“Todo lo que somos aquí se lo debemos a mi madre, a Ceferina Fontellas”. Marcela Abárzuza tiene claro dónde mirar cuando echa la vista atrás. Repasa la historia de la librería que lleva su apellido, referente de la cultura euskaldun primero en la calle Nueva y después en Santo Domingo, por una razón: ella y su marido Rafael Rodríguez se van a jubilar y buscan relevo para que esta tienda de barrio siga nutriendo al barrio. Como viene haciendo desde hace siete décadas. 

La primera Abárzuza nació en 1952, año en el que se realizó la reforma integral del Ayuntamiento de Pamplona. Allí trabajaba como conserje y vivía el señor Abárzuza, que abrió la librería para su hijo Víctor en la calle Nueva. Y al Ayuntamiento fue a parar una jovencísima Ceferina. Con solo 12 años llegó a la capital navarra desde Beuntza para servir en casas.

“Mi padre atendía la librería, mi madre solía llevarle el almuerzo y poco a poco empezó a atender mientras mi padre almorzaba en la trastienda. ‘Tranquilo, ya voy atendiendo’. A lo tonto se iba quedando, y se enamoraron”, dice Marcela.

“Mi padre desgraciadamente estaba delicado de salud, y mi madre cogió las riendas del negocio. Entre tanto, después de casarse tuvieron cinco hijos. Mi madre se quedó viuda muy pronto, en 1967. Con la tienda y cinco churumbeles”, describe para poner el valor el esfuerzo de Ceferina, que además hasta media noche cosía en aquella trastienda para engordar los ingresos familiares. 

Muy pocos años después, el germen de la segunda vida de la librería nació jugando al escondite en los jardines de la Taconera, cuando se conocieron Rafael y Marcela. Como la librería eran “muchas bocas que alimentar”, la pareja se buscó pronto las habichuelas más allá de la calle Nueva.

Así surgió hace 30 años Abárzuza en Santo Domingo. “Teníamos claro que queríamos especializarnos en temas de Euskal Herria en general y de Navarra en particular. Es la costumbre que me venía de mi ama y era un tema que conocía. Y también teníamos claro que queríamos tener papelería, porque ayuda mucho a la venta. Decidimos tener mixto; librería y papelería, con revistas, prensa... que fuese una tienda de barrio, una tienda de servicio”, comenta Marcela.

“Teníamos claro que queríamos especializarnos en temas de Euskal Herria en general y de Navarra en particular. Es la costumbre que me venía de mi ama y era un tema que conocía".

Marcela Abárzuza - Librería Abárzuza

El negocio se ha mantenido en la misma línea, con alguna variante. “Por el lugar en el que estamos, empezamos a tener recuerdos, que hemos ido quitando”, dice Marcela. “El imán y poco más”, añade Rafael, que explica cómo antes el turista compraba una postal, y ahora hace una foto con el móvil a la postal. Los souvenirs bajan y los gigantes de la comparsa suben. “Es nuestro producto estrella y lo mimamos en todas sus variantes: de goma, libros o lo que sea”, destaca. 

De una u otra manera, Abárzuza “funciona. Y estamos súper agradecidos de que la gente venga hasta aquí de otros barrios y de pueblos. Lo digo de corazón. Intentamos dar el mejor servicio y atender lo mejor posible. Eso lo tengo grabado a fuego por mi madre. Nos decía que hay que atender igual de bien a un crío que viene a comprar una goma de Milan que al que compra un libro de 100 euros. Porque nos eligen”.

En comercios de barrio como el suyo, resalta “que las personas tienen nombre, que preguntas por su salud y ellas por ti. Ese trato cercano que hace que clientes y clientas acaben siendo amigas muchas veces”.

Y opina que “pertenecemos al pulso social de la ciudad. Ves calles en las que se van cerrando comercios y son muy tristes. Como vecina reivindico el comercio de cercanía, pero de día. Queremos que haya vida social, el comercio hace una labor importante en ese sentido, y a nosotros nos encantaría que alguien continuase con nuestra labor. Porque funcionamos”.

Además, ahora que la gente se enterado de sus planes de jubilación, y les piden que por favor no cierren, “nos hemos dado cuenta de que somos importantes en el barrio”. 

Marcela y Rafael están “dispuestos a apoyar a quien quiera seguir nuestra labor. Nos haría muchísima ilusión”. Algún interesado ha llamado a la puerta, y ella se confiesa “enfadada con el sistema, porque se les llena la boca con la ayuda al comercio de cercanía, pero luego la gente que quiere emprender se encuentra muchos muros. Hay gente que se ha echado para atrás porque les aturullan de burocracia”. “Señores, salgan de sus despachos, vayan a pie de calle y vean las necesidades de la gente que quiere emprender”, apela.

Rafa y Marcela, en la librería. Jon Urriza Guillen

La jubilación

Esta pareja nunca se ha arrepentido de la profesión que han elegido “porque nos gusta el trato cercano. Yo soy feliz aquí. Hay que echarle horas, pero es agradable estar con la gente y atender”, cuenta Marcela.

Con medio siglo de trabajo a sus espaldas y a punto de cumplir los 65 años –Rafa está cerca de los 68– ya vale. Él piensa en coger la autocaravana sin pensar mañana en levantar la persiana. Y en retomar las partidas de cartas con los amigos. Ella dice que quieren “saber qué es eso de estar tranquilos, echar un cable a quien haga falta, cuidarnos a nosotros mismos” y, por supuesto, “dedicarle todo el tiempo del mundo y más” a los suyos.