unque poner nombres, no solo a las poblaciones, sino también a las calles y plazas, es un hecho tan antiguo como las más lejanas civilizaciones humanas, en los dos últimos siglos es una actividad que ha conocido profundos cambios. Durante la mayor parte de la historia la creación de topónimos era una labor colectiva más o menos espontánea regida por la costumbre. Unas veces los imponía la geografía física, las formas del relieve y los accidentes naturales (como nuestras calles Aldapa, río Arga o Juslarrocha), otras veces proceden de la geografía humana, de quienes se han asentado en un lugar y lo nombran según su arquitectura (plaza del Castillo, Ciudadela, Salsipuedes), las instituciones (plaza del Ayuntamiento, Curia, Estafeta), las actividades económicas (Zapatería, Mercado, Comedias, Las Huertas), los oficios y gremios (Mercaderes, Calceteros), los grupos étnicos (Navarrería, Alemanes, Jito-Alai) o los fundadores o propietarios (Compañía, la Jacoba). Luego aparecieron los nombres simbólicos relacionados con ideas, acontecimientos o personajes que se quieren recordar, empezando por los santos y vírgenes, a menudo a partir de un templo acaban dando nombre a todo su entorno (San Nicolás, San Saturnino), y siguiendo con los reyes (Carlos III, Sancho el Fuerte, Íñigo Arista), tribunos (Félix Huarte, Joaquín Jarauta), héroes (Pompeyo, Amaya), militares (general Chinchilla), batallas (Navas de Tolosa), benefactores (Concepción Benítez, García Castañón), artistas (Gayarre, Pintor Crispín, Felisa Munárriz), escritores (Padre Moret, Pablo Antoñana), otros personajes destacados (Pedro de Alejandría, Juan XXIII), o altos ideales (Fueros, Libertad, Paz).

Estos últimos, los topónimos simbólicos, no son de creación popular espontánea sino que responden a una decisión deliberada y son los más usuales en los procesos de expansión urbana de los siglos XIX y XX. Los nombres tienen una intención, como dijo algún autor sirven para la "toma de posesión simbólica de la ciudad" por las autoridades y por los regímenes políticos. En España la cosa empezó en 1812 con la orden de dar el nombre de plaza de la Constitución a la principal de cada población. Luego, con los vaivenes políticos, la misma plaza pudo ser denominada Plaza Real, luego de nuevo de la Constitución, luego de la República, o luego del Generalísimo. En algunos tiempos históricos especialmente agitados los cambios han sido muy frecuentes. Durante la guerra civil española las autoridades de ambos bandos dictaron disposiciones para frenar el entusiasmo rotulador de consejos municipales y comandantes de milicias que renombraban pueblos y calles según avanzaban las tropas. El propósito fracasó y los vencedores alteraron buena parte de la toponimia urbana por todo el país. El municipio toledano de Azaña pasó a denominarse Numancia de la Sagra, en recuerdo del Regimiento de Caballería Numancia "que lo arrancó de la tiranía roja", expresando un profundo odio por el que había sido presidente de la República. Todavía quedan nombres como Llanos del Caudillo o Alcocero de Mola, aunque las calles dedicadas a los prohombres franquistas (apenas hubo promujeres) han ido desapareciendo muy lentamente.

Entre los muchos objetos posibles de homenaje y recuerdo a través de la toponimia urbana están las fiestas. En Pamplona tenemos una calle Dos de Mayo, nombre otorgado cuando esa fecha era fiesta nacional y no solo fiesta madrileña. En Madrid también tienen calle Dos de Mayo y, además, la calle del Doce de Octubre, parecida al Columbus Day Drive de Holland, Michigan, o a la avenida 9 de Julio de Buenos Aires. En Peñarroya hay una calle del Carnaval, en Astorga una plaza de la Semana Santa y en Elda la plaza de los Moros y Cristianos. En Las Palmas de Gran Canaria hay una plaza de la Navidad, en Orkoien una calle del 1 de Mayo. En Sant Adrià de Besòs está la calle de la Fiesta Mayor de Iquique y en Trebujena la calle de la Feria. En Toledo hay una calle de la Fiesta, sin más concreción, y en Salinas, Alicante, la calle de las Fiestas. No estaría fuera de lugar, pues, que en Pamplona dedicáramos una calle a las fiestas de San Fermín. Pero, aunque parece que por ahora nadie la ha echado en falta, sí que existen en nuestra ciudad una serie de vías públicas, calles, plazas o paseos, dedicadas a personas directamente relacionadas con los sanfermines y que, indirectamente, también nos los evocan. De ellas nos ocuparemos en las siguientes entregas.