El 11 de marzo de 2020 Osasuna echó el cerrojo a Tajonar como primera medida ante la pandemia de la COVID que no se sabía hasta dónde iba a continuar. Se cumple un lustro desde aquella primera medida que llevó a un final de temporada, en lo futbolístico, absolutamente excepcional, como lo fue la vida de todos en aquellos tiempos.
Fueron días de entrenamiento a puerta cerrada, una semana extraña con tres sesiones de trabajo únicamente. El viernes se dio carpetazo a la actividad y, para entonces, algunos equipos de Primera –el Valladolid fue el primero– ya decidieron suspender los entrenamientos del equipo como prevención ante los contagios. La Liga se suspendió el día 12 y los equipos no sabían cómo afrontar la nueva normalidad en la que no se dibujaba ningún horizonte claro.
El 16 de marzo Osasuna decidió suspender los entrenamientos.
Los futbolistas rojillos no volvieron a pisar Tajonar, que continuó estando cerrado para todo aquel que no perteneciera al primer equipo o vinculado a su actividad, hasta primeros de mayo. El 18 de mayo, diez días después del regreso a los entrenamientos individuales –los clubes siguieron el protocolo puesto en marcha por LaLiga y hubo siete sesiones en soledad–, en Tajonar se produjeron por fin reuniones de futbolistas. Es decir, espacios y ejercicios con los que compartir alrededor de la pelota. Fue la denominada fase 3 de la vuelta a la actividad, con grupos con un máximo de diez jugadores y, en el caso de Osasuna, los efectivos disponibles se dividieron en tres grupos de nueve jugadores. Aquella Liga volvió a jugarse –se retomó a principios de junio– y terminó 19 de julio. Osasuna empató en casa ante el Mallorca (2-2). Nunca se acabó tan tarde.