El olor a castañas asadas llega este año al kilómetro cero de la ciudad, al centro mismo de la plaza del Ayuntamiento. Nunca antes había estado ahí, casi en el punto donde se juntan los tres burgos de Pamplona, y eso que Harold Nuin Gurbindo conoce de sobra esta ubicación. “Tuve el puesto en dos esquinas, allí donde los porches y donde la tienda de cookies”, dice. Le mandaron a Mercaderes y este año está de vuelta en la plaza Consistorial, cara a cara con el mismísimo Ayuntamiento.
El pamplonés Harold Nuin Gurbindo, de 58 años, es uno de los castañeros más veteranos de la ciudad. Empezó a los 19 años, “por curiosidad”, y con la tontería va a cumplir cuatro décadas el año que viene. Así lo atestigua su castañera verde, que él mismo diseñó y que le ha acompañado desde 1985. Es hexagonal, con hojas de platanero en tres de sus lados y un detalle que solo la suya tiene: “Los clientes pueden ver el carbón arder”.
Nacido en el barrio de Santa María la Real, desde los 11 Harold ya andaba por el Club Alpino, así que acabó por vivir en el Casco Viejo, en la calle Jarauta para más señas. Con semejante trayectoria, se conoce al dedillo el oficio de castañero, al que, como él dice, “cada año vengo con una sonrisa. Yo le llamo la temporada del amor en lugar de temporada de castañas”, confiesa. Porque un puesto de castañas es un pequeño espacio de vida, y aún más cuando el frío aprieta. Mientras la clientela “hace fila esperando turno, uno habla, otro te cuenta... Y yo disfruto”, confiesa. La castañica asadica, máscalentica dice el eslogan de su puesto. La frase tiene un sentido añadido: “Lo de máscalentica también se puede leer masca lentica, que quiere decir que la castaña asada hay que masticarla bien”, porque si no puede resultar pesada.
Roberto Harold ha montado un señor puesto en la plaza Consistorial. Ha colocado una plataforma y ha tapado un trozo de la alcantarilla “por si a alguien se le caen las monedas, que no se vayan al agujero”. “Me lo paso muy bien. En este mundo donde estamos hay que perder el miedo y ser fuertes ante cualquier batalla”, reclama. No le falta razón. Hace tres años, él y su mujer, Soraia Castellanos, con la que lleva 28 años, tuvieron un accidente de coche en Berriozar que casi les cuesta la vida. “Dimos 10 vueltas de campana”. A partir de ahí, “decidí tomarme la vida con humor”.
Soraia le acompaña a veces en el puesto, de hecho es el 50%. Hacen buen equipo: “Ella me ayuda a rajar las castañas. Lo hace a mano y las selecciona, mientras que otros lo siguen haciendo a máquina”. Cada día, venderá del orden de 15-20 kilos, y el sábado, entre 20 y 25. “Rajar diez kilos de castañas te lleva 1 hora. ¿Con máquina? Hacen 50 kilos en 5 minutos”.
Castañas del Bierzo y de Galicia
Este año, Harold ya tiene preparado un saco de 100 kilos de castañas solo para empezar. Arranca temporada con las del Bierzo, y cuando se gastan, que viene a ser cada semana, pide más: “Compro lo que gasto. No puedo tener guardado, porque es un producto muy perecedero, y en pocos días o se seca o se estropea”. Parece que no, pero la materia prima es importantísima para un castañero. “La de León es la primera que viene, más dura, amarilla y con sabor, pero luego se acaba. Entonces traigo la castaña gallega, buenísima”. Harold las compra según el calibre: “Castañas de 32 o 34 milímetros”. El corte y el fuego hacen el resto. Y la paciencia del castañero. “Se hacen al carbón vegetal, de encina. ¿Cuánto tardan? Unos 20 minutos”, confiesa.
Harold no va a subir esta temporada el precio de los cucuruchos de castañas. “Igual que el año pasado, la docena de 14 sale a 4 euros, y las medias, de 7 castañas, a 2 euros”. Imposible resistirse. Este viernes ha arrancado la castañera del kilómetro cero y ahí estará Harold, de 4 de la tarde a 10 de la noche, sábados y domingos incluidos. “Menos el lunes, que libro. Para mí es sagrado”. Ese día Harold coge el montante y se va a Azpíroz, su otra casa, su huerta. “A respirar y poner monte de por medio”. A vivir.