En 2012, Ignacio Etxeberria acudió a una conferencia en Donosti sobre las costumbres que, desde la Prehistoria, han perdurado en el tiempo.

En el viaje de vuelta, Ignacio comentó a sus amigos que en la charla se había acordado de los otsoportillos, donde se cazaban los lobos, y que en el valle de Ollo había dos otsoportillos y un otsogarate que “jamás me había molestado en visitar”, confiesa. Sus amigos le recomendaron que se acercara a la zona y realizara un estudio sobre las loberas.

11 años después, Ignacio, electricista, ha publicado El Lobo en Navarra/Otsoa Nafarroan, un libro editado por la editorial Lamiñarra Kultur Elkartea que recoge el gran peso cultural que este animal tuvo en la Comunidad Foral: más de 300 topónimos, literatura, legislación sobre su caza, 160 lugares que se utilizaban como trampas, representaciones en edificios religiosos, heráldica lobera y hasta camisetas de Kukuxumusu.

“Se me fue de las manos. La bola de nieve cada vez era más grande y ya no había quien la parara. Son 239 páginas más la documentación que aún tengo acumulada en casa”, asegura. 

Ignacio visitó los tres otsoportillos del valle de Ollo y, como le picó la curiosidad toponimia, buscó más loberas en Navarra: “En el mapa vi en Ekai, en Muniain de Gesalaz, en Unanu... ¡Empiezas a mirar y encuentras otsoportillos por todos los lados!”, exclama.

En total, Ignacio ha recopilado 300 topónimos sobre el lobo que ha descubierto en los libros de toponimia del Gobierno de Navarra –miró los mapas de los ejemplares concejo por concejo–, y en el GPS que utiliza cuando va al monte.

En el buscador ponía Ots, Otx y Lobera. Que haya tantos topónimos sobre el lobo significa que este animal formaba parte del día a día de la población, condicionaba sus vida”, explica. 

De los 300 topónimos, más de la mitad hacen referencia a lugares donde los humanos colocaban trampas para cazar lobos.

Otsarte y Otsoportillo quieren decir ‘aquí cazamos lobos’. Lobera era un sitio donde vivían las crías o había trampas. La toponimia juega con los significados y muchas veces las cosas no se pueden asegurar a ciencia cierta, pero, más o menos, he identificado 160 puntos donde había trampas para lobos”, señala.

De todas ellas, Ignacio ha destacado las localizadas en Ollo –los Otsaportillos de Txurregi y Arteta y los Otsoportillos de Saldise e Izu-Eguillor– porque el valle “es el origen del libro”, la de Elzaburu porque “me parece un sitio encantador” y la de Unanu. “Es la única trampa que tiene una referencia escrita. Además, se identifica muy bien el pozo y los restos del muro”, indica.

El libro también recoge la legislación sobre la caza del lobo en Navarra desde el siglo XVI.

Ignacio ha sacado las normas que rigen esta práctica de la Novíssima Recopilación de las Leyes del Reino de Navarra y del Archivo del Gobierno de Navarra, que tiene digitalizados las actas de las Cortes. 

Las leyes también decían que el pastor no era responsable del ganado asesinado por los lobos siempre y cuando no se hubiera producido una dejación de sus obligaciones: vigilar constantemente a los animales.

“Hasta dormían con ellos en la borda. El libro es un homenaje a aquellas gentes que pernoctaban en chabolas con el espacio justo para un camastro, a aquellos casi niños que cuidaban solos del ganado familiar sin otra compañía que la de su perro y con el lobo siempre al acecho”, 

A la noche, los pastores recogían el ganado en la cuadra y se defendían del lobo con mastines, hogueras en los alrededores, gritos, haciendo sonar instrumentos –cuernos, zambombas y carracas– y batidas. “No se les cazaba. Se pegaban tiros al aire para ahuyentar a los lobos, que se fueran al monte de al lado porque notaban la presencia del cazador”, indica. 

Incluso los ayuntamientos contrataban a loberos, gente que se dedicaba a matar este animal. “En Leitza, al lobero le pagaban 12 ducados por cada lobo cazado, pero no podía pedir más dinero en ningún otro sitio. Leitza había llegado un acuerdo con los pueblos de alrededor y gestionaba todo el servicio”, destaca.

En Ezkurra la recompensa era de seis ducados, pero el lobero podía ofrecer sus servicios a los caseríos: “Los pastores pagaban por tener una mayor seguridad”, afirma.

En Monreal, que estaba mancomunado con Eslava y Cáseda, el cazador tenía un sueldo base –trigo y cebada– y se podía quedar con “el premio”, la carne del lobo.

Ignacio también ha recopilado los principales ataques de lobos a ganado y humanos que aparecen en enciclopedias y medios de comunicación escritos. “He mirado periódico a periódico todas las noticias relacionadas con lobos que aparecen en la prensa navarra”, asegura.

Lobos en la catedral

Por último, el libro reserva un capítulo a la literatura lobera –cuentos, refranes y leyendas– y a la representación del lobo en construcciones como la catedral de Pamplona, el monumento a San Francisco de Asís, el retablo mayor de la colegiata de Roncesvalles, los capiteles de Aibar, los monasterios de Irache, Leyre y la Oliva... y hasta en las camisetas de Kukuxumusu o en las botellas de vino de Bodegas Ochoa.

El Lobo en Navarra/Otsoa Nafarroan, que explica la importancia cultural que este animal ha tenido en la Comunidad Foral, ya está a la venta en las principales librerías de Pamplona como Elkar, La Librería de la Estafeta o Katakrak.