spero que nadie salga ahora con la monserga de que lo importante es la Liga, que la Copa solo interesa si llegas a la final y otras milongas semejantes. No vale en este momento. Lo que importa en cualquier competición es que Osasuna intente jugar bien, que transmita buenas sensaciones, que demuestre que es un equipo ordenado y que tiene una idea clara de lo que quiere desarrollar en el campo; que sus jugadores conozcan cuáles son las intenciones y los movimientos de sus compañeros; que haya una coordinación a la hora de defender y de llevar el balón adelante. Miren si la Copa será importante que este partido ha servido para disparar todas las alarmas. Osasuna ofreció su peor imagen en Girona continuando una caída en picado irrefrenable. No es excusa los cambios en la alineación; el once estaba integrada por futbolistas con mucho oficio y con gente que si está aquí debe reclamar un puesto en la titularidad. Ni los unos ni los otros estuvieron a la altura del crítico momento por el que pasa Osasuna. Y eso que el contrincante tampoco alistó a su primera línea de combate. Pero es que el equipo de Arrasate sigue en proceso de descomposición y hace buenos a todos los que tiene enfrente.

Las costuras se rompen por todos lados. Para empezar, Osasuna es un equipo sin ritmo, sin velocidad. Adormece el juego con inofensivos pases horizontales y no desborda nunca. Hubo ayer un contragolpe en la primera parte en que pese a la ventaja inicial, el rival recuperó el terreno. La lentitud es exasperante y es el peor síntoma de un equipo que cuando cayó en las manos de Arrasate atacaba a todo tren y llegaba al área en tres toques. Ahora eso es una entelequia, una reliquia del pasado. Ayer, Ramalho se giraba cada vez que tenía banda para atacar y Barja se iba por dentro a continuar con otro pase horizontal. En el uno contra uno, en balones largos, la batalla está perdida. A la lentitud de movimientos hay que sumar la ausencia de creatividad. El medio campo se derrumbó a pedazos: no existió porque no había referencias. Los centrales iniciaban la jugada, no encontraban enlace y el balón terminaba siempre con un pase a pies del rival. El numero de pérdidas de balón fue escandaloso; Oier apenas intervino y Jaume Grau recibía de espaldas y devolvía el balón en corto como si le quemara. Puede afirmarse que el Girona se defendía sin hacer nada, le bastaba con mantener la posición y dejar que los rojillos se enredaran entre ellos. Del caos que es ahora mismo el fútbol de Osasuna vale como ejemplo el observar como Ramalho entorpecía con su estatismo un movimiento de Barja, con Chimy al lado que no sabía si ir o volver. En la segunda parte, en más de una ocasión Manu Sánchez y Rubén García parecía que nunca hubieran jugado juntos en la banda izquierda. Esa falta de chispa, de pensar rápido, acaba anclando a los jugadores: no hay movilidad y la posibilidad de sorprender filtrando un pase al espacio es hoy una quimera. El único recurso son los centros laterales y las jugadas a balón parado, pero tampoco conceden opciones de remate porque la pelotallega mal servida o los delanteros no se anticipan a los defensas. Hacía tiempo que no veía a Osasuna tan mal, tan decadente, tan alejado del equipo que hace nada enganchaba con su fútbol. Un desastre. En la Liga y en la Copa.