Reparte hostias consagradas y sin consagrar. Un chiste inevitable y nada original que le hacen “absolutamente siempre”. Porque Antonio López, natural de Zumárraga de 46 años, es uno y trino; párroco de Irurtzun, maestro nacional de jiu jitsu y motero. 

“Algunos curas se dedican a jugar a fútbol, otros a estudiar historia... yo hago artes marciales. No lo veo tan raro. Es una actividad lúdica. Además viene muy bien para defensa personal. Normalmente los curas no nos metemos en líos, pero nunca se sabe”, argumenta. Por si fuera poco, conduce en Radio María el programa El Compendio del Catecismo, es capellán en la cárcel de Pamplona y consejero de matrimonios. Se le queda corto el día.

"Algunos curas se dedican a jugar a fútbol, otros a estudiar historia... yo hago artes marciales. No lo veo tan raro. Es una actividad lúdica. Además viene muy bien para defensa personal. Normalmente los curas no nos metemos en líos, pero nunca se sabe”

Antonio López - Sacerdote, maestro de jiu jitsu y motero

La fusión de vocación y afición permite ver a un sacerdote animar a sus alumnos al grito de “¡sed generosos y pegad!”. Quizá no suene cristiano, pero dice que eso ya está en el Evangelio y recurre al “pedid y se os dará” (Mateo 7,7-11) y a los Hechos de los Apóstoles (20,35) con el “hay más gusto en dar que en recibir”. Bromas aparte, en las artes marciales “hay muchas enseñanzas. Lo de caer y volver a levantarte, la superación, la hermandad, no ser rencoroso, utilizar la fuerza proporcionalmente y no cargarte a quien quieras solo por el hecho de que puedas... todo eso es muy evangélico”.

En las artes marciales hay muchas enseñanzas. Lo de caer y volver a levantarte, la superación, la hermandad, no ser rencoroso, utilizar la fuerza proporcionalmente y no cargarte a quien quieras solo por el hecho de que puedas... todo eso es muy evangélico

Antonio López - Sacerdote y maestro de jiu jitsu

Piensa que “es bueno hablar el mismo idioma de la gente a la que te diriges. Y para aprender un idioma, primero tienes que escuchar. A mí me gusta romper esquemas, pero no hago esto para romper esquemas, lo hago porque me gusta. Si todos los curas hicieran jiu jitsu, yo haría jiu jitsu. Si todos fueran moteros, yo sería motero. Bromeo mucho, pero soy cura. En el programa de radio creo que la gente no me imagina así, porque doctrinalmente soy muy ortodoxo. Y pastoralmente hay que ser cercano, decir las cosas como son, pero de manera que se entiendan”.

Antonio López, el sacerdote maestro de artes marciales

Antonio López, el sacerdote maestro de artes marciales Mikel Bernués

A su imagen atípica de sacerdote –viste de paisano y deja la sotana para la misa– añade tres tatuajes. En el pecho “el corazón de Jesús con la lanzada, la corona de espinas, el fuego símbolo del amor de Jesús y la M de María la Virgen. Hay quien lleva una estampita, pues yo llevo un tatuaje”. En su antebrazo un 70/7 hace referencia a “un pasaje del Evangelio en el que le pregunta Pedro a Jesús: ‘¿Cuántas veces tengo que perdonar, siete veces?’ ‘70 veces 7’”. Y en la pierna lleva la palabra Jiu jitsu tatuada por el presidente de su club motero.

"Suelo compararlo con las relaciones de novios. Tienes una relación con alguien que está vivo, que es Jesús, descubres que estás a gusto con él y sientes que donde mejor estás es a su servicio. Es un proceso largo”

Antonio López - Sacerdote y maestro de jiu jitsu

De familia no especialmente católica, su vocación “fue una gran sorpresa para todos. Suelo compararlo con las relaciones de novios. Tienes una relación con alguien que está vivo, que es Jesús, descubres que estás a gusto con él y sientes que donde mejor estás es a su servicio. Es un proceso largo”. Se planteó la vocación a los 15 o 16 años en torno a las Javieradas. “Hacía una vida absolutamente normal, pero iba a misa diaria, que ya no es tan normal. Y hasta los 19 años no me fui de casa al Seminario”.

