Un teléfono cambió la vida de centenares de navarros que estaban superando el duelo. Hace 37 años, al pamplonés Marcos Azqueta se le ocurrió juntar a los viudos y viudas de la ciudad, anunció la idea en los medios de comunicación y puso un número al que se debía llamar si se quería acudir a la cita. Marcos informaría del lugar y la hora.
La primera reunión fue en una cafetería de la avenida Zaragoza, estuvieron 11 personas y se pusieron como objetivo formar una asociación.
“Lo estábamos deseando porque en aquellos tiempos cuando te casabas te dedicabas exclusivamente al cuidado de la familia y de la casa y se reducían tus relaciones sociales. Si el marido fallecía, te metías en casa, te encerrabas y de ahí no salías”, relata Geno Solano, viuda desde los 35 años, que recuerda ese primer café.
El teléfono de Marcos no paró de sonar, el 5 de diciembre de 1989 inauguraron la sede, ubicada en la calle Luis Morondo Urra de Azpilagaña, y desde entonces se reúnen a comer todos los sábados y domingos con un único objetivo: ser felices.
“El fin de semana te sientes más sola porque es cuando todo el mundo queda y, si los hijos son mayores, están a su aire”, explica Milagros Espinal, 79 años, presidenta de la Asociación de Viudos y Viudas San Francisco Javier.
Milagros aguarda sonriente en la puerta de la sede. En el interior, una docena de socios echan el vermú: vino blanco y tinto, cerveza, txistorra, tortilla de patata, queso... “Aunque seamos mayores, tenemos nuestros vicios”, bromea Milagros.
Los socios continúan llegando y, entre pincho y pincho, están de charleta: cómo han pasado la Navidad, qué tal están los hijos y los nietos, cuestiones del día a día... “Hablamos de nuestras cosas porque la mayoría nos juntamos desde hace décadas. Somos más que conocidos. La asociación es mi segunda familia”, confiesa Milagros, que lleva 30 años en la entidad.
A las 13.30 horas, de la cocina salen unos pucheros humeantes con sopa, unas bandejas de chuletas de cerdo y de postre, fruta. La junta de la asociación confecciona los menús, realiza la compra e intenta ajustarse a los paladares de los socios –ya saben qué le gusta a cada uno y a veces ofrecen distintas opciones– y a la economía de todos los bolsillos.
“Siempre pensamos en el que menos puede pagar. No queremos que el socio se quede en casa porque la comida le resulte demasiado cara”, reflexionan.
Además, intentan que los menús sean suaves –bastantes socios tienen los estómagos delicados– y confiesan que en la actualidad les preparan la comida. “Antes cocinábamos, pero suponía mucha carga de trabajo. Que ya somos mayores”, se ríen.
Bingo y cartas
Llega la sobremesa. Dos posibilidades: bingo o cartas. “Somos bingueras y cuando no podemos venir lo echamos de menos”, aseguran Marta Márquez y María Ángeles Pagola. El cartón vale un euro, el premio de la línea son dos euros y, si se canta bingo, sube a cinco. “Todos queremos ganar, aunque sea por la hornilla. Hay rivalidad sana”, dice Marta.
También cuentan con un tapete enorme –cubre una mesa– en el que juegan al chinchón, la brisca o al mus. “Venían desde Alsasua”, recuerda Milagros.
A lo largo de estos 37 años les ha dado tiempo a recorrer más de medio país: Madrid, Segovia, Soria, Ávila, León, Santander, Bilbao, Donosti... “He estado en muchas excursiones en las que he disfrutado un montón”, afirma José María Vidángoz.
Además, siguen yendo a Benidorm la primera quincena de junio, realizan visitas guiadas culturales –Castillo de Javier, Baztan, Casco Viejo de Pamplona, Cámara de Comptos o Ayuntamiento de Iruña– y escapadas gastronómicas como los pimientos de Lodosa, las alcachofas de Tudela...
Además, celebraban las nocheviejas disfrazados y se siguen juntando para festividades como San Valentín. “Ponemos gominolas y galletas con forma de corazón”, explican. De hecho, en la asociación ha surgido el amor y los socios enumeran a los afortunados: Rosa, Mari Paz, Alicia, María Ángeles, Vicente, Andrés, Avelino o José Mari.
“Vicente y yo nos casamos en 2007. La asociación cambió mi vida porque cuando te quedas viuda no sabes a dónde ir. Es mi segunda familia. Si no puedo venir a comer, lo echo de menos”, reconoce María Ángeles.
No solo María Ángeles. Todos están deseando que llegue el fin de semana porque es el mejor antídoto para combatir la soledad. “Cuando falleció mi marido pasé una depresión muy grande. Entré aquí, había un ambiente muy bueno y conocer a otras personas en mi misma situación me ayudó a superar el duelo”, destaca Marta. “Lo que más me gusta es que te sientes acompañado”, opina Avelino Martín. “La asociación me ha enseñado a volver a vivir”, subraya Geno.
Por eso, animan a pasarse por la sede a cualquier persona que haya perdido a su marido o mujer, esté baja de ánimo y se sienta sola. “Les vamos a ayudar, acompañar e integrar. Se puede volver a ser feliz”, finaliza Milagros. Quien quiera unirse al grupo debe llamar al 948 23 21 37. La cuota de entrada son 60 euros y la mensual, nueve.