Allí donde el río Arga suena, las huertas de Aranzadi producen y la falda del monte San Cristóbal vigila se encuentra la Txantrea , el cobijo de María Salinas y José Gracia desde que el 4 de julio de 1963 se casaron, tras un año de noviazgo. Y el año que viene celebrarán sus bodas de diamante, 60 años juntos.

De 1963 hasta hoy: a por las bodas de diamante

Con 18 años, junto a su hermano Víctor, María solía acudir a la Peña Aldapa donde constató una relación muy estrecha con Induráin, el amigo que hizo de celestina entre la pareja. Un día a la salida de trabajo Induráin “me vino a buscar para comentarme que José quería una cita conmigo”. Ante tal noticia, María decidió comunicárselo a sus amigas para que le aconsejaran. “Ellas me hicieron ver que no les parecía buena idea”, sin embargo, la del barrio San Pedro hizo caso omiso a las opiniones cercanas, y quedó con él.

Entre cita y cita, –entre ellas, en la Plaza del Castillo por motivo de la Vuelta de España–, surgió el amor, que fue sellado por José Morrás Santamaría, el padre Tarsicio de Azcona en la iglesia de Capuchinos. Minutos previos al enlace, María recuerda cómo, vestida de blanco, se comió un bocadillo: “Yo no era consciente de cómo me iba a cambiar la vida. ¡Solo tenía 19 años¡ Imagínate que cara de niña tenía que el padre Tarsicio creyó que iba a hacer la primera comunión”.

Tras su calurosa luna de miel por Zaragoza, los recién casados ​​se mudaron a la Txantrea, al bajo que construyeron durante cuatro años José con el material que les donó Franco. El tudelano comenzó con el proyecto a los 18 años y lo terminó a los 22. Un arduo trabajo que le valió para librarse de hacer el servicio militar, para independizarse joven.

Aunque la mudanza fue “dura”, la pareja reconoce que “nos lo montábamos bien”. Todos los fines de semana subían a la Peña Aldapa en bicicleta, hasta que un día les paró un sereno y les comentaron que no podían andar en un mismo vehículo. “Nosotros éramos conocidos de ello, pero no nos quedó otro remedio que hacernos los locos”, afirma entre risas.

Las salidas en pareja se redujeron cuando María se quedó embarazada. “Tardé en quedarme encinta, porque así lo quise yo. Tenía 19 años y ¡era joven para ser madre!”, afirma sin tapujos. Después de tener a Txema, María quiso disfrutar de su maternidad. Nunca fue su intención tener hijos de forma continua, de ahí que acudiera al médico para solicitar que le recetaran pastillas anticonceptivas. “Nunca se me olvidará cuando el médico me dijo que no me las iba a dar porque su moral no le dejaba”, afirma. Sin embargo, por mediación de otras personas las consiguió. De esta forma, no se quedó embarazada de una niña hasta que la pareja así lo deseó.

Cuando los críos crecieron, María volvió a trabajar. “Aunque nunca lo haya entendido, antes, cuando te casabas, estabas obligado a quedarte en casa”. Hasta que un día “comencé a limpiar las oficinas y los baños de un taller de soldadura”. Al principio, a José “no le hizo mucha gracia, pero al final se convirtió en mi mayor apoyo”, reconoce.

Con dos sueldos en casa, la familia Gracia Salinas se permitía todos los años ir de vacaciones. Un año, recién comprado el Renault 6, se fue a Almería de camping. Con el coche lleno, no tuvieron otro remedio que colocar el equipaje en la baca. “Hemos estado con el Inserso en buenos hoteles y sin embargo, tengo mejor recuerdo de los campings”, recalca José.

Actualmente, la pareja no viaja. Desde la aparición del covid-19, la vida social de María y José se ha visto recortada. A las mañanas acuden a la huerta a realizar sus quehaceres, hasta que a las 12.00 horas, se van a tomar su vermú. Después de llenar la barriga y echarse una siesta, la pareja juega tres horas al chinchón donde apuestan un euro por partida. “Cuando pierde se suele enfadar”, afirma María. José no duda en defenderse de las objeciones: “Me da rabia que se ría y cuando lo hace me cabreo más”.

Hija de un preso del fuerte

A pesar de haber vivido con plenitud, la niñez de María y José no fue del toda sencilla. El tudelano quedó huérfano a los 13 años, provocando que su hermana mayor le llevara a Pamplona y comenzara a trabajar en una empresa que vendía pienso para pollos.

María, por su parte, nació en la capital navarra, donde su padre estuvo preso por ser uno de los cabecillas del bando de los rojos. Ante tal hecho, su madre no tuvo otro remedio que dejar Almería atrás e instalarse en Carlos III en la casa de Julio Medrano, catedrático en la Universidad de Navarra, y la persona que le ayudó a conseguir un piso en el barrio San Pedro, donde María y sus hermanos, Víctor y Paco, vivieron hasta que el 4 de julio de 1963 se dio el sí quiero. 59 años de amor. Se dice pronto.