la vida de Jesús Subiza Errea (6-12-1920) no se podría concebir sin el chocolate. A sus recién cumplidos 96 años, este chocolatero, considerado uno de los más antiguos de Europa, presume de una salud de hierro que atribuye a los beneficios de este delicioso placer. “Todos los días me tomo una tableta de chocolate con 70 % de cacao para desayunar con un vaso de leche caliente”, asegura. Y es que, desde que tuvo con 40 años problemas de circulación que le hacían perder un kilo cada día, comenzó a tomar chocolate y en sólo 8 días mejoró. “Ni el médico se lo podía creer. Desde entonces, tomo 125 gramos, aunque ahora ya como la mitad. Me va muy bien, para mí es media vida”, asegura.
Natural de Erro, Jesús ha trabajado desde los 13 años y, aunque se jubiló a los 66, a día de hoy acude diariamente mañana y tarde a la tienda Chocolates Subiza, en la calle Amaya, para atender en su oficina de apenas dos metros cuadrados las llamadas de teléfono y las visitas. “¿Qué voy a hacer en casa solo? Aquí por lo menos me entretengo y me gusta que la gente venga a visitarme y a hablar”. Porque, en verdad, Jesús es un grandísimo conversador con una memoria prolífica, que, además, goza de buen humor y una salud estupenda. Tan sólo la vista le falla en alguna ocasión. “Nunca he estado enfermo en la cama, ni quiero. Más prefiero venir a la tienda y estar aquí sentado saludando a los clientes”, dice.
DE ERRO A PAMPLONA
En busca de clientes
El nuevo obrador
En 1959, se instaló en Pamplona junto a uno de sus cuatro hermanos, Gerardo, en el obrador de la calle Amaya, continuando así con un negocio de cuatro generaciones que nació en 1841. A pesar de que en Erro habían regentado una tienda de ultramarinos, estanco, cerería y panadería, se centraron en el negocio del chocolate. “Al llegar a Pamplona, había 18 chocolateros y ya teníamos buenos clientes en San Sebastián, pero lo que nos ayudó mucho fueron los internados”, añade. De hecho, desde Artajona, Puente la Reina, Javier, Villava o Pamplona la demanda de cacao en polvo era muy alta.
Sin dejar de lado su manera de trabajar artesanal, comenzaron a introducir nuevas máquinas y se iniciaron en la fabricación de chocolate con leche y con almendras, cacao en polvo y chocolate a la taza, por aquel entonces, su principal fuente de ingresos.
Fueron años de mucha actividad. Vendían por teléfono y les tocaba repartir con la furgoneta por Bilbao, Donostia o Burgos. También en bicicleta por Pamplona. Pero, al menos uno de ellos permanecía en el obrador, junto a fieles trabajadores que tenían a su cargo. “Celestino, Benito y Carmelo estuvieron aquí hasta su jubilación. Quien entraba a trabajar, era para toda la vida”, asegura. Tal vez ésa sea una de las claves para que su negocio lleve funcionando 175 años.
el pequeño comercio
3.000 tabletas al día
Mujeres, buenas clientas
Basta charlar tan sólo un minuto con Jesús para intuir su pasión hacia el chocolate. Su tierna mirada impresa en la furgoneta de reparto también lo dice todo. Y gracias a que ha sabido seguir la tradición y transmitirla a sus tres hijas, su negocio se ha convertido en un referente del arte chocolatero. “Hacemos más de 3.000 tabletas al día y hemos llegado a producir 5.000”, afirma. Con la llegada del invierno, las visitas a la tienda y las llamadas por teléfono son más numerosas. El turrón de chocolate relleno de trufa es el producto estrella estos días. “Con el frío apetece más chocolate; sobre todo a las mujeres. Son muy buenas clientas”, dice entre risas.
Manteniendo la tradición familiar, para elaborar sus productos utilizan buenas materias primas (cacao de Costa de Marfil) y los ingredientes son naturales, sin grasas ni conservantes, prevaleciendo el porcentaje de cacao. Así, en la pequeña tienda que abrieron al público hace dos décadas, tienen expuestas con mimo y cuidado más de 20 variedades de tabletas, con más o menos cacao, leche, frutos secos o frutas, además de naranjitos, delicias o guindas. Y próximamente añadirán su nuevo hallazgo: chocolate de trufa con pacharán.
Echando la vista atrás, uno de los retos más difíciles ha sido hacer frente a los centros comerciales. Jesús defiende a ultranza a los pequeños artesanos y comerciantes de la ciudad. “Es muy difícil competir con las grandes superficies, pero vamos resistiendo. La gente parece que ha vuelto a las carnicerías y pescaderías del barrio”, afirma. Esa filosofía fue, tal vez, la que hizo que se le reconociera el premio al mejor autónomo en 2012 y la que, sin duda, le anima a seguir endulzando los paladares de sus fieles clientes. “Aquí hemos pasado la vida y aquí seguiremos hasta que nos dejen”, asevera.