Raimundo García nació en Madrid el 15 de marzo de 1884, hijo único del matrimonio formado por el leonés Rafael García y la gallega Irene García. Su padre fue combatiente carlista en la guerra de 1872-1876, por lo que tras la derrota hubo de exiliarse algunos años en Francia. Raimundo estudió Bachillerato en el instituto San Isidro de León, y tenía intención de cursar luego la carrera de Derecho en Madrid, pero la muerte temprana del padre terminaría por trastocar un tanto sus planes. Según destaca uno de sus biógrafos, Roberto Zamarbide, de esta etapa madrileña datan los primeros contactos con Navarra, puesto que se alojaba en la pensión que allí tenía una mujer de Tafalla, y poco después realiza sus primeros trabajos remunerados para el también navarro Lázaro Galdiano, haciendo traducciones del francés, idioma que había aprendido del padre. Tras la muerte de su progenitor, Raimundo había quedado bajo la orientación de un tutor, el periodista Antonio de Balbuena, de ideología carlista como el padre y paisano suyo. Es posible que Balbuena se apercibiera pronto de las dotes de su pupilo, porque cuando tiene 18 años lo envía a trabajar como redactor en el periódico más importante de Pamplona, “El Eco de Navarra”, realizando crónicas teatrales y musicales. Según varios autores, Raimundo García llegó a Pamplona el 9 de noviembre de 1902, en una diligencia de caballos, y de inicio se alojó en una habitación del hotel La Perla.

De “El Eco” a “El Diario”

Raimundo permanece nueve años en “El Eco de Navarra”, hasta 1911, y luego pasa a “Diario de Navarra”, periódico emergente en aquel momento. Las razones para el cambio parece que fueron puramente económicas, e incluso contempló la posibilidad de aceptar otra oferta de un diario de Vigo. Sea como fuere, García entró con muy buen pie en Diario de Navarra, y la prueba es que fue nombrado director al año siguiente, con motivo del encarcelamiento de su anterior titular, Mario Ozcoidi, acusado de incitación a la rebelión. El nuevo director tan solo tiene 28 años, y para este momento ya firma sus artículos con los seudónimos que utilizaría toda su vida, “Ameztia” y especialmente “Garcilaso”. Respecto al origen del segundo de los nombres no hay duda, pero el primero podría provenir del euskara “ameztia” (melojar) o, más probablemente, ser una mala traducción del término vasco “amestia” (literalmente, “el soñador”).

Esta migración física de sus inicios en “El Eco” a su madurez profesional en “Diario” irá además acompañada de una radical transformación ideológica. En sus inicios, Garcilaso se mostró cercano a planteamientos políticos euskaltzales. Según el periodista Iván Giménez, que es probablemente quien mejor ha estudiado su trayectoria, en estos primeros años el mentor ideológico de Garcilaso no es otro que el “napartarra” Arturo Campión, y es frecuente leer de su mano expresiones de admiración hacia la cultura vasca de Navarra y hacia el propio euskara, que definía como “la gallarda expresión de nuestra raza legendaria”. A partir de 1917, sin embargo, Garcilaso experimenta un giro ideológico muy acusado, adopta ideas derechistas deudoras del españolista Víctor Pradera, y hará suyo un sesgo antivasquista que roza lo patológico. Así, cuando en 1923 se propone la creación de una banda municipal de txistularis, Garcilaso se opone refiriéndose al txistu como “esa música vasca que sonará muy bien, pero que no es la nuestra”.

Ascenso al Olimpo

En 1921 y poco después del denominado “Desastre de Annual”, Garcilaso se embarca como corresponsal al frente de Marruecos. No fue el único periodista navarro que fue allí, pero tuvo la habilidad de moverse como pez en el agua en aquel ambiente. Contacta con soldados navarros y les ayuda a intercambiar mensajes públicos con sus familias, lo cual dará gran popularidad a sus artículos. Además, el periplo africano facilitó que conociera a buena parte de la élite militar africanista, lo cual le vendría muy bien en sus futuras conspiraciones contra la República. Entre sus amistades se contarán el futuro coronel Beorlegui, los generales Berenguer, Mola y Sanjurjo, y el propio Francisco Franco, al que se refiere como “un jovencito moreno y lindo, el más valiente y duro de los legionarios de su bandera”. Su papel como corresponsal, loado “ad nauseam” por la derecha, trajo consigo que Garcilaso fuera recibido a su regreso en olor de multitudes, y que incluso se le nombrara Hijo Adoptivo de Navarra, a pesar de la oposición de amplios sectores, incluido el Ayuntamiento de Pamplona. Ello nos da muestra de la enorme fuerza e influencia que para entonces habían cobrado ya el “Diario” y su propio director.

