os prolegómenos son importantes para alcanzar un final gratificante. Algunos estarán pensando ya en sexo: yo también. Pero esa actitud es aplicable al ratico del vermú antes de una agradable comida con amigos, a la actuación del grupo telonero que debe meter en ambiente al público congregado en un concierto de fuste o al metódico calentamiento previo a una prueba de atletismo. El fútbol no queda al margen de esos estudiados movimientos preliminares, a la relevancia de preparar el terreno, sobre todo cuando la cita tiene una extraordinaria carga emocional. Y por ahí comenzó a ganar Osasuna el partido de ayer. Para empezar, el retorno del público al estadio sin restricciones de aforo ya anticipaba un ambiente especial, el de recobrar hábitos aparcados durante diecinueve interminables meses. Así fue; los accesos a El Sadar bullían una hora antes del comienzo del encuentro. La marea de camisetas rojas formó un anillo alrededor del remozado recinto, lo más cercano en gentío a los Sanfermines que se ha visto en Pamplona en los dos últimos años. Casi 20.000 personas. Un registro histórico. Volvían los tambores, las banderas y las canciones que ponían la banda sonora al fútbol precovid. La acústica del estadio hacía el resto. Luego, el club calentó las gargantas de los aficionados con un vídeo de los mejores momentos del equipo. Pero lo que encogió los corazones fue el minuto de silencio en memoria de los fallecidos en la pandemia, de quienes no han podido volver a este fútbol de mascarilla y puertas abiertas. Había que ganar: por los que estaban en el campo y por los que ya no están. Y Osasuna lo consiguió, sin hacer buen fútbol pero siendo fiel a su espíritu irreductible, insistiendo hasta el último segundo, moviéndose en lo que siempre ha sido su normalidad.

La importancia de los prolegómenos. La historia del partido no termina ahí. En el minuto 85, Arrasate retira a un renqueante Torró -ayer completó uno de los mejores partidos desde que está en Osasuna- y mete en el campo a Cote. El lateral entra a la carrera y agita un dedo en el aire recolocando a sus compañeros. Manu Sánchez avanzaba unos metros su posición. Con el tiempo reglamentado consumido, Sergio Herrera golpea la pelota en largo una vez más en un partido en el que Osasuna ha realizado un pésimo ejercicio en la salida de balón, incapaz de entregar un pase preciso, fallón hasta en el saque de centro. Chimy hace uno de sus vuelos al vacío y ahí llega un primer centro de Javi Martínez. En esa foto ya aparece Manu en el área, un infiltrado al que nadie presta atención. Como a Cote, que pone el balón sin presión del rival. Los centrales persiguen a Chimy y a Kike García y, por un momento, Manu, que sigue solo y congelado en la foto, se siente Sabino, Iriguíbel y Pandiani, todos a la vez, golpea con la cabeza, el balón respira en el fondo de la portería, la gente grita, algunos se cubren la cara con las manos (¿lloran?), los que silban a Chimy se abrazan con los defensores del argentino, Arrasate corre la banda emulando a Mourinho... El estadio pasa en menos de dos horas del silencio respetuoso al éxtasis desbordado, a la irrefrenable celebración del final de la pandemia. Era un día para recordar y festejar. Para cuidar los detalles previos y acabar en el clímax. Todo salió bien. La vida sigue.

Reunión de Chimy con aficionados de Graderío Sur. Ocurrió antes del comienzo de temporada. Un grupo de aficionados que se ubican en Graderío Sur mantuvo un encuentro con Chimy; le comunicaron que no le iban a apoyar después de que el delantero posara con una camiseta con el rostro del líder de Vox. El futbolista dijo que no podía intervenir en lo que ocurriera en el campo pero pedía ser tratado con respeto fuera de él.