Los vecinos de la Rochapea pusieron fin al pleno municipal arrojandojeringuillas y limones contra el suelo. Estaban hartos. Entregritos y silbidos despidieron a los concejales. "Seguro que notenéis jeringuillas en la puerta de vuestra casa", les espetaronairadamente antes de abandonar la sala. Era el 27 de abril de1990. El Ayuntamiento de Pamplona acababa de aprobar por primeravez en mucho tiempo una serie de medidas contra las drogas, quetambién contemplaba la colaboración con la Policía Nacional eneste asunto. Pero a la Asamblea de Vecinos de la Rochapea ?queasistían como invitados? estas medidas les parecían puro maquillaje.Denunciaron que el pleno era "un auténtico fraude" y se quejabande la "inoperancia municipal para resolver el problema de lasdrogas". Durante la sesión, los portavoces de los vecinos dela Rochapea señalaron conocer a los traficantes "por sus nombresy apellidos". "A pesar de que hemos presentado denuncias, laPolicía no actúa", declararon a los medios.

Dos días antes, el 25 de abril, una multitudinaria marcha conmás de mil personas, con muchos niños/as a la cabeza, había salidodesde el barrio de la Rochapea. La pancarta no dejaba dudas delhastío de los vecinos: "Casi todos contra la droga, kamelloakkanpora!". Ese "casi todos" se hizo más evidente e incisivo cuandola manifestación subió por la avenida Carlos III y se detuvofrente a la sede de la Delegación del Gobierno. Arreciaron losgritos y se pasó de lemas como "Heroinarik Ez! ¡Fuera camellosde la Rochapea!" a otros como "el gobernador ya sabe quiénesson". Y directamente se abroncó a la Policía. La portavoz delos vecinos leyó un comunicado final en el que aseguraba queal barrio le "faltan parques, aceras, aparcamientos y localespara jóvenes y le sobran camellos, heroína, vertederos, terrenosyermos y coches abandonados". Pero sobre todo el comunicado denunciaba"la inmunidad policial de la que goza el tráfico de drogas" yrecriminaba directamente al delegado del Gobierno y "su negligencia"."Que nos lleva a pensar que algo se esconde detrás de este sucioy macabro negocio que juega con la vida de las personas", aclamabala portavoz.

Apenas un mes más tarde, el 3 de junio de 1990, ETA asesinabaa tiros en la puerta de su casa del barrio de la Rochapea a FranciscoAlmagro Carmona, de 30 años de edad, natural de Granada, ex policíanacional, casado y con dos hijos, que en el año 1980 había sidoexpulsado del Cuerpo Nacional de Policía bajo la acusación detráfico de estupefacientes cuando estaba destinado en la comisaríade Benidorm (Alicante). Durante sus años de estancia en Pamplonanunca fue detenido o procesado, ni existió cargo judicial contraél, siempre según las fuentes oficiales. Sin embargo, era ampliamenteconocido en el barrio. "Subían y bajaban muchas personas desconocidasa su casa. Nosotros no sabemos en qué trabajaba. Aunque creoque no tiene ningún empleo", explicó una vecina que no quisoidentificarse al diario El País al día siguiente del atentado.Otro vecino anónimo le calificó sin rodeos como un "camello delbarrio".

Estos hechos son el retrato de una época y una sociedad absolutamenteviolenta, rota y convulsa. Pero bajo esa denuncia real está veladatambién una sospecha recurrente, un rumor o un mito que ha sidoconstante durante los últimos años y décadas: si la corrupcióny vínculos entre agentes de la ley y narcotraficantes, que seprodujeron en todo el Estado, tuvieron además en el ámbito vasconavarroun respaldo desde las estructuras del poder. Si de alguna formase fomentó o facilitó la propagación de la heroína. Y en estecaso con el propósito político de desmovilizar a la juventudvasca.

Todo este debate fue reavivado hace tan solo días en la capitalnavarra. El pasado 19 de abril, Justo Arriola, vecino de Elgoibar,activista e investigador autodidacta, presentó en Pamplona sulibro A los pies del caballo. Narcotráfico, heroína y contrainsurgenciaen Euskal Herria. Arriola recopila recortes de prensa, investigaciones,informes y testimonios de la época desde autoridades, consumidores,vecinos, cargos policiales o narcotraficantes. Esta teoría dela conspiración tiene numerosos detractores, no sólo desde laderecha o el oficialismo del Estado, el principal desmontadorde esta hipótesis es el historiador, experto en drogas y contracultura,Juan Carlos Usó, que mantiene un pulso público con Arriola eneste asunto. Pero por primera vez y durante 500 exhaustivas páginas,Justo Arriola da consistencia y evidencias a la tesis de quehubo convivencia y conveniencia, lucro económico, negligenciay permisividad desde las Fuerzas de Seguridad del Estado e inclusoamparo a los narcotraficantes.

