Osasuna vive inmerso en una crisis de esas que le pasa de vez en cuando. Esta vez, entre todos los temas de preocupación de la parroquia rojilla, hay uno que destaca sobremanera. El equipo de Lisci solo ha marcado un gol fuera de casa. Un escaso bagaje que provoca que los navarros solo acumulen un punto en sus salidas lejos de El Sadar.
El tanto lo firmó Budimir —quién si no— desde los once metros en La Cerámica, ante el Villarreal. Un gol que en otros tiempos habría desatado esa sensación de “igual hoy sí”, pero que esta vez se quedó en un espejismo. Duró lo que tardó el submarino amarillo en remontar, dejando el marcador en un 2-1 que explica bastante mejor que cualquier análisis el momento que vive Osasuna a domicilio.
Osasuna necesita dar un paso adelante lejos de casa. Ser menos previsible, más valiente, más contundente. Llamar a la puerta del gol hasta que se abra, no esperar a que se descuelgue sola. La duda —que empieza a pesar más de lo que debería en noviembre— es cuánto tiempo puede sobrevivir un equipo así. Un gol fuera que no sirve, un puñado de derrotas que sí cuentan y un futuro inmediato que exige algo más que buena voluntad.
Con un gol, Osasuna no va a ningún sitio y más cuando ha encajado en todos los encuentros menos en Oviedo, donde logró el único punto que ha rascado hasta ahora lejos de El Sadar.
Y ahora llega un partido que, más que un viaje, es casi un examen emocional: Osasuna visita al Mallorca de Jagoba Arrasate, el entrenador que dejó una huella imposible de borrar en Pamplona, que también superó alguna crisis como la se que vive actualmente en Pamplona y que ahora espera con un equipo que también necesita puntos.
Para los rojillos, es la oportunidad —o la obligación— de romper una racha mala que empieza a pesar demasiado. Un rival conocido, un técnico querido y un escenario perfecto para demostrar que este equipo aún puede hacer ruido lejos de casa lo suficientemente alto como para que ayude a recomponer la imagen de un equipo que está pasando un noviembre muy malo.