Análisis del Osasuna-Real: Huele a invierno
Hay derrotas que entran como un vaso de agua fría después de correr: molestan, pero te reaniman. Y luego está el 1-3 de Osasuna frente a la Real Sociedad, que ha sido más bien como abrir la ventana y descubrir que ya es invierno y no te habías enterado. Un bofetón húmedo, de esos que te dejan pensando si has salido de casa con camiseta de manga corta.
Osasuna pareció vivir en diferido, como si el partido fuese una obligación administrativa más que un pulso de fútbol.Ni el recibimiento previo ni nada. El alma de Osasuna se ha perdido entre tecnicismo, mapas de calor y ese tipo de moderneces y nadie parece de estar cerca de encontarla.
La Real entró al choque sabiendo perfectamente qué quería ser. Osasuna, en cambio, entró como quien abre la nevera y se queda mirando dentro sin saber qué va a cenar. Pese a eso, a los rojillos no les hizo mucho peligro los visitantes. Incluso en una acción a balón parado Catena marcaría el primer gol de partido.
Mejor no se podía poner el partido. Eso se podía pensar. Pero llegó la segunda mitad y el frío de Pamplona se trasladó al césped de El Sadar. En trece minutos Osasuna perdía ya el partido. Alguno se quedó con los ojos irritados de tanto frotárselos.
Mientras Aimar seguía abandonado en una banda, el juego en ataque fue todo el rato espeso, atrancado, sin fluidez. Y el 10 alejado del balón. Vicente Moreno se dio cuenta del error en media parte, a Lisci le costó algo más.
La clasificación se aprieta, el calendario afila los dientes y el margen de mejora —ese concepto tan bonito en agosto— empieza a tener fecha de caducidad. Además, el partido contra la Real deja consecuencias. Arguibide vio la roja por una entrada que solo puede ser expulsión si eres joven y no te respetan. A Carvajal por eso no le expulsan ni aunque lesione al rival. Y encima Catena vio la quinta amarilla por lo que no estará en Mallorca.
Osasuna ha sobrevivido a noches peores que esta. Lo inquietante no es el marcador, sino esa sensación de que el equipo se está volviendo demasiado racional, demasiado calculador. Y este club, históricamente, ha vivido mejor desde la emoción: desde el salto al vacío, desde esa intensidad que obliga al rival a cometer errores y al aficionado a respirar hondo.
Y ahí está el desafío: recuperar esa chispa que convierte los balones divididos en oxígeno, y los duelos en una especie de religión. Porque la Liga no espera y los puntos, menos. El descenso acecha y, sin alarmismos, no puede haber relajación.
Y Lisci tiene que dar con la tecla pronto. A lo mejor estaría bien recurrir a los básicos, tirar de lo que siempre ha sido Osasuna y ya luego construir como se quiera. Por el camino que se va está helado.
El invierno ya ha llegado. La cuestión es si Osasuna decide tiritar… o empezar a correr.
