ola Personas, esta semana me vais a permitir que sea un poco mal educado, peque de personalista y hable de mí. No es afán de protagonismo, sino que en estos días se han dado dos situaciones en las que he sido pieza importante y os las quiero contar, ellas nos llevarán, como siempre, a conocer alguna cosita de nuestro entorno digna de ser mentada. Los hechos a narrar han sido una intervención en un programa radiofónico y una presentación de mi libro, ambos celebrados en escenarios privilegiados.

Vamos al lío.

En primer lugar vamos a ver el asunto de la radio. Toda mi vida he escuchado la radio y lo sigo haciendo, ¿quién no escuchaba de niño aquellos cuentos de Radio Nacional que acababan con una moraleja?, La ratita presumida, El gato con botas, Los tres cerditos, ¿recordáis? Bueno, pues desde entonces no he dejado de oír la radio y en esta ocasión una emisora me llamó para estar yo dentro del transistor en vez de afuera y acepté encantado. El culpable fue Luis Gortari, auténtico reporter Tribulete de Onda Cero Navarra que me invitó a ser el protagonista de un capítulo de su espacio titulado Veo, veo. Dicho espacio se desarrolla en colaboración con el Museo de la Universidad de Navarra y para allí que nos fuimos entrevistador y entrevistado el martes a la mañana. Una vez en el terreno nos recibieron Laura Aizcorbe y Nacho Migueliz personas del MUN que fueron todo amabilidad desde el minuto cero. A Nacho ya le conocía porque él fue el cicerone que nos mostró el tesoro de San Fermín en una visita guiada por la que paseamos en julio y que fue el tema del ERP 177. A ella no tenía el gusto, ahora ya lo tengo.

El MUN además de ser guardián y depósito de muchas cosas y de mucho arte, fijo y temporal, lo es del legado de José Ortiz Echagüe (Guadalajara 1886-Madrid 1980), el número uno de la fotografía española de todos los tiempos.

Veamos un poco la mecánica del Veo, veo. Yo, como invitado, debía de seleccionar una obra de todas las que forman el fondo del Museo y, como no podía ser de otro modo, la obra que seleccioné fue una foto del mentado artista del celuloide, el nitrato de plata y el hiposulfito. No fue una de las más conocidas, no fue su roncalesa, ni uno de sus arrantzales, ni una estampa de sus silenciosos cartujos, ni sus habitantes del desierto, ni su famosa Sermón en la aldea, ni sus mujeres de la Alberca o de Lagartera con sus ricas ropas, ni las gentes de la Maragatería. Fue un retrato simple, sencillo, titulado Una mujer de Ávila en el que una mujer de edad indefinida mira al objetivo con toda la verdad que puede caber en una mirada, y con esa mirada comunica una vida entera. Sus ojos son locuaces, parlanchines, enmarcados en un rostro curtido por años de sol castellano, por duros inviernos abulenses, por tiempos duros de tierras duras. Sus manos son calendarios que dan fe de los años transcurridos, herramientas trabajadas que han estado, están y estarán para lo que haya que estar. La foto en cuestión la había visto yo hace unos meses en una visita que hice un domingo a la mañana al museo y que, como cada vez que me acerco por allá, metí la nariz en el rincón que D. José Ortiz tiene dedicado de forma permanente. Entre obras que ya conocía, de pronto, apareció ella, esa Mujer de Ávila que me dejó enamorado.

Para realizar la pequeña entrevista nuestros guías nos llevaron a esas dependencias que todos lo museos tienen pero que nadie ve, a esas estancias enormes llenas de obra almacenada en unos muebles enormes con paredes que se escaquean mediante un sistema de correderas y que están preñadas de arte. Recalamos en el sitio mágico donde cientos de cajones realizados con las más altas medidas de seguridad custodian todo el fondo del viejo fotógrafo alpujarreño. Ahí paseé por parte de su obra y pasear por ahí es mucho pasear, es ir de Roncal a Ibiza, de Fez a Sepúlveda o de Montehermoso a Zamarramala. Es ver curtidos obreros vascos trabajando el carbón y al alcalde de Garralda con su típico traje montañés, es pasear por las calles del Rif o ver un amanecer en Tetuán. Abría un cajón y viajaba al río Duero a su paso por Soria, cerraba éste, abría otro y eran los cartujos de Miraflores los que me invitaban a recorrer con ellos su claustro, el voto de pobreza de los discípulos de San Bruno daba paso al lujo de una dama que, acompañada de su galgo ruso, paseaba por los jardines de Ayete. Y así podríamos seguir por escenarios sin fin, pues es tal su recorrido que parece que la obra de Ortiz Echagüe fuese infinita. Maravillado y con las retinas llenas de imágenes, seguimos nuestro recorrido por sótanos y galerías hasta encontrar un lugar adecuado para hacer nuestra entrevista que fue emitida el jueves al mediodía. Quedó bien. Luis cumplió su objetivo y yo también.

Y el segundo acto de los celebrados esta semana y que, tal y como he dicho, quiero contar, fue la presentación de mi segundo libro con charla, proyección de fotos y vino con tapa que generosísimamente me organizó la fundación Miguel Echauri en su sancta sanctórum de la calle San Antón.

Ya hace unas semanas que Mercedes Sagües, mano derecha de los hermanos Echauri y alma máter de su fundación, me llamó para organizar dicho evento. Ni que decir tiene que acepté antes de que hubiese terminado la frase y nos pusimos al lío. Ya con el primer libro hicimos algo pero estábamos en un momento covid mucho más delicado y se celebró en la sala de exposiciones, con 15 personas y sin vino al final. Esta vez la cosa ha sido diferente, se ha organizado dentro de la fundación, en ese espacio envidiable que recorrimos en una visita guiada y del que os hablé en el ERP 121 publicado el 7 de junio de 2020. Di una pequeña charla acerca de los contenidos del libro presentado, fui desgranando un poco algunos de ellos, los que tienen especial chispa y que consiguieron arrancarnos unas risas, el caso era pasarlo bien. A continuación vimos las fotos de Galle que ilustran el volumen y quedamos para otra ocasión el resto de los fotógrafos. Acabada esta primera parte subimos al piso de arriba a disfrutar de un vino y unas viandas de esas ricas que se toman en estos casos, rodeados de todos los tesoros y toda la magia que la Fundación custodia.

Como veis la semana ha sido movidita, pero también ha tenido un punto triste, muy triste. El miércoles Luis Azanza, el inconfundible fotógrafo omnipresente de sonrisa, coleta y patillas era llamado a fotografiar el más allá y partía para no volver. Malos tiempos para los hijos de Daguerre, Patxi Calleja, Mikel Goñi, Javier Ederra y ahora Luis se han ido en pocos meses al cielo de los fotógrafos. Para atenderlos bien en lo que necesiten y que no les falten unos Tri-x o unos Kodachrome 64 también tomó ese tren el querido Celso Clariana. Todos ellos inolvidables.

Con ellos me despido.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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