Los autores de temas pamploneses que se han ocupado de la figura de Javier Echeverría Navarlaz, y no han sido pocos, no se ponen de acuerdo sobre el lugar de nacimiento del viejo ttunttunero gitano. Luis del Campo, José Joaquín Arazuri, José María Baroga, Mikel Aranburu, Fernando Hualde y otros sitúan su origen en lugares diversos como Arrieta, Linzoain, Esquíroz u Orcoyen, porque eran pueblos en los que Javier había residido en alguna época de su vida. Y cualquiera de ellos hubiera podido justificar su condición de euskaldun, aunque repasados los libros de bautizados de aquellos años, en ninguno aparece su ficha. Sí tenemos constancia, por la prensa de la época, de que en 1906 vino andando desde Arrieta (Arce), y que al terminar las fiestas de 1910 dijo marcharse a Lintzoain (Erro), por lo que estos dos debían de ser sitios con los que tenía vinculación familiar o personal.

GRAN TXISTULARI

Mayor nivel de acuerdo hay en torno a su cualificación musical, pues sin duda alguna fue un gran txistulari, y su figura estuvo asociada a Pamplona y a San Fermín durante generaciones, junto a otros grandes ttunttuneros como los Irañeta, Bergara, Artocha, Barriola, etc. Debió de nacer en 1811, y en la década de 1830 se presentaba ya en San Fermín todos los años para escoltar a los gigantes negros en sus desfiles por las calles de Iruñea. A partir de 1848, cuando se comienza a registrar de manera documental y sistemática la nómina de músicos que acompañaban a la comparsa, se puede comprobar que el txistulari gitano no faltaba ni una sola vez a su cita. Por otro lado, y toda vez que la actual comparsa de gigantes data del año 1860, es fácil concluir que el bueno de Javier habría acompañado durante no menos de 20 años a la desaparecida comparsa vieja, y que fue testigo de la inauguración de los actuales gigantes, construidos por otro “grande” de Pamplona, Tadeo Amorena.

Javier Echeverría, a la derecha, tocando el txistu junto a un compañero.

Javier Echeverría, a la derecha, tocando el txistu junto a un compañero. Redacción DNN

TÍO JAVIER

Las descripciones que de Javier Echeverría nos han llegado se corresponden ya con la última etapa de su vida, cuando era un personaje conocido y querido por todos los pamploneses, que le llamaban cariñosamente “tío Javier”. Era alto, delgado como un sarmiento y muy moreno, no tanto por el tono de su piel como por los estragos del sol y el viento sobre su rostro. Y las fotografías nos lo presentan siempre vestido con camisa blanca y chaleco negro, a veces con chaquetilla corta oscura tipo “marsellés” por encima, a la que solía coser abalorios de colores. Llevaba pantalones bombachos algo más claros, ceñidos por faja de tela, e iba siempre tocado con una bien encasquetada txapela. Una descripción contemporánea, publicada en El Aralar, lo retrataba de manera más literaria como un “bohemio de pintarrajeado marsellés, de tez morena, labio grueso ligeramente gris, ojos negros y negras y encrespadas guedejas”. También la prensa de la época, cuajada de prejuicios trasnochados, se refería al buen gitano exclamando aquello de que “...y pásmense ustedes, ¡no ha sido procesado nunca...!”.

Desconocemos muchos aspectos de la vida de Javier Echeverría, especialmente los referidos a su quehacer fuera de fiestas. Sabemos que estuvo casado, pero ignoramos si tuvo descendencia, y podemos aventurar que era un enamorado de Pamplona y sus fiestas, y que tenía una fuerza y un tesón extraordinarios. Cada año venía a Pamplona a pie, empleando varios días en ello, durmiendo al raso o en esporádicos refugios, para seguir a los gigantes en su recorrido completo, sin faltar un solo día, y a cambio de muy modestos emolumentos. Luego regresaba a su pueblo de la misma manera. Las crónicas dicen también que, fuera de las horas de la comparsa, solía situarse, al igual que otros ttunttuneros, sobre un banco de la plaza del Castillo, para tocar su txistu y su tamboril, para solaz de la mocina, que bailaba sus sones como alternativa a la corrida de toros. A estas sesiones se les llamaba el baile del barato. Y dicen que a veces, a petición siempre del público, el viejo ttunttunero gitano dejaba su txistu y se ponía él mismo a bailar, con muy buen estilo y mucho brío.

