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El origen del nombre de la peña Los de Bronce

Un equívoco atribuye el nombre de la peña, que celebra su 75 aniversario, a la actividad laboral de sus miembros. Sin embargo, el origen apela a las clases populares, y en un contexto festivo a la gente juerguista y animada

El origen del nombre de la peña Los de Bronce

Con motivo del 75 aniversario de la peña Los de Bronce que se celebra este año (¡enhorabuena!) creo oportuno llamar la atención sobre un equívoco que se suele producir sobre el origen de su nombre. Es habitual decir que procede de la actividad laboral de los miembros de la más antigua peña que adoptó tal apelativo. Así se afirma, por ejemplo, en su página web: “La historia de la actual peña la situaríamos en los sanfermines de 1950, aunque crónicas periodísticas locales dicen que en el año 1900 se había creado la peña Los De Bronce por diversos socios que tenían en común ser trabajadores del metal (herreros, artesanos del bronce, chatarreros…), lamentablemente este intento por crear la peña se truncó en el año 1904”. Ignacio Moreno, su primer presidente, contaba sobre la fundación que “Los de Bronce era una antigua cuadrilla, a la que perteneció mi padre, que salía allí por 1900” (Arriba España, 27 de julio de 1950).

No, no se trataba de una cuadrilla creada por “los del bronce”, o por “los del metal” (sin perjuicio de que quizás alguno trabajara en ese ramo), sino por “los de bronce”. Allá por el siglo XIX e inicios del siglo XX “los de bronce”, “la gente de bronce”, o “la gente del bronce”, era la gente de las clases más populares. También, de forma más o menos despectiva, la gente marginal, revoltosa o de malvivir (en Andalucía y otros lugares, gitanos, flamencos, contrabandistas o bandoleros; en la primera traducción al castellano de Ivanhoe, de Walter Scott, hecha en 1825 por José Joaquín de Mora, a Robin Hood, “King of outlaws, and prince of good fellows”, se le califica de “rey de los bandidos, y príncipe de la gente del bronce”; Juan Tomás y Salvany en 1883 lo traduce como “rey de los proscritos y príncipe de la gente de bien”). En 1887 se compuso y estrenó el sainete lírico La gente del bronce, de Francisco Flores García con música del maestro Tomás Reig, donde los protagonistas son gente de clase baja de los barrios de Madrid, porteros, tenderos, cigarreras, faroleros, criadas, buscavidas, que emplean un lenguaje muy poco culto. De 1896 es La gente del bronce, de Antonio Casero, un libro de poemas o diálogos en verso imitando el habla de las clases humildes de Madrid.

Pero cuando se hablaba de fiestas, la de bronce era la gente juerguista, la más animada, la que más aguantaba y más tarde se iba a dormir. Hablando de la fiesta de los toros, era la gente que ocupaba los tendidos de sol y la que armaba más bulla durante los espectáculos. Es una expresión coloquial que hoy ha caído en desuso, pero “gente del bronce” en las ediciones del siglo XIX del Diccionario de la Real Academia Española se definía como “gente moza y alegre que se ocupa de continuo en las diversiones”. En la edición vigente, “ser alguien de bronce” es “ser robusto e infatigable en el trabajo” y “gente del bronce” es “gente resuelta y pendenciera”. Para el diccionario de María Moliner, es “gente alegre y decidida”.

Tenemos abundantes ejemplos sobre el uso de la expresión en la prensa de hace un siglo. El Aralar, el 8 de julio de 1896, haciendo la crónica de los sanfermines de aquel año, escribía: “La gente de bronce se divierte día y noche y hasta este momento no tenemos noticia de que haya ocurrido el más insignificante accidente desagradable”. El mismo periódico, al día siguiente, cuenta que “a la hora en que comenzaba a mitigar el calor sofocante que reina en estos días, hemos ido a la plaza, que estaba llena excepto la parte donde se sienta la gente de bronce”. El Eco de Navarra de 15 de julio de 1900 narraba lo siguiente: “La plaza de toros de Pamplona estaba llena de bote en bote: eran las fiestas de San Fermín y mataba Guerrita. En el tendido de sol se achicharraba la gente de bronce, esa gente que desde la víspera de las corridas no se acuesta hasta que se marchan los toreros con sus trastos de matar a otra parte”. En el semanario taurino Sol y sombra de 12 de julio de 1900, describiendo las fiestas de San Fermín, se dice: “Figúrense los lectores de SOL Y SOMBRA que a las seis de la mañana se suelta en un extremo de la ciudad (del portal de Rochapea) la corrida completa que ha de jugarse por la tarde, y recorre varias calles con gran número de aficionados delante, donde van mezclados la gente del bronce con lo más chic de la juventud”. El periódico taurino La Lidia el 21 de julio de 1919 hace la crónica de la feria de Pamplona y sobre la corrida del día 7 y la faena de Joselito cuenta lo que sigue: “Con el trapo rojo y después de brindar a los de bronce que están incansables, hace una brillante faena”.

En El Eco de Navarra de 7 de julio de 1901 Marcelino Jiménez escribe: “Mientras se verifican las corridas de toros, se organizan bailes al aire libre en la Plaza de la Constitución, y hay jóvenes que empiezan a bailar a las tres de la tarde y no se mueven de aquel lugar hasta las once de la noche. A estas cuadrillas de bailadores pertenecen muchos de los que pasan tranquilamente sin dormir los días de las fiestas, y un muy querido amigo mío ha determinado llamarlos “la gente de bronce” porque de bronce o material más consistente es necesario ser para resistir sin descanso, tal continuación de diversiones”.

No solo en relación al público taurino o al de los bailes populares; la expresión de “gente de bronce” también se utiliza en la crónica de los conciertos sanfermineros. Pascual Millán en su obra Caireles de oro: toros e historia, de 1899, cuenta lo siguiente de los sanfermines de aquella época: “A las diez se verifica el concierto en el teatro. Este se colma de espectadores que acuden a él para aplaudir una vez más al gran Sarasate, y animar aquella sociedad de artistas que estudia incesantemente y puede formar entre las buenas de España. En palcos y butacas se ve a la high-liffe de Pamplona; en la cazuela bulle la “gente de bronce”, la que aclama a Pablo siempre que le ve salir, la que le dirige todo género de piropos, desde el de ¡viva tu madre!, hasta el de ¡que no te mueras nunca salao, gloria de Navarra!”.

Aquella cuadrilla de 1900, por tanto, era de bronce en tal sentido popular de gente joven, alegre, incansable, que vivía las fiestas de un tirón, animando sin cesar las calles y los tendidos de la plaza de toros. Y la peña que en 1950 retomó el nombre surgió con ese mismo espíritu, como todas las demás peñas de Pamplona, al que no cabe sino desear larga vida.