En 1974, más concretamente el 8 de septiembre, fue derribada la casa de Carabineros de la calle Nueva. Se trataba de un caserón con fachada a la calle de San Francisco, y la llamaban así porque había sido cuartel de los guardias “carabineros”. La casa tenía además su historia, pues en ella había vivido en su infancia el mismísimo Pío Baroja, siendo vecino de bloque del insigne médico Nicasio Landa. Hubo también una pensión en la que, según escribió el propio Baroja, se alojaron toreros famosos como el guipuzcoano Luis Mazzantini (1856-1926) o el cordobés Rafael Molina Lagartijo (1841-1900).
La calle Nueva fue foso de separación entre los burgos de San Cernin y San Nicolás durante 4 siglos, siendo destino final de basuras, aguas sucias y hasta animales muertos. Y siguió siendo un lugar inmundo mucho después del Privilegio de la Unión de 1423, hasta que en el siglo XVI, por fin, se acondicionó como calle. De ahí su nombre “Nueva”.
Hoy en día
La calle Nueva dista mucho de ser un lugar inmundo, aunque pasados muchos siglos desde su definitiva urbanización, acusa aún su antiguo carácter de foso, puesto que faltan casi del todo las fachadas nobles, los escudos nobiliarios y hasta los negocios de relumbrón. Según Baroja, cuando su abuela la vio por primera vez, oscura y solitaria, la definió como “heriotzeko kalea”, calle de muerte.
En la actualidad, todavía con demasiada frecuencia, las corporaciones municipales han venido llevando a cabo derribos integrales en el casco histórico pamplonés. Y es una grave equivocación. El valor y la verdadera originalidad de su arquitectura radica precisamente en su carácter sencillo, cotidiano, y también en la variedad de volúmenes, alturas, forjados y vivos y elegantes colores. Derribarlas para construir viviendas más anchas o más altas, según criterios modernos, es un error que desfigura y resta valor al conjunto.