temporada de rachas, de acelerones, que han deparado un final de temporada sorprendentemente tranquilo gracias al colchón de puntos. Pero por encima de todo ha habido solidez en los objetivos y en los planteamientos. Había que llegar hasta aquí y eso es como celebrar un título.

La mano de Braulio, que vive los partidos como un martirio, es responsable de ese rendimiento como encargado de proveer a Arrasate de elementos que le permitan armar un equipo. En esa tarea, ha arrastrado durante buena parte del curso el déficit de no haber reforzado ambos laterales en verano. Con Juan Cruz -por el que se pagaron 2,75 millones más otros 250.000 euros por la permanencia- sin asentarse nunca como dueño del puesto, y la tan sorprendente como anónima llegada de Ramalho, solo cuando Nacho Vidal ha recuperado su mejor forma y tras el desembarco de Manu Sánchez en invierno, la defensa se ha parecido a la del pasado curso. Jony ha jugado poco y no ha aportado lo que acredita su currículo. De los delanteros, Budimir es más eficiente que un Calleri que sufre el cambiar cada año de equipo. Y Torró ha sido de todos los nuevos el más regular.

Dicho esto, tengo para mí que Braulio no cree en los milagros y trabaja con antelación. Cuentan que ya tiene atado el primer refuerzo para la próxima temporada, sobre el que guarda una total discrección. Salvo los jugadores de la casa, esta es la plantilla a la que él, para lo bueno y para lo malo, ha dado forma en los cuatro últimos años. Y por decirlo todo, los recién llegados de Tajonar, como Moncayola y Javi Martínez, ya estaban ahí cuando él firmó por Osasuna y se aventuró entonces a decir que en Tajonar no había nada. Pues sí que había. Ni más ni menos que la sangre que va a alimentar a Osasuna. Otro milagro.