Quizá va siendo hora de acomodarse a los tiempos, de no vivir del pasado. Hay otras generaciones donde antes tuvieron su localidad sus padres o abuelos. Si hemos llegado a mitificar los partidos con el Real Madrid en los ochenta es porque aquel fútbol, aquella sociedad, es irrepetible. No había tanta diferencia en la capacidad económica de los clubes y con diez o once futbolistas navarros le ganabas a la tropa merengue. Entonces no solo se jugaban los puntos, era una confrontación con el centralismo político, mediático y arbitral. Aquellos partidos daban visibilidad a Osasuna en el exterior, unas veces para bien y otras para mal. Estas últimas todavía siguen pesando más en los días previos a las visitas a Pamplona que los goles de Echeverría, Iriguíbel y Martín (que marcaron los tres en una victoria frente a los de blanco).
A veces, esas evocaciones no ayudan a un equipo formado con otros parámetros económicos, futbolísticos y emocionales. El propio Vicente Moreno se sumó a esa corriente en la arenga del viernes cuando su manual de trabajo es distinto. El entrenador no es de los que manda a la guerra a sus huestes, digamos que busca los puntos desde la vía diplomática. Así que esa hipermotivación que se presume en los jugadores solo asomó a ráfagas. Explícale a Bryan Zaragoza cómo se vivían aquellos encuentros... Y aunque haya altavoces que insistan en el comportamiento de un sector de la afición, la actitud del público es hoy más educada y nada violenta más allá de cuatro voceras.
Con estos antecedentes, latió durante toda la tarde en El Sadar una sensación de prevención. En la grada y en el pasto. Podía suceder una cosa y la contraria. Por un lado, un árbitro que, contra lo acostumbrado, no sancionaba con penalti las caídas de jugadores del Real Madrid ni las presuntas manos de los rojillo. Un tipo este Munuera Montero capaz de expulsar a uno de los de blanco por vaya usted a saber qué farfulló en inglés. Un colegiado que, ante la duda, comparte con el VAR la decisión de sancionar un penalti que favorece al rival más débil frente a las protestas del todopoderoso. ¡Lo nunca visto! Por otro lado, un Real Madrid dominante, capaz de llevar el balón hasta la cara de Sergio Herrera pero que no acertaba con el gol pese a tener en el campo a Mbapeé, Vinicius, Rodrygo, Brahim… Por último, un Osasuna que solo sacó a ratos el carácter que los nostálgicos piden en estos duelos, que comenzó el partido sin intensidad y que en superioridad numérica prefirió minimizar los riesgos en lugar de meter ritmo cuando estaba en posesión del balón.
Digamos que ese espíritu batallador, de disputas cuerpo a cuerpo, no tuvo la continuidad que aconsejaba el tener enfrente a un adversario con carga de partidos. El Madrid siguió acaparando el balón ante un Osasuna más pendiente de que no le descolocaran con pases a la espalda de los defensas, como sucedió en numerosas ocasiones. Daba la impresión de que el equipo de Vicente Moreno se sentía recompensado con un empate que no obtenía en El Sadar desde hace cuatro años y que fue recibido con entusiasmo por la hinchada. Cosas de los nuevos tiempos.