Ana arriba para un público infantil. Carmen abajo con el mundo esotérico. La librería Acuario ha estado bien custodiada los últimos diez años, pero el tándem hermanas Fernández Marcilla ha cumplido. El 13 de enero bajaron la persiana por jubilación. Tienen un plan que se resume fácil: “Disfrutar y ya está”, dicen. A su clientela le ha costado un poco más asumir la ausencia: “‘¿Cómo que cerráis? ¿Y dónde vamos a ir?’ Te sorprendes, porque la gente está como escandalizada”, cuenta Ana. “Preguntan dónde van a ir porque no hay un espacio como este. Creas unos vínculos, y eso se pierde”, añade Carmen.

La historia de Acuario comenzó hace 35 años en la calle Ansoleaga. Uno de sus dos socios era José Arnedo, marido de Carmen. Tras 20 años de actividad el local se les quedó pequeño y se trasladaron a la calle Campana, el antiguo bar Bilbao. Entonces Carmen ya formaba parte de la librería, pero en el piso superior. “Arriba el proyecto era una librería especializada en arte y en la creatividad infantil, porque yo me dedicaba a montaje de exposiciones de arte”, recuerda. Hace una década, tras el fallecimiento de José, “alma máter de Acuario”, Carmen pasa a ocuparse de la librería esotérica y Ana “viene arriba y se especializa en el público infantil y sus padres. Esa es la trayectoria”, resume.

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Adiós a la librería Acuario de Carmen y Ana Fernández Marcilla Iban Aguinaga

A Carmen el esoterismo le interesa “a partir de que me encuentro este espacio y hay que sacarlo adelante. Hasta entonces, vives con tu pareja y todo se impregna”. No era su mundo, pero le cogió el gusto: “Fue un regalo que él me hizo. He descubierto muchas cosas de mí desde un punto de vista interno”, afirma.

Con un perfil de clientela “muy variopinto, de todo tipo y color y condición”, Carmen reconoce que, en lo referente a esoterismo, hay “muchísima gente que ni se acercaba por aquí. Y mucha gente compraba libros arriba pero no bajaba las escaleras porque le daba cierto yuyu. Con eso hemos convivido, con esa parte de ‘sois unos bocazas, todo esto es mentira...’”. 

También piensa que “hay una parte cada vez mayor de espiritualidad, de desarrollo personal, de esas sensibilidades extrarracionales como la intuición, la videncia... que es lo que da mala prensa entre comillas. Y aunque haya gente que no quiera ni acercarse aquí, en Pamplona hay muchísima gente que aquí se siente bien. Y eso es una gozada. Ser librero es uno de los mejores trabajos del mundo. Y en concreto ser librero de una librería como esta te acerca mucho a la gente. Aquí es sensible a hablar de ella, del entorno, de lo que pasa, de lo que no... Estás entre amigos. También tienen que ser clientes, porque si no esto se iría a la porra”. 

Desde el punto de vista exclusivamente económico, “ser librero es muy complicado. Nosotras hemos mantenido una factura estable a pesar de pandemias y amazones. Pero es una actividad en vías de extinción”. Tanto que, pese a buscar un traspaso, no han pasado de la primera conversación. Tampoco es muy optimista con el comercio de la zona: “Hablas con los que están a tu alrededor y hay una especie de tristeza. No está el ambiente alegre, que en otros momentos sí lo ha estado”. 

Para niños y sus padres

Cuando Ana se incorporó a Acuario para acompañar a su hermana, “de arte no tenía ni idea, y la gente que venía sabía muchísimo. Como lo de infantil me llamaba más, lo fuimos reconvirtiendo. Y como Carmen sabía mucho, me orientó”, detalla la menor de las Fernández. Tiene claro que “aunque hay críos que era una maravilla verles moverse por la librería, y que saben lo que quieren, aquí elegían los padres”. Y asegura que “a mí me ha especializado el público”. Sus tres primeras estanterías estaban dedicadas a literatura sobre la muerte, adopción, separación, etc... “Solo buscaba eso, porque de lo demás ya sé que había en cualquier otro lado. No tenía pensando ir por ese mundo, pero aquí ha aterrizado mucha gente con problemáticas muy diversas que me han calado, he encontrado material y veía que la gente se relajaba”, finaliza.

A las dos hermanas les ha ido “genial” trabajando juntas. “Con alguien que no es de casa tienes que tener una distancia de cortesía. Y aquí ni cortesía ni nada, esto sale con naturalidad y si tienes un día malo, pues ya está. Pero no hemos tenido ningún conflicto”, retoma Carmen. Agradecidas a sus clientes, cierran un ciclo “que ha sido muy bonito mientras ha durado, y ahora vamos a ir a otro igual de bonito”. Y aunque no han conseguido un traspaso, la Cofradía de San Saturnino, de la que formó parte José y que comenzó ensayando en la librería, dará vida a partir de ahora al local. “A nivel emocional, fantástico”.