70 SANFERMINES

El Tío Javier acudió a su cita con San Fermín durante no menos de 70 sanfermines, a pesar de que cada año le costaba mayor esfuerzo venir. Ya en una entrevista concedida a La Tradición Navarra en julio de 1906 el anciano confesaba entre sollozos que no sabía si tendría fuerzas para volver al año siguiente. Y en 1908 anunció su jubilación, cuando contaba con la friolera de 97 años. Con tal motivo el ayuntamiento, presidido por Daniel Irujo, le rindió un sentido homenaje de despedida. Es fácil imaginarse al bueno del tío Javier sentado en una silla y a la puerta de su casa, oteando el horizonte desde su pueblo durante las fiestas de 1909, pensando que los gigantes de Pamplona iban a bailar sin él y mascando su tristeza por no poder acudir a su cita con ellos. Por ello, impulsado por una extraña determinación, a comienzos de julio de 1910 se puso de nuevo en marcha hacia Pamplona, cuando contaba con 99 años, y esta vez acompañado por su mujer. Según cuentan las crónicas, les costó cuatro días arribar hasta la capital, y sin duda Javier llegó exhausto. El día 6 de julio se colocó tras los gigantes negros, como tantas veces antes había hecho, pero inmediatamente se dio cuenta de que no iba a poder tocar. Sus dedos agarrotados ya no podían seguir los ágiles compases del txistu. Al apercibirse de ello, con total dignidad, Javier Echeverría Navarlaz guardó cuidadosamente su txistu y su tamboril, y desfiló en silencio tras los gigantes. Era el final, después de décadas de formar parte irrenunciable del paisaje sanferminero. Según la prensa local, tanto él como su mujer durmieron aquel año bajo el Portal de Francia, y un grupo de personas promovió una iniciativa para que se le cedieran parte de los beneficios de las barracas sanfermineras y del cine de fiestas, con lo que se le pagó su regreso en coche hasta Lintzoain y se le dio una jugosa propina, con la que la pareja dijo querer comprar un borrico.

Es más que posible que el txistulari gitano intentara repetir su intentona al año siguiente, y es probable incluso que viniera de nuevo andando a Pamplona, en un titánico esfuerzo. Si fue así, ello le habría costado la vida, porque lo cierto es que el inicio de las fiestas de 1911 se dio con el tío Javier ingresado en el Hospital Provincial. Allí moriría pocos días después, el 10 de julio de 1911, víspera del final de las fiestas. Como puede suponerse, la prensa de la época agotó el repertorio de simbolismos y posibles analogías entre ambos hechos. Y un periódico de la época, La Tradición Navarra, en su edición del 11 de julio de 1911, le dedicó un pintoresco obituario en el que se rememoraban los sones del txistu del gitano, definiéndolos como “música indígena baska, digna de la Arcadia de Euzkadi...”.

Tambor artesanal del ttunttunero, hoy conservado en el Archivo Municipal.

Tambor artesanal del ttunttunero, hoy conservado en el Archivo Municipal. Redacción DNN

Hoy en día casi nadie conoce la figura del tío Javier, y quienes podían recordarlo nos dejaron hace mucho tiempo. Tan solo algunos breves escritos y un par de fotografías sostienen su memoria. Eso y un misérrimo tamboril de ttunttunero, obra de un artesano anónimo y humilde, que se custodia en el archivo del Ayuntamiento de Pamplona. He tenido oportunidad de ver este instrumento de música, obra de fabricación totalmente artesana y de extrema rareza. Está fabricado en madera, y su “parche”, la zona donde se golpea, está desgastado y ennegrecido por el uso. El “aro” que limita la circunferencia del tambor está conformado por una vara de mimbre, es totalmente irregular y se asemeja a cualquier cosa menos a un círculo. Y todo él muestra trazas de desgaste y de refuerzos y reparaciones sucesivas. Es todo lo que nos queda de Javier Echeverría, un esforzado txistulari, gitano y euskaldun, hoy totalmente desconocido pero al que, en un tiempo ya muy lejano, no había pamplonés ni pamplonesa que no conociera y admirara.