En 1913, la plaza de San Francisco era un amplio espacio urbano, creado apenas dos años antes tras el derribo de la Audiencia Territorial y las viejas Cárceles Reales, que hasta entonces habían colmatado el solar. Antiguamente, no obstante, el lugar había estado parcialmente ocupado por el convento de San Francisco, que había sido levantado en el siglo XVI, y del que nuestra castiza plaza había tomado su nombre. Ya hemos visto, en algún otro capítulo de esta serie, que el edificio que preside la imagen había sido realizado por el arquitecto Francisco Urcola entre los años 1911 y 1913. En él había de instalarse un moderno y lujoso hotel, indudable motivo de orgullo para una pequeña y recoleta Pamplona, que a principios de siglo justamente comenzaba a asomarse tras sus murallas.
La imagen recoge precisamente el momento en el que los operarios colocan el letrero del "Grand Hotel" en lo alto del edificio, motivo que, junto a la presencia del fotógrafo, ha congregado a una buena cantidad de curiosos, sobre todo mocetes de las cercanas Escuelas de San Francisco. Al fondo de la imagen puede verse la famosa estatua llamada Mari Blanca, que entre 1910 y 1927 ocupó el centro de la plaza, y al otro costado la calle Nueva, prácticamente inalterada.
HOY EN DÍA, la plaza, que es la segunda en tamaño del casco antiguo tras la plaza del Castillo, sigue siendo un socorrido lugar de esparcimiento para la ciudad. Vemos en su sitio el inmueble del Grand Hotel, que constituye un edificio de gusto ecléctico, con una imaginativa combinación de elementos clásicos y modernistas, y en el que la vistosa policromía responde al uso de materiales tan variados como la piedra, los ladrillos de dos colores y la pizarra. Ya no está en su viejo emplazamiento la Mari Blanca, y a la izquierda de la imagen vemos una buena muestra de la verticalización de los edificios del entorno.
No cabe duda, en otro orden de cosas, de que la comparación de ambas imágenes denuncia enseguida que la plaza se ha deshumanizado considerablemente en los 98 años transcurridos. La nefasta política de aparcamientos subterráneos, llevada a cabo por los gobiernos municipales de derechas en los últimos años, ha llevado de forma permanente el tráfico a los núcleos más vivos e íntimos de la ciudad, y además ha comprometido seriamente la peatonalización del casco antiguo pamplonés. Hará falta mucho trabajo y años de dedicación para solventar la ya larga lista de desmanes urbanísticos y de agresiones al buen gusto. Y eso, si alguna vez se les consigue desalojar de sus poltronas, empresa ciertamente difícil.