Nada de mantelería ni servilletas de tela, nada de protocolos ni hablar al cliente de usted, cubiertos colocados en botes de conservas y camareros vestidos con curiosas camisas repletas de calaveras.

Bienvenidos a La Bankada, el bar de la gente de taska que arrasa en el Ensanche con sus raciones: ensaladilla, nachos, tortilla de patata tipo Lesaka, pimientos del piquillo de Lodosa con torreznos...

Somos un sitio jovial en el que predomina el jaleo y el cliente disfruta del picoteo”, resume Xabier Villanueva socio de La Bankada junto a Ismael Uson y Iñaki Azurmendi,

En las cabezas de Xabier, Monti –socio inicial–, Iker e Ismael rondaba la idea de montar un negocio propio. “Había cumplido los 40. Era ahora o nunca”, recuerda Xabier.

Se lanzaron, buscaron locales y una tarde se toparon con el antiguo restaurante Aralar, que tenía dos bancos pegados en la entrada y bancos corridos en el comedor. Ya había lugar, la calle Castillo de Maya, y nombre: La Bankada.

Había querido abrir una bocatería y la bajera era tan estrecha que la única forma de que entrara la gente era colocando bancos de lado a lado”, explica Ismael. Además, labankada significa navajazo en euskera. “En la cocina siempre hay cuchillos. Todo encajaba”, apuntan. 

En mayo de 2019, arrancaron con un concepto rompedor: un menú –tras la pandemia apostaron solo por las raciones– en el que los comensales debían ponerse de acuerdo en compartir platos principales que incluían guarniciones específicas y camareros vestidos con camisas de calaveras.

“Denotan que somos un poco macarras, pero no queríamos atender a la gente con smoking porque hay que estar todo el rato planchando”, bromean. 

Xabier Villanueva, Iñaki Azurmendi e Ismael Uson posan sonrientes en el exterior de La Bankada. Oskar Montero

Las calaveras fueron todo un éxito –la gente quiere comprar las camisas–, permitieron que el trato con el cliente fuera muy cercano desde el primer día y desaparecieron las formalidades como tratarse de usted. “Las calaveras dan pie al bacileo. Nos gusta jugar con la gente y trabajar con cachondeo para que se sientan en casa”, indican.

El roce y la calidad de las raciones hicieron que el bar fuera un éxito desde el inicio y se poblara del público más variopinto: gente que se echa una cerveza con las mallas del gimnasio, una cuadrilla que se come una ensaladilla después de un partido de pádel, señores que cenan vestidos de traje o vecinos que llevan un polo.

“En la jungla hay de todo. La diversidad de Iruña, en vez de echarle atrás a la gente, les motiva porque ven que es un bar de barrio al que no tienes que venir con grandes intenciones para irte a casa contento”, señalan. 

Además, se quedaron boquiabiertos cuando la petaban todas las noches entre semana. “Llegaban las siete de la tarde, la gente entraba a picar y esto era un hervidero. No entendíamos cómo un martes estábamos a reventar y con más jaleo que un sábado. Y ahora tampoco ¡Que son días de labor”, exclaman. Iker, Ismael y Xabier recomiendan reservar, sea el día que sea, con un mes de antelación. 

¿Y cuál es el papeo que engancha tanto a la gente? Las raciones estrella son la ensaladilla rusa que recuerda “a las que hacía la madre”, los Iñakis –en euskera, Nacho se dice Iñaki–, alitas de pollo, pulpo a la brasa, tortilla de patata tipo Lesaka, zamburiña a la plancha o Pikitorri, piquillos de Lodosa asados con torrezno de Soria...

Cogimos 180 kilos y pensábamos que habíamos comprado mogollón. Ostia, la gente se volvió loca, arrasaron con las existencias y nos echaban la bronca por haber calculado mal. Les daba igual que les dijeras que se habían acabado. Querían más pimientos. Qué pasada”, relata Ismael. 

Los clientes tienen tanta confianza –y poder– que protestan por la falta de previsión o cuando La Bankada da descanso a algún plato.

En Sanfermines, sustituyeron la tortilla por unos huevos rotos con chistorra y patatas y el público enfureció. “Entraban por la puerta y nos preguntaban por qué no había tortilla y cuándo volvía. Nos han vuelto locos. La Virgen de Ujúe. ‘¡La tortilla ha regresado!’”, anuncia Ismael a gritos.

Tras esta experiencia, ni se les pasa por la cabeza quitar los Iñakis o la ensaladilla. Nos acuchillan porque les vuelve locos. Muchos vecinos no se pueden ir a casa sin su tapita”, aseguran. 

A pesar de todo, La Bankada se atreve a cambiar la carta, retira temporalmente dos o tres raciones e introduce novedades como los Tacones lejanos –tortitas de camarón con chipirón frito y “mayonesa achispada”–, Bla, bla, sam –lengua de ternera–, panceta de Maskarada a baja temperatura o curry de gambones y vieiras.

“Lo está petando muy fuerte entre los señores de 80 años. Se han ido de vacaciones a Tailandia o India y no nos hemos enterado”, bromean. 

Los postres son fijos –los más famosos son el tocino de cielo, helado de caramelo salado, y la tarta de queso– y al mediodía también ofrecen arroces y pescado: “Vamos al mercado del Ensanche y compramos lo que nos recomienda el pescatero por frescura. Ni siquiera elegimos nosotros. Nos gusta jugar en la cocina”, señalan.

Cestos en el techo

A estas alturas, a nadie debería sorprender la decoración: cestos de madera colgados del revés reconvertidos en lámparas, lecheras compradas en un anticuario que se reutilizan como paragüeros o una ventana de madera colocada al lado de caja.

Además, la tasca está repleta de un “pupurrí” de elementos –Manolito, una hucha con forma de cerdo decorado con recortes de periódicos, un muñeco Michelín o recuerdos de viajes– que han aportado los clientes. “No sabemos si hacen bien o mal a la vista, pero ahí están porque queremos que los vecinos sientan La Bankada como suya”, finalizan.