En 1918 los avances de la artillería habían traído consigo que las antiguas murallas renacentistas carecieran ya de cualquier valor militar. Las ciudades de Francia y los campos de batalla de Verdún y Somme lo habían dejado bien claro en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. Ello provocó que el Gobierno español y el Ramo de Guerra accedieran por fin a la vieja reivindicación del ayuntamiento pamplonés de permitir derribar algunos tramos de muralla para que la ciudad pudiera por fin crecer y expandirse fuera puertas, aliviando el hacinamiento de la población y el consiguiente colapso demográfico. La fotografía muestra el momento preciso del derribo de la muralla, que presenta ya una brecha considerable. Varios operarios están trabajando a golpe de pico, mientras que un carro tirado por mulas se lleva los escombros. Al fondo se ve la plaza de toros vieja que, como bien saben nuestros lectores, se encontraba al inicio mismo de la calle Estafeta.

Hoy en día no queda recuerdo de la vieja muralla de Tejería, salvo el pretil bajo que flanquea la calle por el lado de la derecha, y que se conservó para salvar el desnivel de la zona. Pocas personas saben, sin embargo, que dicho murete es el último resto de la antigua muralla renacentista en este tramo. También la plaza de toros vieja fue derribada tras el incendio que padeció en 1922, y la nueva plaza, la actual, se construyó unos cuantos metros desplazada hacia el este, cediendo su lugar original al teatro Gayarre que vemos en la foto nueva. También en este 2016 que empieza y en nuestro primer Adiós Pamplona del año queremos expresar el deseo de que los muros que han amordazado a la Pamplona del siglo XX caigan por fin, y que ello permita la llegada de un Cuarto Ensanche que lleve a Pamplona a ser una ciudad más abierta, culta, creativa, plural, feminista, social y solidaria. No será fácil conseguirlo, pero el esfuerzo merece de verdad la pena. Hala bedi.