En el magisterio de la iglesia ha encontrado “plenitud. Cuando sabes cuál es tu lugar en el mundo, e incluso en la historia si te pones trascendente, da sentido a todo lo que haces. A pesar de las dificultades, que siempre las hay”. Y asegura que “sobre la existencia de Dios, la divinidad de Jesucristo y que Cristo fundó la iglesia católica nunca he tenido dudas”. 

Las diferentes facetas de su vocación y su afición le aportan una “satisfacción integral. Intelectual, porque me obligo a estudiar para el programa de radio, física porque hago deporte, afectiva porque conozco a muchísima gente, que es mi mayor tesoro. Y también caritativa. La norma suprema del cristianismo es la caridad, y ejercerla en la cárcel me da mucho gusto”. 

Es en la cárcel donde encuentra la mayor riqueza pastoral. “Son situaciones duras, pero a nivel religioso ves gente muy abierta a Dios, a la trascendencia y a buscar un sentido a la vida. Que la han cagado mucho y no tienen dónde sostenerse, porque han perdido amigos, libertad, salud, dinero, fama... Cuando predicas en la parroquia ‘Dios te ama’, en el fondo la gente tiene esa sensación de ‘me lo merezco porque he venido a misa; y estoy casado con mi mujer y no robo y no mato. Cómo no me va a amar Dios’. Pero cuando dices en la cárcel Dios te ama... ¿puede ser esto? Y a nivel humano es maravillosa la acogida, el calor, la simpatía y la cercanía”, asegura.

Las artes marciales

Su afición por las artes marciales parece tan inquebrantable como su fe. A lo menor desde que de crío su padre les llevó a él y a su hermano gemelo Raúl a ver Operación Dragón. “Es la primera vez que recuerdo haber ido al cine”. Era “un friki de las artes marciales” de pequeño y hacía judo, “pero lo retomé en serio de adulto y de cura. Al principio como un deporte que me gustaba. Empecé a sacar los danes, el título de monitor, luego de entrenador, luego de maestro... y aquí estoy”

Se decantó por el jiu jistu porque tiene un poco de todo. Las proyecciones del judo, las patadas y puñetazos del kárate y las luxaciones del aikido. Empezó a ejercer como profesor hace siete años, primero en la UDC Rochapea y, a raíz de la pandemia, en el Gimnasio León. “Se portaron súper bien con nosotros a pesar de las dificultades. Necesitábamos un gimnasio y este es muy familiar”, dice.

Sus alumnos dan fe del buen hacer de Antonio: “Es muy buen profesor y muy buen amigo”, explica Rosa Ovejero, que comenzó en diciembre. Ella es de Zaragoza y vino a Pamplona “por trabajo, sin conocer a nadie... sola. Al cabo del tiempo la gente suele volver a su ciudad, y a mí me daría mucha pena porque ahora tengo una cosa que me ata”. Son las clases de jiu jitsu: “Es como una familia. Un gran descubrimiento”.

A Verónica Sánchez le cuesta dar con un defecto de su sensei. “A veces es un poco disperso, es mi única queja”. Por lo demás, “es muy cercano y divertido, pero también obliga a la gente a comportarse y tener un compromiso. Porque es un deporte duro y si haces el tonto te puedes hacer mucho daño”.

Álex Pulido, hasta octubre completamente ajeno a este mundo, se apuntó “por curiosidad” y aquí ha encontrado “diversión, cercanía y un ambiente muy bueno”. Y Santi Galván, el alumno más experimentado hasta el punto de que le sustituye como profesor cuando falta, reconoce que no es objetivo “porque Antonio no es solo mi sensei, es mi amigo. Concelebró mi boda y ha bautizado a mi hijo”. A Antonio le “encanta” dar clases. “No seré ni el más fuerte ni el más técnico ni el más rápido, pero tenemos un ambientazo. Y es lo que más valoro”.