i en el caso Djokovic no teníamos bastante con el estallido de los terraplanistas -perdón, de los antivacunas-, con papá Djokovic al frente (su hijo es "el Espartaco del nuevo mundo" y hasta Jesucristo), las fuerzas vivas de Serbia (la cancillería, el presidente del Parlamento, el Comité Olímpico y hasta la Iglesia Ortodoxa) cogen el rábano por las hojas y se hacen las ofendiditas con el gobierno de Australia, convirtiendo en un conflicto diplomático la obviedad de que en casi todos los países del mundo hay que certificar determinadas vacunaciones para poder entrar. Al parecer, Australia está obligada a hacer una excepción en sus leyes de inmigración porque Djokovic lo vale. Ultranacionalismo a flor de piel ante el que el gobierno aussie ha respondido con inteligencia para desinflar semejante suflé: que decidan los jueces, que no solo es lo suyo en los estados de derecho sino también la manera de decirle a los ofendidos que si les pica, que se rasquen.