Ante la inminente ocupación de las primeras viviendas de Salesianos se vuelve a suscitar el debate de lo acertado o no de su ejecución. Este, sin duda prematuro, tiene la misma entidad que el juicio emitido ante la llegada de un bebé y su futuro desarrollo. El urbanismo es un gran elefante cuya evolución es lenta y el resultado se observa transcurrido un largo tiempo. 

No siempre se acierta; y aquí es preciso aclarar cuál es la responsabilidad de los arquitectos. Los mismos a los que, recientemente, a raíz de las opiniones vertidas en relación con la antigua estación de autobuses, se nos definía expresamente como “profesionales del ladrillo” con cierto tono despectivo, lo que no puede tener otro origen que el desconocimiento absoluto sobre lo que un planeamiento urbanístico conlleva y quién interviene y decide en él. Y claro, en un ejercicio de democracia ejemplar se distinguía entre los “de postín” y los “profesionales sensibles” que estaban más cercanos a la postura de los firmantes del texto.

Los largos desarrollos urbanísticos, lamentablemente, están condicionados por decisiones políticas y cuestiones mercantilistas a las que los arquitectos somos completamente ajenos. Me gustaría que esto quedara claro de una vez: la inmensa mayoría de mis colegas se enfrentan a una ecuación muy compleja en la que gran número de las posibles variables ya han sido decididas por quien nada tiene que ver con la arquitectura, y afortunadamente en gran número de ocasiones son capaces de resolver muy acertadamente ese intrincado laberinto que luego debe formalizarse. Con una visión de futuro, de largo alcance, ya que permanecerá definiendo el devenir ciudadano durante unas cuantas generaciones. Y con la responsabilidad que aplicamos en nuestro trabajo, con gran conciencia social.

“El urbanismo es un gran elefante cuya evolución es lenta y el resultado se observa transcurrido un tiempo”

JOSECHO VÉLAZ - Presidente del COAVN

Actuaciones como la realizada en el cercano Bilbao son fruto de una reflexión profunda con una visión de futuro que, como toda novedad, siempre suscita dudas y miedos en quien no se dedica a la materia en cuestión. Paradigma europeo por excelencia resulta la evolución de Copenhague, la que pudiera parecer una ocurrencia de la última década, modelo de ciudad de su tiempo donde conviven la tradición con la exquisita arquitectura contemporánea, de movilidad sostenible ejemplar y calidad de vida envidiable. Esta es fruto de un planeamiento conocido como Finger plan, concebido nada más ni nada menos que en 1947 por un grupo muy joven de urbanistas; plan que obviamente se ha ido adaptando a las previsiones demográficas y sociales con un único foco, obtener la mejor ciudad, supeditando esta premisa a cualquier otro interés y, como en Bilbao, todos los que han intervenido lo han hecho sin perder el rumbo, remando al unísono.

Así, estoy convencido que nuestras queridas o denostadas torres son el mejor guiso que se ha podido realizar con los ingredientes suministrados. No ha podido haber mejores cocineros y así se decidió en un concurso público abierto al que concurrieron numerosas propuestas entre las que se encontraban algunos de los arquitectos más reconocidos. Y me consta, como atestigua su premiada práctica profesional, que sus autores han dado todo de sí, pensando permanentemente en quien las va a habitar y en el espacio público que todos vamos a poder disfrutar, en una zona de la ciudad donde este escasea debido a la tipología de manzana de carácter privado y el gran porcentaje destinado a los viales rodados, conceptualmente obsoletos.

¿Sobre su altura? Es una cuestión de escala, física y de pensamiento; pudieron no existir o haber sido más altas