Hola personas, un domingo más en vuestras manos para contaros mis cosas pamplonísticas. Susedidos, aventuras y desventuras.
Esta semana vamos a ir de paseo largo y tradicional, de los de a golpe de calcetín. Lo he dado esta mañana, viernes, y ha sido muy satisfactorio, un poco largo pero interesante. He salido de casa de par de mañana, de una mañana en la que lucía el sol de forma intermitente, y que cuando Lorenzo se escondía y con el frío norte que soplaba, hacía una rasca del carajo. He ido un poco sin destino a donde los pies me llevasen y ellos solos han enfilado hacia la Magdalena, he bajado por la calle Aralar y luego, dejando a mi derecha el fortín de San Bartolomé, y Villa Desgraciada, he llegado a la orilla del río, he atravesado, con el debido respeto, el viejo puente de piedra y en nada me encontraba en terrenos de Irubide. Antes de seguir haré un inciso de abuelo Cebolleta: ¿Cuál es la razón por la cual el Ayuntamiento no limpia, tala, poda, siega la maleza que invade el espacio de ribera que hay entre los dos puentes?, ahí lo dejo en el aire, para que me responda el Director general de limpieza de riberas del Arga. Bien, dicho lo cual, continúo. He cruzado al río de los Quintos, y enseguida he llegado al de Alemanes, por el camino he visto que unas huertas urbanas que allí había han desparecido y había una máquina de obra enfrascada en sus labores. A ver que nace ahí.
He cruzado la futurista pasarela peatonal que une la Txan con Aranzadi, donde he pasado un rato viendo como dos perras jugaban, corrían, se mordían, y se revolcaban, una era grande y otra muy pequeña pero muy lista y ganaba la partida de todas, todas. Ha sido divertido. He atravesado el parque. Está bonito, pero me parece que es una infraestructura siempre inacabada, recuerdo que las primeras compras que hizo el ayuntamiento para empezar el asunto fueron en pesetas y aun no han terminado, aun hay casas tapiadas, el problema de los invernaderos, el pobre convento de las petras que se está viniendo abajo, la casa de Arraiza, antes de Ibarra, que no está dando ningún servicio, y algún otro fleco que queda por resolver. He atravesado de nuevo el río por la otra pasarela, la que une con San Pedro, y tras dejar las viejas casas a mi derecha, he atravesado la concurrida avenida de Villava para tomar la calle Ansoain y, transitando un polígono industrial, por la Avenida Hermanos Noain, llegar a la vieja Matesa. Paseo prosaico y fabril, pero también esto es ciudad. He llegado hasta el final de esta nueva Rotxapea y por la calle del primer navarro que tuvo relevancia a nivel peninsular, Rodrigo Ximénez de Rada, obispo de Toledo durante 40 años, creador de su gran catedral, militar, diplomático, asesor de varios reyes, historiador, políglota y varias cosas más. En definitiva, un personaje histórico de primer nivel, con méritos más que suficientes para tener una calle más céntrica. Antes tenía a su nombre un Instituto, en el que estudió gente muy principal, pero se lo han quitado. Cosas. Sigamos, al final de dicha calle hay una rotonda en la que nace el camino que marca la vieja caja de vía del tren Plazaola y que discurre paralelo a la actual ruta ferroviaria, no me he resistido, lo he tomado. Gentes de cien mil raleas, que diría Serrat, pasean por allí, desde la pareja de jubilados que apoyados en su bastón y con sus ropas oscuras, de jubilado mayor, van contándose mucho de su pasado, algo de su presente y nada de su futuro, a ciclistas, peligrosos patinetes, chicas con perro, jubilados a paso ligero con ropas de colorines chillones, de jubilado joven, o una abuela que iba con un renacuajo de unos 5 años al que le decía, tras una carrera del niño, oye tú corres mucho, ¿eh?, a lo que el crío, suelto y descarado, le ha contestado, sí, sobre todo si me comparas contigo. Jódelo. He andado por la vieja vía hasta que una macro pasarela me facilitaba cruzar al otro lado de las vías del tren y llegar a Bustintxuri. He accedido a la infraestructura por unas rampas y al llegar arriba he parado a disfrutar de la vista que me ofrecía la ciudad, la mañana soleada y el contraluz que ofrecía el sol, aun un poco bajo por la temprana hora, recortaba casas y altas torres de iglesias contra la higa de Monreal y la sierra del Perdón. En la verja que protege la circulación ferroviaria, que por abajo discurre, vi algo curioso, alguien había dejado un mensaje en una bolsita de plástico y lo había amarrado a la malla con una brida, la lluvia y el sol habían maltratado la misiva. Quizá un mensaje de amor o de desamor que no llegó a su destino. Ya no creo que llegué. Llegan mejor las botellas lanzadas al mar.
He bajado la pasarela por el otro lado y he llegado a Nuevo Artica, concretamente a la calle de María Domínguez, (1882-1936) política republicana que fue la primera alcaldesa de España, lo fue de Gallur, maestra y socialista murió fusilada. Me iba a adentrar por esas calles, pero un camino a mi izquierda me ha parecido más sugerente y lo he tomado. En pocos metros me ha llevado al parque de los aromas, que se encuentra en una especie de promontorio y lo corona una torre de forma helicoidal con una escalera que da acceso a la parte más alta. Ni que decir tiene que he subido hasta arriba, la torre es de ladrillo caravista pero no le falta arte y color: los “artistas” del spray la han tomado como soporte y en ella han creado sus obras, las botellas y las latas son los otros elementos que decoran el monumento. Desde lo alto también he fotografiado la ciudad y alrededores. He abandonado el parque y he vuelto dirección ciudad, he cruzado otra pasarela que me ha colocado de nuevo en mi vieja ruta y he desandado lo andado. He enfilado la calle del filántropo doctor leizatarra, D. Bernardino Tirapu Muñagorri y no he podido evitar recordar cuando de niños, con los amigos, nos metíamos por esos campos a los que llegábamos por el camino de los enamorados, pasando por Ingranasa que tenía un olor característico y desagradable. Llegábamos con la mochila llena de ideas y ninguna buena. Un poco más adelante tomábamos un camino estrecho y mal asfaltado que salía a la Compasión y de ahí a los campos que hoy ocupa dicha calle. Al principio de la calle en sus casas más antiguas trabajé unos meses en un laboratorio fotográfico llamado Solis color y recuerdo que la ciudad acababa ahí. Hoy no, hoy enlaza con Berriozar sin solución de continuidad.
Llegado al puente de la Rotxapea, el del encierrillo, he tomado hacia los corrales del baluarte de Parma, tras rebasarlos he subido pisando los mismos adoquines que han hollado cientos de pezuñas y cientos de miles de alpargatas y he llegado a la plaza del Ayuntamiento que estaba preñada de turistas. Mi estomago empezaba a protestar y en la terraza del Mol, antigua tienda de comestibles de Urriza, lo he calmado con una rica tortilla de patata y una Coca-cola (con perdón). Al acabar he tomado Mercaderes, Chapitela y para casa paseao y almorzao.
¿Qué más se puede pedir?
Besos pa tos.
Facebook : Patricio Martínez de Udobro
patriciomdu@gmail.com