Hola personas, ¿Cómo lo lleváis?, pregunta retórica, me consta que bien.

Esta semana daremos un paseo físico con un poco de componente histórico. Veremos una zona de nuestra ciudad y veremos una infraestructura más que centenaria, que cumplió su labor y la sigue cumpliendo a pesar de las diametralmente opuestas técnicas que para llevarla a cabo se estilan hoy y se estilaron ayer. Me refiero al hospital Psiquiátrico San Francisco Javier, otrora llamado Manicomio Vasco-Navarro.

Pero empecemos por el principio. El miércoles a la mañana necesité ir a realizar unas compras a la Cooperativa de Hostelería y para allí que me fui con mi troncomóvil. Iré pronto, pensé, y daré un buen paseo por esa zona. Dicho y hecho, a las 9 horas estaba mi coche aparcado en el antedicho macro comercio, y mis pies, felices y volanderos, buscaban una ruta por la que pasar la hora diaria de paseo. Tras cruzar el parquin de un famoso supermercado, salí a una calle perteneciente a un polígono industrial. No había recorrido cuatro pasos cuando reconocí la zona, me resultaba muy familiar. Al llegar a la trasera de Automóviles Torregrosa vi por qué: porque por ahí pasé a diario durante un año para ir a trabajar a Coussin freres, la empresa que antes fue Industrias Auxiliares del Metal y después Faurecia, que la hizo desaparecer, llevando a cabo una deslocalización de libro. En Coussín trabajé durante el año 82 y fue un buen año, era una fábrica limpia y ordenada en la que se desarrollaba un currelo de lo más llevadero, había gente maja e ir a trabajar no era excesivamente duro. Se fabricaban correderas para los asientos de los coches y sistemas de reclinar para los respaldos. Fue solo un año de mi vida el que pasé allí pero fue una gran experiencia que no olvidaré jamás, me sentí querido por la mayoría de mis compañeros. Desde aquí un saludo al murillés Mecano, compañero y amigo, que sé que me lee cada domingo.

Tomé la calle que va paralela al concesionario del León y llegué a la avenida de Villava. Hice derecha y en pocos metros estaba entrando en los antiguos terrenos del hospital psiquiátrico, hoy lúdico jardín llamado Parque del Mundo.

Pero veamos un poco de cómo nació la institución que en ese momento comenzaba a pasear.

La culpa de todo la tuvo un hijo del Marqués de Rozalejo llamado Fermín Daoiz Argáiz (Peralta 1823- Pamplona 1873) que, al morir, legó toda su fortuna al erario público para que con el millón y cuarto de pesetas con que estaba dotada se levantase un moderno centro en el que tratar a los enfermos mentales. Las obras dieron comienzo en 1891 siguiendo los planos que dibujara el arquitecto Máximo Goizueta y se acabaron en 1899, la diputación aun tuvo que poner 250.000 pesetas más y el resultado fue uno de los centros más avanzados de su tiempo para el tratamiento e internamiento de enfermos mentales. En agradecimiento el señor Daoiz se encuentra enterrado en su capilla.

Su andadura comenzó en 1904 bajo la dirección del Dr. D. Manuel Gurría. Era una institución clasista en la que existían locos (así se les llamaba entonces) de primera, de segunda e incluso de tercera, dependiendo de lo que pagaran. El Archivo General de Navarra custodia unas cuantas fotos del Manicomio cuando se inauguró y se ven las habitaciones que ocupaban los ingresados más pudientes, las de los menos pudientes y los lóbregos pabellones en los que veían pasar sus tristes horas los pobres desgraciados que eran declarados pobres de solemnidad y que no contaban con la peseta y media diaria que costaba su estancia en aquel lugar. En otras imágenes se ve perfectamente como se desarrollaba la vida entre aquellos enladrillados muros y la verdad es que verlas le lleva a uno a muchas reflexiones. Los pobres enfermos eran literalmente aparcados allí por la sociedad y literalmente olvidados. Su aspecto, sus ropas, sus tristes caras, su soledad, se ven perfectamente reflejadas. Se les ve en fiestas religiosas, como la procesión por los jardines y pasillos el día del corpus, o durante las navidades, o en las visitas de las autoridades, que se fotografían con ellos en actitud de gran camaradería, pero que al día siguiente probablemente olvidaban.

El centro estuvo dirigido entre 1934 y 1976 por el Dr. D. Federico Soto. Fama tenía de ser un gran psiquiatra y de tratar con muy buena mano a sus pacientes, de esto no dudo, no puedo hacerlo, no tengo elementos ni conocimientos para hacerlo, pero la situación en la que los internos se encontraban, vista desde nuestro actual prisma de comodidad, era ciertamente terrorífica. El doctor Soto también tenía fama de hacer locuras mimetizado con sus pacientes, así, entre otras, se decía que siempre bajaba las escaleras montado en el barandado. Si non e vero…

Recorrí el llamado Parque del Mundo, antigua granja del manicomio en la que se empleaban los internos que, por ser más suave su afección, podían desarrollar un trabajo, y me gustó, es amplio y con un rico arbolado. Me metí, curiosón, por entre pabellones y tras uno de ellos en un jardín cerrado se encontraban tomando el sol los internos del psicogeriátrico, personas a las que los años que han cumplido les han pasado la factura del conocimiento. Se les veía felices con unas cuidadoras vigilantes y acompañantes que desarrollan un trabajo ciertamente loable e impagable.

Salí por la parte trasera del Parque y llegué a la urbanización Orvina. Para ello tomé la calle del Canal, más o menos en el punto en el que durante muchos años estuvo la famosa fuente del Canal, fuente de la que manaba un agua rica y fresca que gustaba mucho en la ciudad. Aguadores había que la subían en tinajas para su venta.

Entré en Orvina y vi el gran cambio a mejor que han experimentado esas casas, se les ha cambiado la cara con unos modernos revestimientos, los balcones se han convertido en miradores, sus calles son espaciosas, verdes y tranquilas, en sus bajos hay tiendas, bares, todo tipo de servicios e incluso vi una academia de música. Su proximidad a la falda del monte Ezkaba les permite a sus vecinos estar en pleno contacto con la naturaleza.

Cruzando la Avenida de Villava abandoné Orvina 2 para llegar a la más pequeña Orvina 3, mucho más reducida pero igualmente arreglada, residencial y tranquila. En esta se recuerda al mecenas del vecino hospital psiquiátrico y su principal calle lleva el nombre de Fermín Daoiz y por merito dice: filántropo.

Di una vuelta por entre sus casas y di por acabado mi paseo con la satisfacción de haber visto rincones de mi ciudad que no conocía.

YFM

Besos pa tos.

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