"Operación Moscoso": entre la lógica y el riesgo
visto desde la perspectiva interna, y si uno se sitúa en la delicada posición de Roberto Jiménez, difícilmente puede cuestionarse la elección de Juan Moscoso como candidato del PSN en Pamplona. Porque esta designación cumple con nada menos que cuatro requisitos básicos: capacidad siquiera teórica de como mínimo mantener los resultados electorales de 2007; aquiescencia de la cúpula del PSOE; por tanto, refrendo de la agrupación local a pesar de excluir a la aspirante natural a encabezar la lista, la portavoz municipal Maite Esporrín; y, por descontado, que la persona escogida sea oriunda de la capital navarra o acredite un arraigo suficiente en la ciudad.
Centrando la cuestión en las perspectivas electorales, la verdadera madre del cordero, Moscoso afronta el reto superlativo de, como punto de partida, conservar los 16.578 sufragios de hace tres años, bien es cierto que a gran distancia de los 28.581 de NaBai y los 46.640 de UPN. Con el agravante de que, concurriendo el PP en solitario, los socialistas hasta podrían verse desplazados a la cuarta plaza en número de concejales, siendo un factor relevante que Uxue Barkos acabe encarnando o no las expectativas de NaBai. Moscoso tiene a su favor que miles de pamploneses, bastantes más de 20.000, ya le dieron su voto en 2008 como diputado (115.837 sufragios recabó su lista en toda Navarra). Como también que su candidatura ofrece los valores añadidos de un claro perfil urbano y europeísta, una dialéctica amable e integradora y, por añadidura, un currículum académico y laboral nítidamente enfocado a la economía.
Lamentablemente para él, deberá enfrentarse a circunstancias exógenas nada favorables. Para empezar, el recuerdo de cómo en 2007 su partido no fue capaz de consumar el cambio político en Navarra y en Pamplona, una decepción que entre buena parte del electorado progresista se ha ido agrandando conforme avanzaba la legislatura en curso. Sin olvidar la errática andadura del grupo municipal durante los últimos tres ejercicios, víctima de la inferioridad manifiesta de efectivos ante las dos fuerzas dominantes en la dinámica gobierno-oposición. De todo ello es sobradamente consciente Roberto Jiménez, hasta el punto de que ha asumido el coste de erosionar amistades personales frustrando el sueño de Esporrín, una de sus valedoras para alcanzar el liderazgo del PSN.
Así que lo que podría concebirse como una oportunidad para Moscoso bien podría tornarse en una celada para su carrera política. En el sentido de que la inversión en su persona tanto del PSN como del PSOE para forjarlo al máximo nivel institucional podría cotizar bajo mínimos después de los próximos comicios si le vienen mal dadas. En ese supuesto, quedaría calcinado como futurible mandamás del partido, un destino que la actual cúpula de Ferraz le tenía reservado pero que ahora debe arriesgar por causa electoral de fuerza mayor. De ahí que una decisión coherente a corto, con el horizonte de un escaso año vista, pueda resultar contraproducente en el medio/largo plazo para solaz de esos cuantos que siempre vieron en su señoría Moscoso un peligro para sus aspiraciones.
Bien entendido que, si la apuesta fructifica, Moscoso se consolidará como un pilar del PSN y tendrá suficiente legitimidad para abordar de una vez la renovación más que pendiente del partido en Pamplona para revitalizar su estructura y su discurso. Porque, con un tercio de representación en la capital que UPN y la mitad que NaBai, que el PSN gobierne Navarra con la solidez precisa se antoja una quimera, una entelequia.