Entre los documentos que maneja: las bajas cifras de aprehensionesy alijos que se registraban aquí, el "informe Navajas" ?un documentoelaborado por el fiscal jefe de la Audiencia de Guipúzcoa, LuisNavajas, que detallaba supuestos vínculos entre narcos y guardiasciviles del cuartel de Intxaurrondo (Gipuzkoa) pero que nuncafue investigado por los jueces? y unas pesquisas de la PolicíaMunicipal de Arrasate-Mondragón en tiempos de la alcaldía deArdanza que persiguiendo de incógnito los automóviles de unostraficantes acabaron frente a las puertas de los cuarteles deIntxaurrondo y La Salve en Bilbao.

A Justo Arriola, le acompañó en la presentación del libro JoséPaulos ?educador de 55 años?, vecino del pamplonés barrio dela Txantrea y uno de los fundadores de la plataforma Askagintza,que desde su creación en 1986 lleva trabajando desde la basede los barrios por la prevención del consumo de drogas y la sensibilización."Y también para denunciar la corrupción ?apuntilla Paulos? queera muy amplia y conocida, entre aquellas autoridades que debíanproteger a los jóvenes".

DATOS Y EVIDENCIAS

Mucha Policía y mucha droga

"Es cierto que era un contexto de crisis, de conflicto, en elque en nuestros barrios el desempleo juvenil era del 50%, elpunk y la contracultura fomentaba una visión de presente sinfuturo. Y en definitiva, una época en la que o te enganchabasa la política y a la lucha social o te enganchabas a la droga",recuerda Paulos. "Muchos compañeros dejaron la lucha políticaal engancharse a la heroína, les daba paz, les anestesiaba, lesquitaba preocupaciones", analiza desde su experiencia de másde 20 años de activismo.

Paulos apunta que un uso político evidente de la dependenciapor parte de la Policía fue con el propósito de obtener información.A cambio de un pico era más fácil penetrar en ámbitos socialesque son muy herméticos, como las cuadrillas en Pamplona ?un lugardonde se conoce todo el mundo? y es difícil introducir toposo infiltrarse en grupos y lograr tener chivatos en asociacionesvinculadas a la izquierda abertzale en la época. Esta misma ideala avala el profesor e investigador del Instituto Vasco de CriminologíaXabier Arana, que afirma que la utilización de consumidores dedrogas como confidentes a cambio de sustancias, chantajes o protecciónen el tráfico de heroína está probada y refrendada por denunciasincluso de instituciones oficiales.

"La Policía Nacional y la Guardia Civil eran quienes mayoresmedios tenían para luchar contra el tráfico ilícito de estupefacientes,pero, además de no gozar del apoyo de la población en general,estaban más centrados en la lucha contra ETA, que en los delitoscontra la salud pública. Que la prioridad fuese el terrorismono significa que las Fuerzas de Seguridad no actuaran. Lo hacíancuando les interesaba y utilizaban su supuesta lucha contra ladroga para otros fines", explica Arriola en su libro.

Y añade datos oficiales de la Brigada Central de Estupefacientesde la Policía Nacional: De 1985 a 1990, las Fuerzas de Seguridaddel Estado solamente se incautaron en la Comunidad Autónoma Vascade unos 60 kilos de heroína. "Parece una broma cuando se comparalas cantidades aprehendidas en relación al volumen de consumo.Con esa cantidad de caballo apenas alcanzaba para un par de semanasde consumo de los yonquis vascos y estamos hablando de un períodoaños", explica Arriola. Datos de las diputaciones vascas e institucionesnavarras estiman que en 1990 unas 10.000 personas estaban enganchadasa la heroína, casi tantas como en el área municipal de Barcelona,que cuenta con el doble de población.

"Si tenemos en cuenta que en el Estado se incauta apenas un 5o 10% de lo que se mueve en el mercado negro, ¿quién puede negarque lo incautado en el País Vasco es insignificante en relacióna los niveles masivos de consumo de heroína?", relata Arriola.Tan solo en aquel mismo año 1990 en el Estado se incautaron 774kilos de esa misma sustancia. Son datos de los que hacía galaen ruedas de prensa el delegado del Gobierno en el Plan Nacionalsobre Drogas, Miguel Solans. Arriola contrasta estas cifras conel creciente número de agentes del orden, llegando a los 15.000efectivos a principios de los años 90 tan solo en la ComunidadAutónoma Vasca. Sin contabilizar el Ejército ni a los casi 8.000efectivos de la Ertzaintza, es una media de 7,14 policías porcada mil habitantes.

