En Osasuna nadie había jugado más que Catena. Y eso, que podría sonar a exageración en un equipo acostumbrado a sobrevivir entre lesiones, ajustes tácticos y baches de forma, es una verdad matemática: 1.170 minutos, todos los de la Liga, hasta que el central madrileño vio el pasado fin de semana la quinta amarilla contra la Real Sociedad. Un gesto mínimo, casi rutinario, que sin embargo tendrá un impacto notable: Catena se perderá el duelo ante el Mallorca.
Lo llamativo no es solo el pleno de minutos, sino la élite de la que formaba parte. En Primera solo quedaban cinco jugadores de campo que habían disputado absolutamente todo. Cinco futbolistas que no entran en la lógica de la rotación, que viven instalados en el once titular porque sus entrenadores no entiende su equipo sin ellos. Catena era uno de esos cinco. Su nombre estaba asociado a la palabra “indiscutible” por pura acumulación de evidencia.
El central ya había visto puerta en dos ocasiones en Liga, un dato poco habitual para un jugador de su posición. El segundo de esos goles llegó este mismo fin de semana, ante la Real Sociedad, en un partido que volvió a poner sobre la mesa la dicotomía a la que Osasuna parece condenado: marca, compite, se aferra… pero no le alcanza.
El gol de Catena fue una ráfaga de luz en un encuentro que, sin embargo, dejó más nubarrones que certezas. Y Lisci lo sabe. El técnico italiano está inmerso en un laberinto que crece a medida que avanza el calendario. Osasuna vive un momento de crisis, no siempre estridente, pero sí constante: una sucesión de partidos en los que el equipo mezcla esfuerzo con dudas, intensidad con desconexiones y cierta sensación de que el plan se deshilacha en los minutos clave.
Desde que llegó, Lisci no ha encontrado todavía el encaje estable que permita al equipo reconocerse. Ha probado variaciones en el medio, ajustes en los extremos, cambios de ritmo y modificaciones en la presión, pero el equipo sigue moviéndose en un terreno emocional resbaladizo. Compite, sí. Pero compite con el freno de mano echado. Y cuando la dinámica se tuerce, cada detalle pesa el doble.
Por eso, la sanción de Catena no es un simple cambio en la alineación. Es quitar una pieza estructural en un equipo que, ahora mismo, no tiene demasiadas. El central había sido el pilar más fiable del once rojillo, el hombre que no fallaba, que no acusaba los tramos de nerviosismo y que aportaba esa calma que se agradece cuando el plan defensivo empieza a temblar.
La sanción llega, además, en un tramo de la temporada en el que Osasuna necesitaba acumular certezas. Los rojillos han ido perdiendo la sensación de seguridad que caracterizó sus mejores momentos recientes y la grada percibe esa inquietud en cada partido, en cada balón dividido, en cada llegada que parece costar un mundo.
Catena, en ese sentido, simbolizaba lo contrario: la rutina, la estabilidad, la pieza que no cambia aunque todo lo demás sí lo haga. Era el futbolista que no generaba debate porque había convencido a todos por igual. Entrenador, vestuario y afición entendían que su presencia era una garantía, incluso cuando al equipo le costaba defenderse.
El domingo, sin embargo, Osasuna tendrá que aprender a vivir sin él por primera vez en esta Liga. No es un drama, ni un punto de no retorno, pero sí un aviso de que incluso los pilares más sólidos pueden tambalearse. Y en esta etapa, con el equipo buscando aire y con Lisci intentando sostener una baraja a la que se le están doblando las cartas, cada ausencia cuenta.
Catena descansará por obligación. Osasuna, en cambio, tendrá que trabajar más que nunca para que su baja no se note en un momento en el que lo que más necesita son certezas. Las mismas certezas que él, minuto a minuto, había aportado desde el primer día.