aunque es indudable que los tiempos han cambiado, y mucho, en el parlamentarismo español, el debate de investidura demostró que la capacidad para montar una bronca en el hemiciclo sigue siendo permaneciendo intacta, y sólo hace falta mencionar la bicha o saber adjetivar ocurrentemente al adversario. Pero el hemiciclo también fue ayer el escenario de inéditas muestras de afecto, como el beso en la boca que se dieron el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el portavoz de En Comú Podem, Xavier Domènech. Un ósculo que dejó estupefacta a la bancada popular y cuya imagen, que está dando la vuelta al mundo, será el icono de esta sesión como lo fue la de Carolina Bescansa con su bebé en la de constitución del Congreso.
La bicha, en este caso, fue la cal viva con la que los GAL enterraron a los etarras Lasa y Zabala, antiguo episodio de la guerra sucia rescatado por Iglesias, para dirigirse a los socialistas y a su histórico Felipe González. En un discurso donde Iglesias repartió leña a diestra y siniestra, elevando cada vez más la voz y el énfasis mitinero -dejó claro que se dirigía a los ciudadanos a través de la televisión, más que a los diputados- aludió al pasado “manchado de cal viva” y, después, lo vinculó a Felipe González.
Y si hubo protestas de los socialistas en su primera alusión, en la última se montó gorda, con sonoros gritos de “fuera, fuera, fuera”. Así terminó Iglesias, entre gritos y ruido, como en los viejos tiempos del acoso al PSOE por los GAL, su estreno en el pleno, no exento de otros momentos estelares, el mejor de todos el beso que dio en la boca, en medio del hemiciclo, al diputado de En Comú Podem. Nunca se había visto en el hemiciclo tanto cariño entre correligionarios, con el líder de Podemos bajando escalones a toda pastilla al encuentro del catalán, quien al acabar su discurso recibía una gran ovación de la bancada podemita, hasta culminar la escena con ósculo y abrazo fraterno, que no repitió con la portavoz de En Marea, Alexandra Fernández.
A más de un observador la imagen le recordó otra foto histórica, aunque en blanco y negro: la que en junio de 1979 inmortalizó el beso en la boca entre el entonces presidente de la RDA, Erich Honecker, y el de la Unión Soviética, Leónidas Breznev. El beso de los diputados dejó pasmados a sus colegas, especialmente al ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos, que lo contempló en primera fila. A la salida del Congreso, Iglesias fue interpelado sobre la reacción del desconcertado titular de las finanzas. “Cuando le ve, le daré dos besos a él”, bromeó el líder de Podemos.
La mañana había comenzado con un hemiciclo abarrotado a la espera del presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, que se hizo esperar unos minutos presto a echar por tierra el envite de Sánchez por un pacto con Ciudadanos que calificó de “bluf”. Sus continuas alusiones un tanto despectivas a los socialistas -“ya verán como lo entienden a pesar de ser ustedes”, reiteró- no gustaron nada en los 90 escaños del PSOE, pero encantaron a los suyos, que aplaudieron a rabiar y rieron con ganas.
La intervención de Rajoy fue aprovechada por Iglesias para repasar el discurso que luego iba a pronunciar, mientras Íñigo Errejón se afanaba en usar su móvil, práctica frecuente durante la jornada en el ala izquierda del hemiciclo. Desde la tribuna de invitados, el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, no se perdía ni una de lo que sucedía metros más abajo, mientras el padre y la novia de Albert Rivera aguardaban el estreno del líder de Ciudadanos.
no se miran Cuando Pedro Sánchez subió a la tribuna, Iglesias abandonó su ensimismamiento y puso caras y gestos a muchos de sus argumentos, e incluso intercambió mímica con el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo. Como ya ocurrió el martes con el discurso de investidura, el lenguaje gestual conformó una especie de debate paralelo, con un Rajoy que no ocultaba su aburrimiento mientras hablaban Iglesias o Rivera, o con Sánchez enfrascado en tomar notas y consultar el móvil sin mirar en ningún momento a Iglesias mientras intervenía en la tribuna.
Rivera, que empleó la lengua catalana durante unos minutos sin que el presidente del Congreso, Patxi López, le llamara la atención como sí ha sucedido cuando se han empleado otras lenguas distintas al castellano en la Cámara, se tomó con buen humor los cariñosos apelativos que el de Podemos le ha venido dedicando durante estos días para descalificar su acuerdo con el PSOE, en especial el que identifica a Ciudadanos como “la naranja mecánica” por su color corporativo, pero Iglesias reprochó a Sánchez que no le mirara a la cara.
Aunque luego él se olvidó de atender a Albert Rivera, ocupado junto a Errejón en consultar su teléfono móvil, con su boli de cuatro colores y la botellita de agua siempre a mano y que ya parece equipamiento imprescindible de los diputados de su grupo.
Pedro Sánchez, protagonista de la sesión, mantuvo la compostura frente a los ataques de Iglesias, y sólo se revolvió para defender a González, recriminarle que usara políticamente el terrorismo y proclamar que en España no hay presos políticos.
Eso sí, el Reglamento del Congreso sigue siendo el mismo que en la anterior legislatura, y el artículo 71, que permite pedir la palabra alusiones, sigue siendo el favorito. Rajoy, los ministros en funciones Margallo y Fernández Díaz, y el portavoz del grupo popular, Rafael Hernando lo invocaron. A todos les dejó intervenir Patxi López, pero, cansado de tanta interrupción, a Xavier Domènech, le dejó con las ganas. Al fin y al cabo, él ya tenía su beso.
Manu Chao. “Me gusta Malasaña, me gustas tú”. El estribillo de la canción de Manu Chao le sirvió a Pablo Iglesias, en los primeros compases de su discurso, para criticar que Pedro Sánchez quiera pactar con la derecha y con la izquierda a la vez.
Winston Churchill. Dos fueron los periodos de Winston Churchill como primer ministro del Reino Unido (1940-45 y 1951-55) y dos fueron las referencias a su figura que hizo Albert Rivera en su intervención en la sesión de investidura. Primero dijo: “Soy optimista, como decía Churchill, porque lo contrario no serviría para nada”. Y después: “Decía Churchill que el problema de nuestra época es que hay hombres que no prefieren ser útiles, sino importantes. Reflexionen aquellos que se creen muy importantes, pero no están siendo útiles a los españoles”.
London School of Economics. Para atacar la política económica que plantea Podemos, Albert Rivera utilizó con ironía a la London School of Economics. “Señor Iglesias, llámeme revolucionario, pero hemos pensado que un economista de la London School of Economics era mejor para llevar la economía que el señor Monedero”.
Catalán. El líder de la formación naranja sorprendió al utilizar la lengua catalana en uno de los tramos de su discurso, sin ser amonestado por el presidente del Congreso, Patxi López.