El general Cassan al mando de la guarnición acantonada en la Ciudadela, unos 4.000 franceses extenuados, malheridos y hambrientos, entregaba las llaves de la fortaleza al general Carlos de España, al frente de las fuerzas de bloqueo anglo-españolas lideradas por Wellington. Eran las 4:30 de la tarde del 31 de octubre de 1813.

Pero este episodio no empezó ahí, sino cinco años antes. Como una travesura de patio de colegio, todo se precipitó con una batalla campal de bolas de nieve. A comienzos de 1808, el Ayuntamiento de Pamplona había sido informado de la inminente llegada de huestes francesas a la capital, compuestas por una división de tres mil hombres a la que seguirían muchos más. Con porte marcial y redoble de tambores, el 9 de febrero hacía su entrada por el portal de San Nicolás el general D’Armagnac, seguido de tres batallones de Infantería entre franceses, suizos, alemanes, belgas… hasta sumar 2.500 efectivos de paso por Navarra, camino de Portugal.

Cabe precisar que en 1807 Napoleón y Carlos IV aspiraban a repartirse la Lusitania mediante el tratado de Fontainebleau, de lo que se colige que Francia y España además de vecinos eran aliados. Aquel invierno los cuervos volaban bajo anunciando que la nieve no tardaría en llegar. En efecto, el 16 de febrero Pamplona amaneció con un grueso manto blanco.

En la mañana de ese día glacial, una partida de suizos pertenecientes al ejército galo acampado al sur de la Ciudadela (Vuelta del Castillo) se dirigió a la Puerta del Socorro, en busca de víveres como hacían a menudo. Con la excusa de la nieve, no tardaron éstos en propiciar una inocente batalla campal a limpia bola contra el cuerpo de guardia español que custodiaba la entrada.

Cara norte de la Ciudadela. Puerta Principal y puesto de guardia por donde penetró la partida de granaderos franceses. Mikel Torres

Hoy ningún historiador duda de que D’Armagnac, por orden expresa de Napoleón, pretendía tomar al asedio la Ciudadela en el instante más propicio. Lo que lleva a suponer que aquel martes de febrero era el día de autos. Planeado con detalle, los franceses se apostaron sobre el puente levadizo de la Ciudadela para que los centinelas no pudieran alzarlo. Entre bolazo y bolazo, a la señal penetró una avanzadilla que, en una acción rápida, consiguió desarmar al retén de guardia y apoderarse del polvorín.

Luego entraron los granaderos por la entrada principal, escondidos en el palacio de los marqueses de Vessolla (calle Nueva) donde se alojaba D’Armagnac, para acabar de tomar la fortificación. Las tropas francesas permanecieron allí cinco años, pero su estancia en la Vieja Iruña no les fue fácil. Como describe Luis del Campo (Pamplona, tres lustros de su historia), pronto surgió la insurrección en las calles que, al grito de ¡Abajo los gabachos!, pedía armas para pertrechar a la población y expulsar al invasor.

La dominación francesa forjó un elenco de notorios en ambos bandos. Uno de ellos, Mina el Mozo (Francisco Xabier Mina), fue un destacado guerrillero que en 1809 consiguió agrupar una partida de rebeldes navarros bajo su mando junto a desertores del ejército napoleónico, en su mayoría italianos, polacos y alemanes, que amargaron la existencia de los franceses. En el bando contrario, Jean Pierre Mendiry, a la sazón comisario general en Navarra, sembró el pánico entre la parroquia local con ayuda de su amante, María Josefa Landarte, una carnicera de Burguete y quizá agente doble de Espoz y Mina.

De hecho, durante mucho tiempo persistió la expresión ¡Que viene Mendiry! para atemorizar a los niños. Y desde luego José Bonaparte (Pepe Botella) que se alojó en el palacio de los Virreyes (hoy Archivo General) cuando trataba de huir a Francia. Pero además de la conocida efeméride, lo que más llamó mi atención de este hecho fue el hallazgo de un curioso documento, la carta que un padre envió a su hijo destinado en la guarnición de la Ciudadela, fechada el 6 de agosto de 1808.

Carta que R. Noubel envía a su hijo el 6 de agosto de 1808, al “Señor F. Noubel, subteniente del 1º Batallón, 2ª Compañía de la Guarnición de la Ciudadela, Pamplona”. Mikel Torres

El remite dice que la misiva tiene su origen en Agen (Aquitania) y su destinatario es Monsieur F. Noubel, subteniente de la Guarnición apostada en la Ciudadela de Pamplona. Más allá del sentido bélico, me pareció que la carta era una forma de penetrar en la intrahistoria de este hecho que trata sobre los deseos y temores de esos soldados destinados en Pamplona, así como la inquietud de sus familias durante los años de La Francesada. El escrito, de esmerada caligrafía y redacción culta, indica que probablemente el soldado era hijo de familia acomodada y afecta a Napoleón.

El padre le aconseja que se cuide de los rebeldes (la población navarra), que sea precavido con lo que escribe (la correspondencia pasaba por censura militar) y prudente con el rango que ostenta (subteniente). También le anuncia que, junto a un paisano que viaja a Pamplona, le envía una pieza de tela azul para que confeccione un nuevo uniforme (su ascenso debía ser reciente) y un diccionario de francés-español. El padre se despide a la espera de un pronto reencuentro. Quizá el joven subteniente F. Noubel participó en aquella calaverada de las bolas de nieve de 1808, o tal vez fue uno de los miles de heridos y famélicos que el 25 de junio de 1813 se rindió a las tropas aliadas de Wellington en una Ciudadela totalmente cercada.

Lo cierto es que, como señala Martinena (DN 3-XI-2013), el Ayuntamiento de Pamplona, en agradecimiento al duque de Wellington por la liberación de la ciudad, proyectó erigir una estatua ecuestre de este militar inglés en la plaza Consistorial, frente al Ayuntamiento, iniciativa que, como se sabe, no prosperó, aunque no por ello dejó de rememorarse el hecho. En años sucesivos se llegaron a acuñar varias monedas recordatorias de esta gesta, seguramente olvidada ya en el desván de la desmemoria.

Monedas conmemorativas del duque de Wellington contra Napoleón (circa 1820): 1- Moneda de plata que evoca la liberación de Pamplona. 2- Moneda de bronce tras la liberación de España y Portugal. 3- Moneda de aleación con las ciudades liberadas, en último lugar aparece Pamplona y la fecha de 31 de octubre de 1813. Mikel Torres