Jesús Hernández Pérez, vecino de Berriozar e ingeniero de 58 años que trabaja en el sector de la automoción, estaba en Madrid a principios de mayo de 2011. Caminaba por la calle y le llamó la atención una protesta bajo el lema de “Democracia real ya”.

El día 17 volvió a Pamplona y vio los mismos lemas, calcados, pero en la Plaza del Castillo, la auténtica caldera en la que se coció el movimiento de los indignados forales. Allí estaban juntos y revueltos defensores de la vivienda digna, movimientos feministas, antirracistas, ecologistas, toda la colección de ismos posibles. Y también gente que pasaba por ahí, “sin techo, gente que venía y se sentaba como si estuviera tomándose un café”. “La sensación era de que a la gente le habían robado por encima de sus posibilidades”. Y ese hartazgo hizo que la gente saliera a la calle.

Hernández no formaba parte de ningún colectivo, aunque había colaborado con Cáritas o con los Padres Blancos cuando estuvo en México. Él llegó a la Plaza del Castillo con preocupaciones en torno a la vivienda, tema que ha seguido trabajando con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. “El primer mes el movimiento fue muy transversal, lleno de gente joven, entusiasmada, con un humor y un ambiente buenísimos. Había de todo, y la mayoría trabajábamos sin aspiraciones políticas”.

Todo iba genial mientras el movimiento, muy variado, trabajó a piñón en “cuatro o cinco temas” que unían a toda la plaza: la lucha contra la corrupción, la auditoría de la deuda, la igualdad de oportunidades, la vivienda y los salarios dignos.

Fue a raíz de ampliar el foco cuando el movimiento fue apagándose. “Se empezaron a poner, al nivel de los temas principales, otros aspectos que yo considero que son más secundarios. Un día, parecía que todo tenía que ser hiperfeminista, o muy muy ecologista. Honestamente, creo que la sociedad no estaba preparada para eso”, opina.

Y se explica. “Sobre la lucha contra la corrupción, es muy probable que tú y yo coincidamos al 99%. Pero cuando nos pongamos a hablar de ecologismo o feminismo, aparecerán nuestras diferencias”, razona. “El problema fue querer abarcar demasiado. Cuando escuché a Pablo Iglesias decir que había que asaltar los cielos, pensé: ya la ha cagado”, ilustra, para zanjar con una frase muy alejada del adanismo en el que a veces cayó el movimiento: “No puedes pensar que por estar en 50 plazas y en Change.org vas a cambiarlo todo”.

El tiempo le ha reafirmado en su visión sobre el 15-M. “Yo sabía que iba a tener una muerte cronológicamente temprana, nos fuimos yendo por los cerros de Úbeda, se infiltró gente... duramos lo que tuvimos que durar”. Pero el balance, pese a que las aspiraciones iniciales quedaron en nada, es bueno. “Para mí no es nada agridulce, tengo recuerdos muy bonitos”.

Lo único que le recuerda a un sabor agridulce es la “apropiación política” que hicieron algunos partidos. Se le pregunta por Podemos, por ejemplo. “Quizá el que mejor represente aquel movimiento fue Escaños en Blanco”.

Queda un buen legado: “Despertó inquietudes en muchos jóvenes; reforzó movimientos sociales; y la clase dirigente cogió un poco de miedito”.