Hacia la dictadura

El discurso filofascista de Garcilaso, y por ende del “Diario”, se irá haciendo más evidente con el paso del tiempo. Saludó el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera con un “¡ya era hora!” en primera página, y lamentó el regreso de la democracia tras su caída en 1930. Conspiró en la sombra para evitar la implantación de un estatuto de autonomía común para las cuatro provincias vascas, a pesar de que los ayuntamientos navarros habían votado repetidamente en su favor. Desde sus editoriales de Diario de Navarra clamó contra la democracia y el parlamentarismo, exaltando el fascismo italiano y el nazismo alemán. Y desde su condición de diputado electo al Congreso por Navarra conspiró contra la República, haciendo de puente entre Mola, Sanjurjo y otros generales golpistas, coordinando a sectores carlistas y falangistas, a los que atrajo a la conspiración, y convirtiéndose, en definitiva, en el principal agente civil del golpe de estado del 18 de julio de 1936.

Ya en vísperas del alzamiento, el día 15 de julio, y en un tono cada vez más claro de incitación a la violencia, Garcilaso decía ser “la pluma que quisiera ser espada”, y una vez desatado el golpe su papel siguió siendo fundamental. Ayudó a Mola a redactar el bando de guerra, que luego se imprimiría en los propios talleres del “Diario”, realizó labores de señalamiento de las personas a perseguir y eliminar, invitó abiertamente a delatar a los “desafectos”, y colaboró en el ocultamiento y en la justificación de los crímenes, llegando a difundir, en primera página, el bulo de que Gernika había sido destruida por los propios vascos. Y fue el mismísimo Garcilaso, siempre según Iván Giménez, quien acuñó el término “cruzada” para referirse al golpe de estado del 18 de julio y la posterior guerra civil. Durante la dictadura de Franco, sin embargo, el periodismo de Garcilaso no tuvo el acomodo que cabría esperar, y su figura se oscureció un tanto. Sin enemigo a batir y sin democracia contra la que conspirar, en las dos siguientes décadas se centró en temas de política internacional donde, como cabría esperar, mostró un anticomunismo visceral, pero en el que no encontró ya el mismo brillo ni el mismo eco de antaño. Finalmente, Raimundo García murió el 19 de octubre de 1962, a los 78 años y después de una larga enfermedad. Sus exequias se convirtieron en toda una manifestación de duelo, en la que participó Diputación, que colocó las banderas a media asta, y el propio Ayuntamiento de Pamplona.

Un balance terrible

En suma, Raimundo García, desde su tribuna de “Diario”, hizo suya una línea ideológica antivasca que hasta entonces había sido irrelevante en Navarra. Apoyó la criminal guerra de Marruecos desde un enfoque belicista y profundamente xenófobo. Abogó por la implantación de la censura, y se manifestó contrario a la escuela laica, al sufragio universal, a la democracia y al parlamentarismo. Se mostró abiertamente partidario de la pena de muerte, que como bien recuerda Ramón Lapesquera, Garcilaso consideraba “medicinal y ejemplar”. En apoyo a los privilegios de clase de la oligarquía que le apoyaba, demonizó con saña los movimientos sindicales y obreros. Conspiró contra la Primera República y apoyó la consiguiente dictadura de Primo de Rivera. Fue ferviente admirador de los dictadores Oliveira Salazar, Mussolini y Hitler, y fue uno de los principales artífices del golpe de 1936, de la posterior guerra civil y de los cuarenta años de dictadura franquista. Un balance estremecedor para uno de los personajes más nefastos de la historia reciente de Navarra.