Empiezo a temer por la permanencia. Yo, que soy un optimista patológico. Pero Osasuna se desliza peligrosamente por la pendiente. En cuatro meses solo ha ganado un partido. De los últimos 42 puntos en juego ha sumado 12. El equipo vive de las rentas obtenidas en un excelente inicio de campeonato y también de la igualdad, tirando a la baja, de quienes están por debajo de Madrid, Barça, Atlético y Athletic. Sin olvidar que otros seis competidores están enredados desde tiempo atrás en la lucha para no acompañar al Valladolid a Segunda. Hoy, seis puntos separan a Osasuna de ese grupo de náufragos que buscan una tabla a la que asirse. La experiencia dice que al menos dos de ellos acabarán remontando y tendrán un final cómodo. De la misma forma, alguno de los que está por encima del puesto 15 acabará metiéndose en problemas. Es lo habitual. Llámale exceso de confianza, pérdida de la perspectiva o quiebra del grupo por falta de sintonía y mala utilización de los recursos de la plantilla.
Esto es, en resumidas cuentas, lo que dicen los números y la historia de la Liga, pero casi es peor las sensaciones que transmite Osasuna. “No hemos hecho bien las cosas”, resumía Juan Cruz al final del encuentro. La frase se viene repitiendo como un latiguillo tras los últimos partidos, unas veces en boca de Moncayola, otras en la de Rubén García. Tras escuchar esto cabe plantear una pregunta: ¿las cosas se hacen mal por culpa de los futbolistas o por los planteamientos del entrenador?; ¿los futbolistas no entienden lo que pide el técnico o lo que este reclama no se adapta ni a sus cualidades ni a la interpretación que estos hacen del juego? Entiendo que al final es culpa de todos. No hay un liderazgo claro en el grupo y la etiqueta con fecha de caducidad que lleva colgada Vicente Moreno tampoco ayuda.
Serán cosas mías, pero cuando Osasuna marca un gol, pocas veces o casi ninguna los suplentes se suman a la piña que forman los tres miembros más relevantes del cuerpo técnico. Por no hablar de los rostros de quienes esperan unos minutos de partido que acaban siendo residuales o no llegan. No sé si esto lo arregla un parón de quince días, porque la plantilla ha tenido dos semanas para reflexionar tras el 3-3 con el Valencia y en este tiempo solo han cambiado dos cosas: Herrando ha pasado una vez más de ser titular en Montjuic a no ser nada y Pablo Ibáñez ha quitado el polvo de sus botas después de no jugar en los cinco últimos partidos. Además, Raúl García de Haro no ve puerta, Arnaiz no ve el balón, Barja no ve futuro y a Moi Gómez llevamos dos años sin verle.
El resto sigue igual que en las últimas semanas; Osasuna marca primero y no es que defienda mal la ventaja, es que se descompone: pierde el medio campo y el sistema defensivo hace aguas: el segundo gol del Getafe nace de un saque de banda en una acción de ataque para la que no hay una respuesta contundente. Ni cuando el rival quedó diezmado por la expulsión de Uche hubo sensación de superioridad; al contrario, el Getafe nunca pareció sentirse incómodo en un formato que domina a la perfección. Además, en detrimento de Osasuna, cabe reconocer que el cuadro madrileño no tuvo que recurrir de manera exagerada a las triquiñuelas. Una habilidad que, por cierto, tampoco sabe manejar Osasuna como hemos visto esta temporada en más de un partido.
En fin, Braulio Vázquez, padre de esta plantilla, respondió a las críticas por las decisiones del entrenador en Las Palmas revolviéndose contra quienes, en su opinión, “han sacado la patita demasiado pronto”. A estas alturas de temporada quizá debería escuchar o leer a quienes sacan la patita y la dirección del club tomar decisiones con quienes no dejan de meter la pata.