entro de diez días, España tiene que presentar a la Comisión Europea el llamado "Plan Nacional de Recuperación, Transformación y Resiliencia", condición necesaria para poder acceder a los fondos que la Unión ha previsto en ayuda a los países por el marasmo económico postpandémico. Propaganda gubernamental al margen, lo que hemos de contar a Bruselas es qué tipo de reformas estamos dispuestos a hacer para reflotar la economía, y como añadidura, a qué queremos dedicar las ayudas que se han acordado. Muy poco se conoce de las intenciones del Gobierno, aunque resulta muy evidente que se quiere poner todo el foco en el dinero que supuestamente llegará y no tanto en los esfuerzos que habrá que hacer para merecerlo. Lo de los 140.000 millones de euros, ya lo veremos. Sólo los tocaremos si somos capaces de presentar un paquete solvente que contenga medidas muy específicas para controlar el gasto público, como por ejemplo el déficit estructural del sistema de pensiones, que esta semana la AIReF cifraba en entre el 1,3 y el 1,5% del PIB. Además, según los cálculos del Banco Central Europeo, España recibirá 45.000 millones netos en ayudas a fondo perdido dentro del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR), el principal instrumento de ayuda europeo para hacer frente a la actual situación. Supone apenas un 3,7% del PIB, un montante bastante inferior que el anunciado inicialmente por el Gobierno, que habló de 59.168 en subvenciones no reembolsables dentro del MRR. La diferencia es de un 24% menos, 14.168 millones, y se corresponde con la parte que España debe aportar a la constitución de ese mismo fondo. Estas estimaciones sitúan a España como el sexto país más beneficiado en cuantías absolutas, por detrás de Grecia y Portugal, aunque por delante de Italia, en novena posición. Los grandes países europeos también son beneficiarios del Fondo, y además competirán por captar la mayor cantidad posible. Lo tienen fácil con los países del sur, especialmente frente al nuestro, puesto que llevamos años de incumplimientos flagrantes de las recomendaciones de la Comisión. Incluso tuvimos el descaro de presentar un déficit público de 2019 que no sólo no se redujo, sino que aumentó a pesar de que también aumentó el crecimiento económico. Quien crea que Europa hace caridad, se equivoca. No se regala nada por la sencilla razón de que se comparte un espacio económico común, con una misma moneda en la mayoría de los países, y una gangrena en uno de los miembros es un serio problema para todos. El MRR se ha diseñado para servir como motor de arranque de nuevos sectores de producción económica, y no es gasolina con la que alimentar el gasto corriente.
Hasta el día de hoy, España se sostiene en pie gracias que el Banco Central Europeo (BCE) está dispuesto a comprar toda la deuda que emitimos, con el paradójico efecto de que la rentabilidad del bono a diez años español cotizaba en septiembre a un 0,243%, su nivel más bajo desde antes de que se decretase el Estado de Alarma. España se está financiando de manera extremadamente barata, pero se debe al soporte prestado por el BCE, no a ninguna fortaleza endógena. El emisor ha destinado desde marzo más de 64.400 millones de euros a la adquisición de deuda soberana española a través de sus distintos programas de compra de activos. Esta cantidad incluye al menos 46.111 millones en compras de emergencia contra la pandemia (PEPP) y otros 18.306 millones a través del programa de compras de deuda soberana (PSPP), según datos de la entidad. ¿Hasta cuándo se podrá mantener esta dependencia del soma financiero que nos llega desde una oficina en Fráncfort? De momento, el presidente del Bundesbank ha dicho en un par de ocasiones que en algún momento habrá que parar el mecanismo dopante, y se supone que esto ocurrirá a mediados del 2021, cuando a todos los países se les haya revisado los deberes. Por descontado, basta con que Alemania decida que se cierra el grifo para que también los mercados privados de deuda se retraigan de comprar un solo bono español más. Quien parece que no se ha enterado del complicado futuro es la jacarandosa ministra de Hacienda, que alardea de que nos estamos financiando casi gratis, como antes dijo lo de que "1.200 millones no es ná, chiqui". Pensamiento económico de barra de bar. Pedirle que mire un poco más allá, a ella o a cualquier miembro del actual Gobierno, es hacer una plegaria en el desierto.