Hola personas, ya está aquí, por fin, la deseada primavera, antesala del rico verano con todo lo que él conlleva. Esta semana, a pesar de que me encuentro como una rosa de Francia, no he dado paseo físico, sino que he decidido realizar una crónica de la semana pamplonesa, he decidido traer aquí tres acontecimientos que la han jalonado y que vamos a repasar desde nuestro punto de vista.

El primero de ellos es luctuoso, un madrileño de cuna, aragonés de sangre y pamplonés de alma y de adopción nos ha dejado y merece unas líneas y una despedida. El día 15 falleció Alberto Cañada Juste (Madrid 1931- Pamplona 2025). No sé qué calificativo emplear para definirlo, me vienen muchos a la cabeza y todos halagüeños. Era ingeniero de obras públicas, ingeniero técnico de montes, licenciado en Filosofía y Letras y doctor en historia, casi nada, pero sobre todo era un hombre amable, sonriente, culto hasta la saciedad, gran conversador y con una gran capacidad de empatía. Cuando hablaba conmigo se ponía a mi nivel, elogiaba mis escritos, mis andanzas por Pamplona, las historias locales que cuento, siempre me preguntaba por la marcha de mis libros, se interesaba por saber si tenía otro en el horno a punto de salir, él los leía y siempre me trataba como un igual cuando la distancia entre él y yo era abismal, Alberto estaba forrado de títulos, conocimientos y reconocimientos y yo tengo los mismos títulos que una liebre, desde que salí de Irubide en 1976 no he vuelto a pisar un aula. Eso él ni lo sabía ni le importaba. Siempre que nos encontrábamos por la calle parábamos a charlar unos minutos y yo siempre salía de esas improvisadas micro reuniones con algún conocimiento nuevo. Su última conferencia fue hace pocos meses en el Nuevo Casino y me la perdí por mi maldita ciática. Días antes estuve con él y le prometí asistir, pues tal era mi intención, pero no pude. En cuanto le vea, pensé, se lo explico y me disculpo, él lo entenderá. Pero no ha habido ocasión, ya no lo volví a ver. Sus teorías sobre el Reino de Pamplona eran de mucho peso, independientemente de los hechos históricos de guerras y conquistas, era un experto en la genealogía de la que proceden los primeros reyes de Navarra y de la mezcla de la Familia navarra con la Familia musulmana, como, por ejemplo, el caso de la princesa Onecca que era la abuela del famoso Abderrahman III, o la historia de los Banu Qasi, reinantes en la taifa de Tudela, de quienes fuimos amigos y enemigos, dependiendo de las circunstancias. Él defiende que el primer rey de Pamplona no fue Iñigo Arista, de quién dice que solo era un caudillo popular, para Cañada el primer rey fue Sancho Garcés I y así lo explica con detalle en su libro Nacimiento del Reino de Pamplona (Ed. Asociación de mayores de Navarra Sancho el Mayor, Pamplona 2015). No es cuestión de pormenorizar aquí todas sus teorías porque no todos somos aficionados a la historia y hay que reconocer que los comienzos de la monarquía en Navarra son tremendamente farragosos, y entre Iñiguez, García, Garcés, García Iñiguez, Sanchos, Sánchez, Sancho Garcés y demás variantes es un lío de tomo y lomo. Un día vino a mi bar sin otro particular que traerme su libro dedicado y en la dedicatoria decía algo que no me pudo halagar más: …a mi amigo… Y ciertamente lo fue. Adiós, Alberto, maestro. Tus enseñanzas siempre estarán presentes.

Otro acontecimiento que ha tenido lugar esta semana en nuestra ciudad tiene que ver con el famoso Togado de Pompelo, el cual de la noche a la mañana ha volado. Quien podía haber sido un pretor, un patricio, un senador, un magistrado, un cónsul, un censor, ha perdido toda posibilidad de serlo porque todos esos ilustres romanos vestían, por lo visto, con la toga virilis y nuestra figura viste con la toga praetexta, propia de los niños romanos. La historia de nuestro ex togado ya la sabéis, el constructor José Aramburu Elizaga la encuentra enterrada en un local de la calle Navarrería en 1895, la entrega en un principio a la Comisión provincial de monumentos de Navarra a la que luego se la reclama. Le fue devuelta y se le perdió la pista, hasta que hace poco se tuvo noticia de ella y se supo que estaba en una colección particular de Nueva York, se hicieron las gestiones que todos sabemos y hoy en día la estatua ha vuelto a su tierra. Hasta ahí todo bien, pero que hasta ahora no haya habido nadie que se haya dado cuenta de que no era ningún togado sino una inocente niña tiene narices. La verdad es que para ser una niña tiene unos brazos que parece un aizkolari, pero parece ser que la diferencia entre las dos togas es de primero de estatuaria y nadie lo ha visto hasta ahora. Pues nada, bienvenida, yo prefiero que los avatares del tiempo hayan devuelto a la vida pública a una niña, probablemente inocente, que a un maromo que vete tú a saber qué vida llevó, quizá tenía a nuestros antepasados con la cerviz doblada al yugo del imperialismo de modo inmisericorde.

El tercer hecho relevante que ha tenido lugar esta semana ha sido la celebración del 75 aniversario de la colocación de la primera piedra en el barrio de la Txantrea. El 19 de marzo de 1950, en un lluvioso día, por lo que muestran las fotos del acto, las autoridades civiles y eclesiásticas, procedieron a enterrar la primera piedra que daba el pistoletazo de salida a la construcción del popular barrio. Los terrenos sobre los que se levantaron las casas pertenecían al arzobispado, ya que eran terrenos propios de la canonjía dedicada al coro de la catedral al frente de la cual había un canónigo llamado el Chantre, de ahí su nombre. El ayuntamiento compró los terrenos que puso a disposición de los futuros propietarios. Aunque este dato hoy en día chirríe un poco y no guste escucharlo, lo cierto y verdad es que la promoción del proyecto nació de la mano de la Fundación Francisco Franco. Las casas las levantaron con sus propias manos y mucho esfuerzo los futuros inquilinos. Para ello iban a trabajar tras su jornada laboral de 7 a 9 de la noche y los fines de semana íntegros. Las casas no se las regalaron, la Fundación las valoró en aproximadamente 47.000 pesetas (282 €) de las que descontó 13.840 en concepto del trabajo que cada nuevo propietario aportó. Las casas se pagaron durante 20 años a razón de 98,80 pesetas al mes, unos 0,60 €. Se empezó en la Plaza de la Chantrea, hoy plaza del Félix, y se construyeron inicialmente 300 viviendas que se ocuparon el 18 de julio de 1952. Para que no hubiese diferencias de calidad, los inquilinos no se quedaron con la casa que ellos habían levantado, sino que se sortearon todas entre todos. El resto del barrio vino después.

Eso para otro día.

Besos pa tos.

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