n el fútbol de antaño Osasuna no hubiera recibido ese gol. Los entrenadores clásicos colocaban un jugador sosteniendo el palco corto y otro, el largo (los palos miden lo mismo, pero la distancia se toma con el córner desde el que se pone en juego el balón). El objetivo era ocupar mucho espacio y salvaguardar la posible salida del portero en la zona más sensible del campo. Ahora los guardametas apenas salen, no sé si por propia voluntad o por orden del entrenador. Tampoco llevan gorra que les proteja del sol, pero esa es otra cuestión. Decía que los porteros salen muy poco en busca de esos balones altos y envenenados pero, por contra, atajan mucho con los pies y con el cuerpo, a semejanza de sus compañeros de balonmano y de fútbol sala.

A veces tengo la impresión de que parece asumido por todos los implicados que en una jugada a balón parado, si te rematan de cerca, los cancerberos quedan liberados de responsabilidad porque el primer mandato es no dejar desguarnecido un marco que no tiene las esquinas ocupadas. Como cuando el entrenador te anima a jugar muy adelantado, representando casi la vieja figura del líbero, y concedes la oportunidad a un rival de buen toque de que te cuele desde la mitad del terreno el balón en la red haciéndolo volar por encima de la cabeza. Ayer, por ejemplo, lo intentó Hermoso, como antes lo hicieron otros sin alcanzar la precisión del granadino Montoro, ¡al borde del minuto 90! El intento del defensa del Atlético de Madrid ocurrió mucho antes de la jugada que decidió el partido: un saque de esquina al primer palo en el que Felipe gana la posición a los defensas rojillos y al que no llega Sergio Herrera en su salida. El portero tiene tráfico por delante, pero el caso es que ni llega ni molesta. Nadie va a hacer sangre con el guardameta, que suma muchos puntos a lo largo de la temporada, pero la acción que resuelve un partido que olía a empate echa por tierra el buen trabajo defensivo durante 86 minutos y deja en papel mojado todos los elogios sobre la autoridad de Osasuna en el juego aéreo: un fallo, un gol, cero puntos, tercera derrota consecutiva y quinto partido seguido sin ganar. No es para estar contentos.

El Osasuna del Wanda fue mejor que el del Bernabéu o el de Sevilla. El equipo se mostró más compacto, apenas concedió remates y en la primera parte se ofreció más codicioso a la hora de encarar el marco de Oblak; el checi salvó un duro y colocado chut de Torró en la primera parte y un postrero disparo de Roberto Torres que el internacional mandó a córner. Tampoco esta mala racha es para perder los nervios; el equipo no se ha caído, compite bien, con las ideas claras y ofrece una buena imagen. Ahora bien, está reñido con el gol y ni siquiera las jugadas a balón parado, que ayer no fueron pocas, salen rentables. Arrasate tiene que darle una vuelta.

Pero el que no haya agobios en la clasificación hasta puede ser un problema a la hora de cambiar esta mala racha. Todo el mundo sabe que Osasuna suele reaccionar con mucha energía cuando está bajo presión, con la soga al cuello, y ahora no es el caso. Pero los riesgos están ahí. Siempre entre los dos palos.