Paulos también apoya este argumento: "Teníamos la mayor concentraciónde efectivos policiales de Europa y sin embargo el negocio ilegalde las drogas gozaba de total impunidad. En el barrio conocíamosa los traficantes y nunca se les molestaba. Si bien las autoridadescomo mínimo, como mínimo, miraron para otro lado. Hubo negligencia".Y también apunta a casos concretos como la desaparición de alijos,las denuncias de José Piñeiro, secretario general del SindicatoUnificado de Guardias Civiles, que acusaba a sus propios compañerosde la Sakana de distribuir droga en la zona. "Las Fuerzas deSeguridad del Estado se limitaron a cruzarse de brazos y la represióndel tráfico de heroína fue superficial", hace hincapié Arriola.En general, no existen pruebas contundentes que demuestren queexistiera una dirección política oculta para facilitar el narcotráfico,la falta de investigación ha sido generalizada, pero sí que haquedado en evidencia la corrupción y el lucro.

Al margen de eso, un hecho es irrefutable: la heroína aniquilóuna generación entera. El caballo cabalgó rampante también porlas venas de los jóvenes navarros sin apenas resistencia de lasautoridades. La incidencia del consumo de heroína aquí a finalesde los 80 y la década de 1990 era una de las más grandes delEstado en relación a la población. Un estudio realizado en 1990por el médico forense pamplonés Mikel Urtiaga identifica a 1.231drogodependientes tan solo en aquel año. Esto supone que unode cada 417 residentes en Navarra era consumidor de opiáceos.La edad media de los usuarios era de 26 años. La investigacióncomparaba la prevalencia de la droga en Navarra con otros estudiossimilares realizados en suburbios de Londres o Liverpool. Y unade las conclusiones era que, aun sin poder ser extrapolablesporque el 40% de la población navarra aun vivía en un ámbitorural y esta era una droga eminentemente urbana, en Navarra se"reflejaba una magnitud de uso muy alta".

Dentro del área urbana de Pamplona se observaban grandes diferencias:el Casco Viejo, Txantrea, Rochapea o Berriozar tenían una incidenciasuperior a siete casos cada mil habitantes; mientras que en Iturramala tasa era tan solo de dos. Esto quiere decir que en el año1990 la frecuencia de uso de heroína en los residentes del CascoViejo de Pamplona era cuatro veces superior a la de Iturrama.Y este índice se disparaba en la franja de edad de entre 25 y29 años hasta los 48,9 casos por mil habitantes. Esto es queuno de cada veinte varones de entre 25 y 29 años en el cascoviejo pamplonés en esa época era adicto a la heroína. Años mástarde, el mismo investigador pamplonés Mikel Urtiaga analizólas muertes que la heroína causó en Navarra y defendió en sutesis doctoral que en la década de 1990 a 2000 entre 450 y 600heroinómanos, con una media de 31 años de edad, murieron a causadel sida y las sobredosis. El mismo estudio reconocía que lascifras podían ser ligeramente mayores y que el aumento de lasmuertes en esa década se debían a la profusión de la epidemiadel sida. No obstante, los datos de la Comunidad Foral de contagiode sida por uso de drogas vía parenteral (uso de jeringuilla)no dejaban de ser alarmantes. "España y Navarra presentan unasincidencias acumuladas que duplican a las de Italia, país quepresenta el segundo lugar de incidencia de Europa Occidental,cinco veces superiores a las de Francia, 26 veces superioresa las notificadas por Holanda y 51 veces superiores a las delReino Unido", explicaba el médico pamplonés.

"En barrios como la Txantrea, cuadrillas enteras desaparecieron,las sobredosis o el sida se los llevaron por delante. Hay familiasque perdieron a sus tres hijas por culpa de la heroína. Esa genteno pudo elegir, les faltaba información, formación y un Estadoque les protegiese en la infancia y recursos para hacerle frente",recuerda José Paulos, en referencia a vecinas y compañeras delinstituto María Ana Sanz que acabaron enganchadas a la edad de12 o 14 años. Justo Arriola también dedica su libro a "todoslos que les dejaron" y también a "los supervivientes".

"Este tema, sobre las responsabilidades políticas de unos y otroses siempre recurrente, siempre sale a relucir porque no estábien resuelto. La heroína afectó a miles de personas, destrozóy deterioró a miles de familias. No podemos banalizar su consumo.Es un dolor muy profundo y un relato que durante décadas ha quedadorelegado a la intimidad, en el silencio de muchos hogares. Muchospadres sentían vergüenza y sufrían la culpabilidad al enterrara sus hijos. Y un estigma social. Es muy duro y causó un dolorque aún hoy no alcanzamos a comprender", reflexiona Paulos. Yañade: "Por respeto a todas esas personas, no está bien que secierre este capítulo como si nada hubiese pasado".